Suéltame, cringe, me haces daño; cuando la vergüenza se vuelve norma
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La obsesión por no “dar pena ajena” ha domesticado a una generación. En nombre del cringe, se censura la diferencia, se refuerzan los estereotipos de género y se sofoca la rebeldía; el miedo a la vergüenza se ha vuelto una nueva forma de control social, disfrazada de gusto estético o humor inofensivo
¿Qué es el cringe sino otra herramienta de discriminación?
Hace unos días leí un texto de México Pragmático que me ayudó a encajar varias ideas que quería plantear aquí. Afirmaba que el miedo a provocar “vergüenza ajena” ha convertido a la Generación Z en un grupo ultraconservador. ¿Radical? Tal vez. Pero cuando ves hordas de jóvenes vistiendo lo más neutro posible, lo más desprovisto de riesgo, la premisa cobra sentido.
Según el artículo, quienes nacieron entre 1990 y 2010 temen tanto a la hoguera de las redes sociales que prefieren recatar su comportamiento, con tal de no convertirse en la próxima burla viral. Para ellos, la tía juzgona no está en una sala de Navidad, sino en la palma de la mano de cualquiera con un celular y cero remordimientos.
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Intentemos ser justos: bajaron los niveles de adicciones y alcoholismo —nadie quiere que lo graben intoxicado—, y la conducta general parece más civilizada. Basta con activar la cámara para eternizar a un nuevo “lord” o “lady”. Pero no se me ocurre mucho más. Porque cuando lo que disciplina es la vergüenza, las conductas no son honestas y la ansiedad se dispara a niveles insostenibles.
No estoy convocando a la anarquía ni al desenfreno. Pero me parece peligroso que la rebeldía de una generación esté siendo castrada por el juicio constante, porque eso nos lleva a un retroceso social profundo, difícil de revertir.
Me considero emo —y eso no se quita—. Quienes pasamos por esa subcultura sabemos que, aunque hayamos guardado la plancha de cabello y los skinny jeans, los valores que nos inventamos nos salvaron. A muchos, especialmente a quienes formamos parte de la comunidad LGBT+.
Ser emo te permitía jugar con el género, mostrar tu tristeza, tu “+riz+ez@” (así se escribía en moxito) y también tu alegría. Rechazar lo impuesto. Para quienes no encajábamos en la norma heterosexual, fue un capullo tierno y seguro. La etiqueta de “ah, es que es emo” nos dio margen para explorar nuestra identidad, dar nuestro primer beso o simplemente sentir sin vergüenza en un mundo binario y rígido.
Los rockeros lo vivieron. Los hippies también. La juventud necesita expresarse sin miedo. Cortar esas alas es peligroso. El futuro está en sus manos y, eventualmente, el nuestro también. Hay muchas evidencias globales, pero el retroceso en los derechos humanos me parece la más alarmante: desde la deshumanización de migrantes hasta los ataques a civiles. Todo impulsado por un conservadurismo que, como cualquier bully, usa la vergüenza para dominar y decir: “Si no estás de mi lado, estás en mi contra”.
Pausé mis dramas sentimentales porque en un grupo de WhatsApp —supuestamente solo para personas LGBT+ (aunque en realidad, solo hay gais)— alguien compartió un meme de cuatro hombres en tacones como burla. Decía: “Pongan el soundtrack de Mentiras: La Serie”. Y sí, se sabe que la comunidad solo está medio unida durante junio, pero me encabrona que aún haya confeti en las calles del Orgullo LGBT+ y ya nos estemos echando entre nosotros.
Lo que me terminó de romper fue la noticia del asesinato de Isaí y Jesús, en pleno Pride. Aún no se confirma que fuera un crimen de odio, pero en la nota más completa —la de El País— evitaron decir que eran novios. ¿Por qué creo que pasó eso? Porque dos hombres que se aman todavía provocan cringe.
Como hombre, conozco el dolor de que usen un modelo idealizado de masculinidad para invalidarte. Me siento un poco más libre cada vez que eso deja de afectarme, pero es un trabajo diario. No hay escudo suficiente contra los ataques del patriarcado. Aún estamos atrapados en frases como “solo varoniles” o “no amanerados”. ¿Quién chingados somos para decirle a alguien cómo tiene o no que ser?
Ah, claro, es “cuestión de gustos”. ¿Sí? ¿O es tu herida patriarcal pidiendo sentirse rodeada de machitos para no sentirse vulnerable? Porque eso nos enseñaron a muchos: “Claro, sé gay, pero sé masculino. Así como Ricky Martin. Y ni se te ocurra tocar una prenda femenina”.
Si dejamos que el cringe sea la vara con la que se mide todo, le estamos dejando a las próximas generaciones una sociedad más cerrada, más punitiva, más asfixiante. Tal vez hoy las infancias no vean problema en una pareja del mismo sexo tomada de la mano, pero si dejamos que estos mecanismos de vergüenza sigan vivos, a ellos les tocará un mundo aún más cruel con la diferencia.
¿Quieres vestirte de colores neutros y hacerle el caldo gordo a las marcas que los venden como “lujo silencioso”? Adelante. Pero que sea tu decisión. No la imposición de una estética disfrazada de elegancia. Porque si no, solo estaremos girando en círculos con grilletes en los tobillos.
¿Hay cringe bueno? Sí, claro. Da pena ajena escuchar a alguien juzgar el cuerpo de otra persona que ni siquiera está presente. Da vergüenza ver las calles del centro hechas un basurero cada domingo. Da cringe ver cómo alguien se impone sobre otros sin empatía ni respeto.
El cringe existe y no se puede extirpar. Pero podemos preguntarnos de dónde viene. Si tiene un fundamento real, o si solo es la herida emocional de alguien intentando que el mundo se acomode a su forma de ver para no sentirse incómodo.
No estoy declarando la guerra a los conservadores. Esta sociedad necesita muchas cosas: gente que preserve, gente que explore, y sí, incluso quien destruya para volver a construir. Todos cabemos en este ecosistema, pero el equilibrio es fundamental.
En este momento empieza a sonar Imagine, de Lennon. ¿Por qué no dejamos vivir?
Dejemos que cada quien emprenda sus viajes, sus errores, sus búsquedas. La perfección no es más que una trampa del miedo. Ponte esa ropa que te gusta aunque no esté de moda. Escucha esa canción aunque no sea tendencia. Haz lo que disfrutas y disfruta lo que haces, porque en esta vida no hay caminos seguros, pero sí caminantes seguros.