Hablemos de Dios 184

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Cuando “El trabajo inicia... en el aire estancado la pestilencia azota.” El verso poderoso es de Charles Baudelaire (1821-1867). Se cumplen entonces 160 años de su muerte. Aunque usted lo sabe, el poeta es eterno ya. No dudo, mi admirada Esther Quintana Salinas, Secretaria de Cultura, va a programar un gran evento al respecto. La pestilencia azota a las ciudades malditas. Dijo y escribió el poeta galo.
Y la enfermedad, la peste, la pandemia del virus chino aún no termina. De hecho, hoy hay un factura muy ruda: los vacunados con agua de horchata o radiador de auto, siguen cayendo muertos de infarto fulminante. No alcanzan a llegar caminando al más próximo “Oxxo”. Entre más jóvenes, mejor. Es decir, como esta generación tiene miedo y temor de todo, se vacunaron con varias vacunas. Hoy caen muertos como moscas.
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El virus chino creado en laboratorio, el famoso y letal COVID-19 no termina. Su poder de infectarlo todo, es eterno y todo lo mina. Poco a poco, los humanos empezamos a convivir infectados con sanos (no tengo ninguna vacuna y jamás me voy a poner una. Es un experimento en tiempo real. No voy a ser una rata de laboratorio. Si usted me ha leído, desde siempre tomé la anterior decisión). Las muertes siguen siendo igual de rudas, pero ya no son noticia.
Tal vez y sólo tal vez por esta ocasión, lo de menos son los números, los datos. ¿Siguen los muertos? Sí, son legión. Pero ahora hay muchas variantes luego de la maldita pandemia: muertes por la peste, muertes por alcohol, asesinatos y masacres diarias en México, ingentes accidentes fatales de tránsito, los suicidas son la decoración de puentes y avenidas en esta Región Sureste de Coahuila... es decir, el mundo está podrido y estos tumores cancerígenos son sólo pústulas más visibles en el bosque putrefacto complejo y completo llamado ciudades.
Lo vimos en texto pasado: las ciudades, desde su origen y concepción nacieron bajo el signo de Caín, un asesino. Las ciudades nacieron malditas. Fundadas por y habitadas por un filicida preñado de ira, envidia, odio y envidia (todos pecados capitales). Las ciudades guardan en su semilla las anteriores pasiones humanas.
Por ello no es de extrañar que sea un poeta como Charles Baudelaire, quien nos clarifica y deletrea el terreno minado a transitar. Toda su poesía es de una amargura y hiel recalcitrante. No hay flores bellas y pernees, sino flores marchitas. Sí, sus flores del mal. Pero, su prosa no desmerece en lo más mínimo. Al igual sus críticas, cartas y diarios íntimos. Como traductor, ti ene el blasón inobjetable de haber “descubierto” al también atormentado Edgar Allan Poe, cuando éste estaba a punto de ser un cadáver en el panteón del olvido del olvido.
Baudelaire le erigió un monumento más sólido que el hormigón y roca, estatua que aún hoy veneramos y disfrutamos a mares. Usted y yo lo hemos repasado ya muchas veces; en el presente y futuro de lo que es la humanidad, lo podemos ver en la obra de los grandes autores. Una especie de Aleph –para decirlo en las palabras del divino ciego, Jorge Luis Borges– se abre a nuestros ojos cuando se abre a detalle la obra de los grandes autores.
ESQUINA-BAJAN
¿Ciudades con una eterna pestilencia, azotados por un sol preñado de espanto y con una influencia demoniaca sobre la sucia mirada de sus habitantes? Lea usted los versos iníciales del poema titulado “El sol” del gran Charles Baudelaire:
“Por la vieja barriada, donde de las casuchasLas persianas ocultan las lujurias secretas
Cuando el astro cruel furiosamente hiere
Las ciudad y los campos, los techos y sembrados...”
¿Lo nota? En Baudelaire bulle la pasión humana. Aquí el clima es noticia e influye en la triste y eterna condición humana: atado a sus despojos y a sus pasiones intrínsecas, su halo de eternidad nos delata y nos enseña la dicha pasajera de la bondad y la eternidad de la podredumbre.
Su poesía es ruda y poderosa. Otro rápido ejemplo. En su texto “El perro y el frasco”, Baudelaire compara al público de un teatro (la humanidad), con un perro al cual le dan un frasco con aroma de deleite a su nariz. El perro no lo acepta, se aleja, sólo para regodearse en el olor de la inmundicia y excrementos callejeros. En otro de sus poemas escribe:
“¡Pronto, apaguemos la lámpara,
Para hundirnos en lo oscuro!”
No hay duda, estamos hundidos en lo escuro. Al menos no hay dudas para mí. Los poetas y nadie más, siempre saben leer los signos de los tiempos los cuales se abatan sobre nosotros. ¿Dónde está Dios en este tiempo gris y cenizo? Pues en su trono. Mirando su creación. ¿Cuál fue o cuál es el sentimiento o pasión primigenia del hombre desde su origen divino? Si debemos creer a la Biblia, son dos: el miedo y temor (Adán y Eva), luego la ira (Caín mató a Abel).
LETRAS MINÚSCULAS
160 años sin Charles Baudelaire. Hay un equívoco: siempre está con nosotros.