Buen Fin: ¡El circo, la maroma y el teatro del consumismo mexicano!
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Ah, llegó el Buen Fin, esa temporada mágica del año en la que las tiendas sacan sus mejores trucos de Houdini financiero para hacer desaparecer su quincena, sus ahorros y hasta el fondo que tenía para la tanda de Navidad. Porque, claro, ¿quién necesita comida cuando puede comprar una licuadora que prometen que tritura piedras, pero que probablemente apenas pueda con un plátano maduro?
En México, el Buen Fin es como el Black Friday, pero con salsa picante y cumbia de fondo. Es un evento que podría titularse: “Compra lo que no necesitas con el dinero que no tienes para impresionar a la gente que te cae mal”. Las ofertas “irresistibles” saltan por todos lados, como si fuera a perderse el descuentazo del 5 por ciento en esa pantalla plana que, si bien ya cuesta lo mismo desde junio, ahora viene con “3 meses sin intereses” porque, escuche, ¡es el Buen Fin, pendejo!
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Aquí hay que aprender a leer entre líneas. Ofertas irrechazables, como tu ex, puras mentiras. El manual del Buen Fin es simple: “sube los precios en octubre y finge que los bajaste en noviembre”. ¡Tarán! Lo llaman marketing, pero en mi rancho le decimos ratería fina. Ahí tienes a las tiendas sacando etiquetas rojas, verdes, amarillas y un arcoíris de mentiras. Esos 12 mil pesos que costaba el refri ayer, ahora están “rebajados” a 11 mil 999.99. ¡Guau, qué ganga! Lo malo es que la gente cae, emocionada como niño con juguete nuevo, aunque el juguete en cuestión sea un colchón que seguirá empolvándose en la bodega.
Pero lo mejor son las estrategias de los vendedores. “Última pieza”, dicen, mientras ves a otros veinte cristianos llevándose la misma “última pieza” en diferentes colores. O “lleva 3x2”, porque siempre hemos soñado con tener tres cafeteras de 3 mil pesos, aunque en nuestra casa sólo haya espacio para una. ¿Y qué me dice de las televisiones? Ese es EL producto estrella. De repente todos los hogares mexicanos necesitan una Smart TV de 70 pulgadas, aunque vivamos en un cuarto de 2x2 y terminemos viéndola desde la banqueta. ¡Pero qué chingón se ve el Netflix desde ahí, eh!
Seamos sinceros con nosotros mismos, todos, absolutamente todos sabemos que esto es parte del teatro del consumismo. Aquí todos, todos somos payasos
Durante el Buen Fin, las plazas comerciales parecen un apocalipsis zombi, pero de consumidores con carritos en lugar de antorchas. Ahí van, luchando por el último microondas como si de ello dependiera su existencia. “¡Esa lavadora es mía, pendejo!”, grita una señora mientras le da un codazo al compadre que sólo quería unos audífonos baratos.
El verdadero circo lo pone la gente que compra cosas que claramente NO NECESITA. “Mira, amor, una caminadora eléctrica, la necesitamos para el gimnasio que no tenemos”. Claro, porque esa caminadora se va a usar una semana y luego será el perchero más caro que hayas tenido en tu vida. O ese calentador digital con pantalla que simula troncos de leña ardiendo con efectos de luces y sonido y hasta en 3D porque, claro, se puede ocupar, aunque se nos olvida a veces que vivimos en un lugar donde hace calor 11 meses del año. ¿Para qué chingados lo vamos a querer?
Pero el Buen Fin no sería posible sin las mágicas “facilidades de pago”. Entendamos esto, el puto crédito no es nuestro amigo. ¿Pero cómo decirle que no a una pantalla de 20 mil a 18 meses sin intereses? Total, ¿qué más da endeudarse hasta el 2026 si puede verla ahora, no? La gente firma los contratos como si estuviera vendiendo su alma al diablo, pero con menos glamour y más intereses moratorios.
Y cuando llegan los primeros pagos, ahí están lloriqueando porque el SAT ya les cayó encima. ¡Pues claro, güey! Si pusiste hasta los calzones a meses sin intereses. Ahora, a pagar la pinche licuadora durante tres años y agradecerle a Elektra por recordarte cada mes que fuiste un idiota.
Pero aunque no lo crea, esto tiene un mensaje. El Buen Fin no es el problema, nosotros lo somos. Nos dejamos seducir por las luces, los descuentos falsos y la idea de que comprar más nos hará más felices. Pero la felicidad no está en acumular cosas, sino en saber qué necesitamos realmente.
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Antes de dejarse llevar por las promociones, pregúntese: ¿Esto lo quiero o lo necesito? Porque si la respuesta es “lo quiero porque está barato”, mejor guarde su dinero. Las deudas no son regalos, son cadenas que le atan al estrés y la ansiedad.
Así que sea más inteligente que las ofertas. No compre por impulso, no se endeude por cosas que mañana ni va a usar y, sobre todo, recuerde: las mejores cosas de la vida no vienen en descuento, ni en pagos chiquitos, sino en conexiones reales con las personas que ama. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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