Inocente para siempre. La matanza de Herodes
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Herodes era un cabrón. Perdónenme ustedes la palabra, pero si alguna otra hay para calificarlo sería aún más altisonante. No sólo era usurpador del trono que ocupaba: mató a su mujer y a su mamá. (Caramba, a su mamá ¿por qué?). También asesinó a dos de sus hijos y a todos sus hermanos, pues los veía como amenaza para su reinado. A sus enemigos los mandaba quemar, y él mismo encendía la leña de la hoguera. Flavio Josefo, historiador, escribió que bajo el poder de este tirano “los vivos envidiaban la suerte de los muertos”. El emperador Augusto César, que era hombre ingenioso, hizo en griego un juego de palabras acerca del déspota judío. Dijo: “Es mejor ser el un (el puerco) de Herodes que el uion (el hijo) suyo”. Nadie es perfecto, desde luego, pero ahora se entenderá por qué dije al principio que Herodes era un cabrón.
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Para colmo el rey padecía no sé que maligna enfermedad de forúnculos o bubas que lo hacía apestar a rayos, de modo que no te le podías acercar a menos de 30 metros de distancia sin sentir un insoportable tufo a hedentina. Y sin embargo debías aguantar aquel olor, y sonreír en presencia del fétido canalla como si estuvieses aspirando aromas de jazmín, madreselva, nardo, huele de noche o azucena. O de Chanel número 5, hablando a lo comercial. Si no sonreías el rey se ponía furioso, con lo cual apestaba todavía más, y entonces la cosa resultaba peor.
Fue este maloliente desgraciado el que ordenó la matanza de los Santos Inocentes. Los Reyes Magos, con notoria imprudencia, se soltaron diciendo en Jerusalén que habían llegado a adorar al nuevo rey de los judíos. Herodes les pidió que investigaran en qué lugar había de nacer el Mesías. Ellos le dijeron que todas las profecías apuntaban hacia Belén, y entonces fue cuando vino lo de la degollina. Seguramente María, madre del Niño Dios, agradeció a los magos sus dones de mirra, incienso y oro, pero las mamás de los chiquillos degollados les habrían agradecido más la discreción. En fin, como dije antes, nadie es perfecto.
En el pecado llevó la penitencia Herodes. Se le recrudeció aquella maligna enfermedad que lo hacía apestar a rayos; le empezaron a salir gusanos por todas partes y también por aquella; no se podía sentar, pues a más de la gusanera que traía en el funifáis le aparecieron ahí mismo unos granos purulentos que no son para contarse, pues quién se pone a contar esas cosas. Al verlo así, postrado de panza sobre el lecho, sus cortesanos se le rebelaron. Presintiendo su inminente caída, Herodes se clavó un puñal, y poco antes de morir ordenó que los jefes de las principales familias fueran asesinados en secreto, para que sus familiares lloraran y el pueblo creyese que lo que lloraban era la muerte del rey.
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La Iglesia Católica recuerda hoy a los Santos Inocentes con duelo al que se mezcla la alegría, pues esos angelitos conocieron la dicha eterna antes de sufrir las desdichas terrenales. En esta fecha la liturgia se pone poética y saluda a las víctimas de Herodes con la siguiente lírica expresión: “¡Salve, flores graciosas del martirio que el enemigo de Cristo tronchó en los umbrales de la luz, como el vendaval a las rosas de abril!”. Qué bonito.
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