Hay quienes aseguran que ningún libro −que no sea la Biblia− ha tenido un mayor efecto sobre la humanidad que “El origen de las especies por medio de la selección natural”, del inglés Charles Darwin. Esta obra, publicada hace ya 164 años, sacudió al mundo entero, pues logró probar que la evolución biológica se refiere a los cambios en todas las especies durante la historia en la Tierra.
Darwin explica que todos los seres vivos compartimos un pasado común y que el cambio evolutivo dio y seguirá dando origen a nuevas especies. Demostró al mundo una premisa que es tan brutal como cierta: “En la lucha por la supervivencia, el más fuerte gana a expensas de sus rivales debido a que logra adaptarse mejor a su entorno”.
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La teoría sobre la evolución del hombre desafió las creencias del siglo 19 al cruzar la línea fronteriza de la fe y la ciencia, pues enfatiza que las especies cambian con el tiempo, lo que puso en duda la teoría generalmente aceptada hasta entonces, que era la historia de la creación plasmada en la Biblia. Ahí se probó que los organismos unicelulares evolucionaron en las plantas y los animales más complejos y, finalmente, lo hicieron hacia lo que hoy somos: el Homo sapiens.
Pero para llegar a lo que hoy somos se tomó un poco más de siete días, como dice el Génesis, pues la ciencia ha probado que fueron cuatro mil 500 millones de años desde la formación de la Tierra, hasta hace 2.5 millones de años en que nos erguimos y vimos hacia el horizonte y ya no al suelo, y apenas hace 200 mil años en que nos convertimos en los actuales humanos. Lo dicho, la religión no requiere de pruebas, la ciencia sí.
Esto es una evidencia incontrovertible de que aún y con hechos comprobables y comprobados, la ciencia no es apta para todas las especies. Y es que existe un simpático argumento de la teoría creacionista que hace la siguiente pregunta: ¿si la evolución es cierta, por qué los simios no continúan evolucionando y se transforman en humanos?
Sin negar que hay varios simios que quizás están en cargos públicos de primer nivel, debemos aceptar que nuestra historia como humanidad es tan reciente que jamás podremos presenciar en tiempo real los cambios evolutivos.
Hace unos días, Discover Magazine publicó un artículo titulado “¿Cómo siguen evolucionando los humanos?”. Ahí se menciona que gracias a la agricultura, la ciencia y la tecnología, los seres humanos hemos aliviado las presiones que sufrió nuestra especie en el pasado, como fue el competir con otras especies de homínidos, depredadores y luchar contra plagas y enfermedades.
Que eso ha llevado a muchas personas a cuestionarse si de verdad seguimos evolucionando. La respuesta es que lo que ha cambiado son las condiciones mediante las cuales se produce. Que, en nuestro pasado evolutivo, aquellos que estaban mejor adaptados a su entorno (y que podían encontrar pareja con éxito) transmitían sus genes. Pero que ahora, gracias a los avances médicos, hay personas cuyos genes no hubieran podido sobrevivir en el pasado y, aunque ha aumentado la calidad y la longevidad de vida de un individuo, también existen otras consecuencias evolutivas. Para empezar, significa que los genes que tienen poca o ninguna resistencia a las enfermedades son más prevalentes, y que dependemos cada vez más de los medicamentos para hacer frente a las amenazas a la salud.
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Además, la producción masiva de alimentos ha dado forma al panorama evolutivo de la humanidad. La llegada de la agricultura hace aproximadamente 10 mil años permitió la urbanización y el drástico aumento de la densidad de población, junto con la domesticación masiva de animales. Como tal, las personas quedaron cada vez más expuestas a patógenos transportados por otros grupos de humanos y animales, lo que provocó que el sistema inmunológico humano se adaptara.
El artículo asegura que “nuestras prácticas agrícolas y formación en pueblos y ciudades propagaron enfermedades transmitidas por las masas y los animales, como la malaria y la tuberculosis, generando una fuerte selección de genes que confieren resistencia”, y que si bien hemos superado una serie de condiciones que alguna vez impulsaron la trayectoria evolutiva de nuestra especie, eso no significa que los humanos hayamos dejado de evolucionar.