Incapacidad por sobre calificación

Opinión
/ 3 abril 2023
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Las personas que egresamos de las mejores universidades del mundo, padecemos de cegueras y problemas de desempeño, por la desconexión que esos espacios de aprendizaje

Hace tiempo escribí en este espacio sobre las desventajas de una educación de élite. Sobre cómo las personas que egresamos de las mejores universidades del mundo, padecemos de cegueras y problemas de desempeño, por la desconexión que esos espacios de aprendizaje representan con los espacios más comunes de aprendizaje. O por no estar acostumbradas a realizar tareas que aparentemente son de “sentido común”, porque a menudo tienen cargos directivos con personas a su cargo para realizar esas tareas, y mayormente provienen de hogares privilegiados con personas que también les apoyan en la realización de tareas mundanas.

Pues durante esta semana pude presenciar una escena de una muy clara representación de esto, y me ha hecho reflexionar mucho sobre qué tanto las personas que vamos accediendo a oportunidades educativas y posiciones laborales de privilegio, nos vamos alejando de nuestra capacidad de acción para resolver situaciones comunes que personas de 10 años podrían resolver sin ningún problema.

El evento ocurrió durante un desayuno con una persona que ocupa el cargo de CEO en México para una gran multinacional, que discutiría con un grupo de personas egresadas de programas educativos de Harvard, las implicaciones de los avances tecnológicos en el mercado en el que su empresa se desempeña. Este tuvo lugar en un exclusivo club en el centro histórico de la Ciudad de México y el acceso era solamente para personas con membresía del Club Harvard de México, que organizaba el evento. Entre quienes asistieron hay personas en la cúspide de gobierno y de industrias de telecomunicaciones, bancaria y financiera, de transportes, etc. Toda gente muy brillante. De esos eventos en los que uno se siente incómodo por sentir que no pertenece.

Nos encontramos unas 30 personas y el evento dio inicio sin mucho protocolo. Mientras desayunábamos, pudimos escuchar a esta persona, darnos una valiosa visión de cómo están las cosas y hacia donde se están moviendo en la industria de la empresa para la que trabaja en México. Todo iba de manera correcta, hasta que de pronto, en las bocinas del salón en el que estábamos, se comenzó a escuchar en volumen muy alto el discurso de un evento que tenía lugar en el mismo recinto, en otra sala. De pronto todo mundo calló y se volteaban a ver mutuamente, mientras que uno de los organizadores buscaba a un técnico para solucionar el asunto y poder continuar con la plática. El volumen era demasiado alto como para ignorarlo.

Pasaron unos 30 segundos o más, sin que nadie hiciera realmente nada. Esto provocó que me desesperara, así que me puse de pie y dejé mi lugar, para ir hacia el gabinete donde están los controles electrónicos del salón. Lo abrí y busqué en las consolas algún botón o sintonizador que pareciera de bocinas o micrófonos. Encontré varios, pero me animé a girar dos. El primero no hizo nada, el segundo detuvo el sonido en nuestra sala. Cerré el gabinete y me di la vuelta para darme cuenta de que las personas aplaudían y antes de continuar con su plática y mientras yo me dirigía a mi lugar, la persona invitada de honor me comentó a modo de broma que “siempre hay trabajo en telecomunicaciones, si se me ofrecía algún día”.

Una vez terminado este episodio, me empecé realmente a sentir como bicho raro ¿Estaba mal que fuera yo tan poco educado como para ir a meter mano en equipo caro de un lugar rentado sin autorización? ¿Habría incomodado más de lo que ayudé? ¿Era solo mi “síndrome de impostor”?

Continuamos el desayuno y al fin cada quien se fue a sus trabajos para iniciar nuestro día laboral. Sin embargo, me quedé con la duda: ¿Por qué, de entre ese grupo de personas de entre unos 30 y 65 años, solamente una decidió que podía encontrar la manera de entender el funcionamiento de ese equipo electrónico, lo suficiente como para detener esa situación?

No tengo una respuesta. Tal vez nadie quiso perder la compostura y yo no la guardo frecuentemente. No sé si es que yo sí le soplé a los casetes del Nintendo. Me encantaría discutir sobre el tema con alguna persona experta.

Lo que creo que sí es evidente, y no sé hasta qué punto pueda ser problemático, es que estamos educando a personas que toman decisiones sumamente relevantes para nuestro futuro como sociedad, de una forma que les incapacita o les vuelve indiferentes para atender tareas que cualquier persona en su infancia ante una situación similar, tomaría acción y podría resolver.

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