Hablemos de Dios 214: se le busca con la razón, no con el corazón

Usted y yo hemos crecido juntos a lo largo de años en este proyecto interminable de hablar de Dios. Hablemos de Dios. Sí, un tema y proyecto de nunca acabar. Y claro que me halaga sobremanera que usted coleccione estos textos, los ponga en hojas de máquina, los engargole o bien, los mande encuadernar para disfrutarlos y pensarlos y reflexionarlos en las horas más altas de la noche o del día.
No pocos lectores como usted que me hace favor de leer esta ya larga saga de textos, me han comentado de la edición de éstas como libro. Sin duda. Lo único que no he tenido un tiempo de solaz recogimiento para sentarme, escoger un puñado de ellas, corregirlos y darles unidad y agregarles letras en su temática afín. Es decir, reescribirlos como capítulos enteros de un libro mayor. Prometo ya meterle acelerador a ello.
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Tengo una bibliografía brutal al respecto. Es decir, libros, una sobrada lista de libros los cuales hay que leer minuciosamente y anotarlos. Mucha bibliografía, sobre decirlo, no la tengo y espero pronto comprarlos y disfrutarlos. En una libreta de piel de becerro (regalo de don Ricardo Aguirre) llevo esta lista la cual espero tener vida y dinero para conseguir dicha bibliografía y claro, poder digerirlos, entender semejantes letras.
En esta lista de libros y autores que tengo por conseguir y apreciar, había o hay uno fundamental: “¿Existe Dios?” nada menos que de Hans Küng. Usted lo sabe, en 1979 el Vaticano le retiró la licencia eclesiástica para enseñar. Hans Küng, también usted lo sabe, es uno de los mayores e influyentes pensadores del siglo XX. Y si el Vaticano en su inmensa y proverbial miopía y estupidez le retiró la licencia para enseñar, pues fue por eso mismo: pensaba. Quería sentir a Dios con su cabeza, ya luego en su alma.
El libro lo acabo de comprar en una librería regiomontana. Y él pone en práctica lo que a usted le he comentado muchas ocasiones en este espacio: a Dios se le busca con la razón, no tanto con el corazón o los siempre enfadosos y mutables sentimientos. Dios es cuestión de razón, no de fe. Bueno pues, es mejor razón y fe. Al mismo tiempo.
¿Hay pruebas de la existencia de Dios? y sí acaso las hay, ¿por qué la religión católica o cristiana no suelta dichas pruebas en el tapete de la discusión? Pues sí, es aquello que le he presentado aquí en varias ocasiones, la reflexión del teólogo y escritor ibérico Juan Arias, avecindado en Brasil: “Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios suelo responder que eso no tiene importancia ya que si existiese Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros...”
¿Dios cree en nosotros? Lo dudo. Ejemplo: usted es un buen padre, un buen esposo, un buen hombre de negocios; no miente, no roba, paga el seguro social y buen sueldo a sus empleados, o les escamotea un peso... ¿Es suficiente una buena obra para ganar el cielo tan anhelado? Sí y no. No hay contradicción de por medio. Caray, bueno, sí hay harta contradicción.
La Biblia dice que la fe sin obras no es fe. Pero también hay otra parte de la palabra de Dios que afirma que por la gracia de Dios y la intersección de Jesucristo usted ya es salvo, haga lo que haga (Juan 1:17). Sí, como el abominable Adolf Hitler. ¿El abominable Hitler, Mussolini, Francisco Franco, están ya en el cielo y con Dios como testigo? Si la gracia de Dios existe, están con él.
ESQUINA-BAJAN
Pero la pregunta candente: “¿Existe Dios?”, resuena y creo, Hans Küng nos va a dejar más dudas que certezas. Poro estos días acometo la terea de empezar a explorarlo. Muchas gente como usted que hace favor de leerme, me han comentado de mi lectura de “El Diario de Ana Frank”, de Ana Frank. Se cumplen 80 años de la muerte de una niña-mujer, autora de un diario, de un libro conmovedor que todo mundo debemos leer y releer.
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Teorías de conspiración aparte: se dice que no fue escrito por ella, que hay cambios dramáticos de letra y grafía, que la pluma atómica aún no se inventaba y parte del diario fue escrito con ese tipo de pluma y tinta, en fin. Pero lo bien cierto es que miles de judíos sobre todo, y cristianos en general, fueron muertos en los campos de concentración de la Alemania nazi. Y a propósito de lo anterior, vino a mi mente una reflexión que leí y coleccioné en su momento, en un diario ibérico. Es lo siguiente que eriza la piel y el esqueleto.
Los padres del escritor Leonard Milodinov –cuenta el teólogo Juan Arias– y él mismo, se salvaron de morir en el holocausto nazi. Luego, Milodinov se salvó del fatídico ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Él se encontraba allí mismo. Un día lo entrevistaron y le preguntaron qué sentía al saber que Dios lo había salvado dos veces.
Su respuesta es invulnerable: “No fue Dios sino el acaso... ¿Qué Dios sería ese que salva a mis padres del nazismo y deja morir a seis millones de otros judíos? ¿Qué Dios sería ese que me salva del atentado terrorista de Nueva York y deja morir a otras 3.000 personas?” Reflexión grande, pensamiento razonado. Y con este Dios si comulgo. El que no hace distingos ni habla ni calla a discreción. ¿Por qué Dios no salvó a la esmirriada Ana Frank? ¿Por qué sólo su padre, Otto Frank quedó vivo?
LETRAS MINÚSCULAS
Nunca lo sabremos, fue el “acaso”, sólo eso.