Jesucristo: ¿Simplemente un personaje de cómics o alguien de verdad?

Opinión
/ 29 noviembre 2024

Hay un libro que acabo de leer que es de lo más interesante y el tema merece, sin lugar a dudas, ganarse el derecho a estar entre los chingones. Este libro no gustará mucho a los cristianos convencidos, eso es un hecho, pero sí interesará a quienes lo fueron y un día empezaron a observar la religión desde una mirada racional. O a los amantes de la historia en general.

Catherine Nixey, historiadora nacida en Gales en 1980, ha excavado en los documentos que abordan la vida de Jesucristo, repletos de versiones nada complacientes ni parecidas. Así ha descubierto trazas de un hombre arrogante, temido por sus padres, violento en ocasiones, que echaba maldiciones a niños o fecundaba a su propia madre. O a un charlatán, uno de tantos que deambulaba por el mundo sanando cojos o ciegos, caminando sobre las aguas y protagonizando milagros que se repiten en multitud de narraciones mediterráneas de la época. Se lleva la palma el relato de la virginidad de María, en cuya vagina se abrasó la mano una mujer incrédula que quiso comprobar el insólito milagro tras el nacimiento del hijo de Dios.

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Ahora, como decía el gran Pedro Ferriz, la pregunta de los 64 mil pesos: Alguien, ¿realmente cree conocer a Jesucristo?

¡No, en absoluto! Cuanto más lees, menos sabes. La imagen que tenemos de Jesucristo, con la que se han criado los que iban a misa los domingos, es de alguien bondadoso, infantil, rodeado de niños. Pero si lee la Biblia, hay partes asquerosas en las que Jesús dice que no ha venido a traer paz, sino discordia. Es difícil llegar al fondo porque hay muchas versiones cristianas diferentes: hay un Jesucristo que mata a gente, uno que deja embarazada a su propia madre, uno enfadado, uno vengativo. Es imposible decir quién fue en realidad, y si lo miramos desde un punto de vista histórico veremos una figura enorme y fragmentada. Para alguien criado como católico puede ser un shock, pero un shock interesante.

Nixey, la autora del libro, fue criada dentro de una familia muy religiosa, con un padre que había sido fraile y una madre que antes fue monja. Por ello su primera aproximación fue desde la fe, hasta que se convirtió en historiadora clásica y trabajó en los documentos de la época, los autorizados y los no autorizados, que no han sido asumidos por la Iglesia católica: el Evangelio de la infancia de Tomás o el Evangelio de la Infancia de Santiago, por ejemplo, del que hemos tomado tradiciones como la mula o el buey en la representación navideña, pero no la brutal abrasión de la mano de Salomé, mujer incrédula, al tocar el himen de la Virgen tras el parto.

Y parte de un hecho irrefutable: entre la muerte de Cristo y los primeros relatos escritos transcurren 40 años. “Ese es un tiempo enorme para la transmisión oral. Él existió, fue un hombre, pero no tenemos ni idea de cuántas de las historias que se le han atribuido son suyas o de otros. Los registros de la época son muy pobres. Y su historia es parecida a la de tantos en el Mediterráneo. Los críticos creían que era un charlatán, otro mago que hacía trucos como tantos de la época, tal vez no para ganar dinero o comida a cambio, sino respeto”.

Su existencia es indiscutible, porque aparece en muchísimos textos de la época, incluso en fuentes latinas como las menciones de Nerón recogidas por el historiador romano Suetonio. Muchas de sus historias figuran una y otra vez en textos cristianos y de fuera de la cristiandad. Pero muchas también aparecen protagonizadas por otros. Como Apolonio, al que se atribuye parecida biografía.

La curación de un hombre ciego, por ejemplo, se le adjudica también a Vespasiano (9-79, emperador en sus últimos 10 años) y está ligada a un rumor sobre el advenimiento de un hombre que iba a sanar a gente y a gobernar el mundo. La gente pensaba que era Vespasiano porque se convirtió en emperador. Pero su historia es similar a la que cuentan los Evangelios y también a la de Asclepio siglos antes: otro hijo de Dios que hacía andar a los cojos y ver a los ciegos. El pasado, asegura Nixey, está lleno de gente, no precisamente cristiana, que hacía milagros en los mercados, que separaba aguas, que resucitaba a muertos... “Sucede una y otra vez”.

Entonces, ¿por qué entonces Jesucristo se abre paso entre todos los demás y marca nuestra civilización? Si buscamos las razones históricas debemos ir a Constantino (emperador del 306 al 337), él marcó la diferencia. Los emperadores romanos siempre han adoptado y promovido las religiones extrañas y orientales, las religiones iban y venían en esa época. Pero Constantino adopta el cristianismo y vive largo tiempo, permanece 30 años como emperador. Sus hijos también tienen vidas longevas. Y un hombre que podía haber cambiado esto, Juliano, emperador pagano posterior (361-363), vivió muy poco tiempo. Si eso hubiera cambiado, si Juliano hubiera vivido hasta los 90 años y Constantino hubiera sido emperador tres años en lugar de 30, no tendríamos esta conversación. Todo habría sido diferente.

La naturaleza del cristianismo al ayudar a la gente y contribuir a su bienestar jugó un gran papel en su consolidación. Claro que sí. Por un lado, hacían proselitismo para convertir a la gente, cosa que otras religiones no hacían (igual que ahora). Y por otro, ayudaron a los necesitados, las viudas, los huérfanos... mientras otras religiones no se ocupaban (igual que ahora). Lo hicieron desde el principio y lo hicieron bien. Ofrecieron algo que apelaba a la gente.

La religión cristiana era entonces, asegura la historiadora, una especie de servicio de salud con aura espiritual. Y es lógico. Romperse un brazo podía ser cuestión de vida o muerte en un mundo sin ninguna atención sanitaria. La vida era durísima. Lo hemos visto en la pandemia, cuando todo el mundo ha rezado más.

Jesucristo, cree Nixey, jamás pudo imaginar la estela e impacto de su vida, que desde el principio desató críticas de los relatores de la época que no entendían lo que decía porque era críptico, contradictorio, a veces violento. Ni siquiera tomando solo los Evangelios podemos conocerle bien. Mucha gente de la época criticaba cosas que dijo, como lo pueden hacer hoy los niños que oyen sus historias y no le encuentran sentido. Se refiere por ejemplo al milagro de los hombres poseídos por demonios, a los que liberó de los espíritus malignos para que estos poseyeran a su vez a unos cerdos que se suicidaron al arrojarse por un acantilado. Esto molestó a los antiguos. ¿Por qué lanzó a los cerdos al agua? Solemos creer que Jesús era más claro de lo que creían los antiguos.

Nixey constata que muchas de estas cosas se han ignorado durante casi 2000 años porque la teología, y no la historia o la mitología, fue la que se hizo cargo del pasado cristiano. Hubo autores que intentaron antes lo que ella ha hecho ahora, como William Hone o Edward Gibbon, pero fueron “atacados sin misericordia”. Aquí si eres creyente es difícil leer los otros textos y no sentirse ofendido o dismissed. Desde el siglo 20, las cosas han cambiado y textos como el Protoevangelio de Santiago, por ejemplo, también se manejan al estudiar Divinidad (por cierto, debería leerlo si se considera muy creyente, el conocimiento no engorda).

Este es el que fija la mula y el buey en la representación navideña, y no los Evangelios. El libro del Papa Benedicto, “La Infancia de Jesús”, de hecho, niega su presencia en el portal de Belén.

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¡Ojo! No es mi intención destruir su fe, sistemas de creencias, ni nada por el estilo, mucho menos cuestionarlas. Ese no es mi trabajo ni mi interés. Sólo resulta interesante como este libro nos invita a cuestionar las narrativas con las que hemos crecido y a adoptar una postura crítica frente a la historia y la religión, sin por ello despojarnos de su impacto cultural y emocional.

El retrato fragmentado de Jesucristo, que Catherine Nixey nos presenta, no busca destruir la fe, sino abrir puertas hacia un entendimiento más amplio, uno que incluye las versiones ignoradas, las contradicciones y la evolución de los relatos. Nos recuerda que la historia está moldeada no sólo por los hechos, sino por quienes deciden qué se cuenta y cómo se cuenta.

Al final, la figura de Jesucristo trasciende su humanidad y se convierte en un reflejo de lo que las civilizaciones han necesitado creer y sostener. Este ejercicio de desmitificación, más que un ataque a la fe, es un llamado a reconciliarnos con la complejidad de nuestro pasado, entendiendo que la verdad histórica y la verdad espiritual no siempre coinciden, pero ambas nos enseñan sobre nosotros mismos y nuestra necesidad de significado. ¿Podemos conocer verdaderamente a Jesucristo? Tal vez no, pero en esa búsqueda encontramos las preguntas que nos hacen crecer como individuos y como sociedad. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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