Hay amores que nunca en la vida deben olvidarse...

Opinión
/ 1 junio 2024

Hace algunos años estuve en Varsovia de vacaciones, queríamos conocer la tierra de Frédéric Chopin. Es hermosa la capital polaca, estuvimos en el Parque Real de Łazienki, ahí se encuentra la estatua del músico extraordinario. Cerré los ojos y en mi imaginación sonaron sus mazurcas, valses, nocturnos, polonesas, preludios y sonatas. También estuvimos en la cripta de la iglesia de la Santa Cruz, su corazón se conserva en ese lugar. El recorrido por la ciudad nos lo dio una chica rubia, culta, conocedora de la historia de su país, Inés. Inés nos llevó de la mano por los sitios que un turista debe apreciar. Su español era perfecto.

La Plaza del Mercado del centro histórico de Varsovia, que es impresionantemente bella, nos contó, sucumbió a los embates de la artillería y las bombas en la Segunda Guerra Mundial, pero fue reconstruida palmo a palmo para gozo de los polacos. Polonia ha pasado las de Caín, fue el primer país invadido por las tropas del ejército nazi de Adolfo Hitler, con el largo etcétera de desgracias que eso les significó y luego la estancia de los rusos, de triste memoria para su pueblo. Inés, hizo hincapié en todo eso, esbozó una sonrisa enorme y nos dijo: “...no importa que en los anaqueles de nuestras tiendas no haya productos de diferentes marcas y que no tengamos grandes almacenes como ustedes, pero hoy saboreamos de algo único, que nos hace brincar de gusto cada mañana, y que no tiene precio... ¿saben qué es? libertad, libertad para hablar y decir lo que queramos, sin miedo, para movernos e ir a donde nos plazca, vivir donde elijamos, dedicarnos al trabajo que deseemos, saber que lo que tengamos ya es nuestro, no del estado... todo eso nos arrebató el régimen soviético, toda esa pesadilla nos la endilgó el socialismo...”.

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En la Unión Soviética, en pleno 1983, el miedo de la gente se respiraba, la aterradora presencia policial, el mercado negro callejero... ah... y los carriles principales de las avenidas moscovitas apartados para las limusinas, sí, limusinas, de los austeros líderes del Partido Comunista. Me tocó platicar también, a propósito de austeridad socialista, en el aeropuerto de Frankfurt, con unos diplomáticos cubanos que viajaban en primera clase, vestidos con ropa de Christian Dior y maletas de marca carí$$ima. Y los de la isla, los de a pie, con tarjetas de alimentos racionados ¿Igualdad?, ¿equidad?, ¿todos parejos? Es fecha que sigue el éxodo de cubanos. Y esto me remite a cuando cayó el Muro de Berlín ¿Hacia dónde corrieron los de Alemania del Este? 28 años de desigualdad y represión hacen mella en quienes lo viven. Prácticamente brincaron hacia la otra Alemania, en la que campeaban la democracia y el capitalismo. Y al cruzar se abrazaban llorando, celebrando su libertad.

No ha habido ideología más criminal y tirana a lo largo de la historia del hombre sobre la faz de la tierra que la implantada por el comunismo. En sus propios países se asesinaron más de 100 millones de personas, cinco veces más que las del desquiciado Adolf Hitler y su nacionalsocialismo. Tras un siglo de experimentos comunistas en decenas de países de cuatro continentes, no hay un solo ejemplo de que no haya sido sinónimo de tortura, de corrupción, de muerte, de marginación hasta la ignominia del pueblo y dispendio para su hipócrita dirigencia.

Y América latina no se ha librado de tal oprobio. Venezuela sabe de esos dolores en carne propia, un comunismo de corte bolivariano bajo la egida de la Cuba comunista. Solo el que no quiera ver puede atreverse a negar en lo que convirtieron a un país otrora próspero, dueño de las mayores reservas petroleras del mundo. Hoy campean la desolación, la destrucción de sus libertades, el hambre y la miseria de quienes ahí viven, si es que se le puede llamar vida a lo que tienen, y la vida de sátrapas de sus lideretes. Reinan la dialéctica de la confrontación y el oportunismo propios del leninismo. El trasiego es el mismo, para hacerse del poder. Un manipulador carismático que sabe embaucar a quienes se dejan, prometiendo el cielo y las estrellas, previo señalamiento de un chivo expiatorio al que culpar de todos los males que ocurran. La izquierda en la que se envuelven es de corte radical, aunque se ostenta como transformadora, y de entrada y por siempre, subrayo, se dispensa de toda culpa. Porque la culpa la tienen todos sus antecesores, y lo repiten hasta el hartazgo. Es la forma en que mantienen amodorrados a sus cófrades. Falsear la historia es su especialidad.

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Los socialistas y comunistas no reconocen límites morales o legales a su voluntad de mantenerse en el poder al precio que sea. En un régimen comunista, el gobierno se adueña de todos los medios de producción. La productividad y la eficiencia de las compañías se abstraen. Es toda una odisea tener un equilibrio entre la oferta y la demanda. Se genera un retraso en el desarrollo industrial. De ahí que en los países comunistas haya más pobreza que riqueza. Asimismo, el abuso del lenguaje alcanza niveles de desfachatez inauditos, y al silenciamiento del que se opone se le denomina democracia. No olvido a Inés, ni la mirada brillante de sus ojos azules cuando nos dijo: “Ojalá que en su país nunca sepan de estos horrores”. México ya tuvo dos baños de sangre, en 1810 y en 1910. Cobardes seriamos si en este siglo permitiéramos que nos robaran la libertad. Es de lo que se adueña el comunismo, y de ahí “pa” delante.

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