Ya casi llega la Navidad, y con ella llega el momento de adornar la casa, esperar la comida chingona que sólo se come en esta época del año (cosa que no sé por qué), la festejación y, sobre todo, los regalos. En mi casa, que es la mía, tenemos todo un ritual para celebrar estas fiestas.
Primero adornamos la chimenea con las típicas luces centelleantes de colores; acto seguido, colocamos nuestro pinito y sobre él nuestro adorno principal: nuestra estrella. Esta es muy importante para nosotros, ya que es el primer adorno que mi esposa y yo compramos para celebrar esta ocasión. Y por supuesto, no puede faltar un detalle muy especial: nuestra fotografía con Santa Claus.
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Llegada la fecha mencionada, cenamos, nos divertimos y finalmente nos vamos a dormir para esperar al día siguiente la recompensa traída por este singular personaje. Y es aquí cuando me surge esta gran interrogante: ¿Quién es este viejo panzón?
La historia nos lo relaciona con San Nicolás de Bari, un santo muy querido oriundo de Turquía, aproximadamente del siglo II d.C. Nacido en el seno de una familia rica, al morir sus padres, decidió repartir sus riquezas entre los más necesitados y buscar refugio en la religión para tratar de aliviar el dolor causado por la muerte de sus progenitores.
Luego, en 1809, Washington Irving escribió la sátira “Historia de Nueva York”, en la que presentaba a un santo holandés “Sinterklaas” con la pronunciación angloparlante de Santa Claus. Y en 1823, el poeta Clement Moore publicó un poema con el que dio forma al actual mito. Este, basándose en el personaje de Irving, creó una versión enana y delgada como un duende que regalaba juguetes a los niños en vísperas de Navidad y que se desplazaba en un trineo tirado por nueve renos.
Después, la estadounidense Lomen Company, una empresa dedicada a la compraventa de rebaños de renos y frigoríficos, se le ocurrió en la Navidad de 1926, en conjunto con los almacenes Macy’s, elaborar una ingeniosa campaña de marketing para divulgar su producto principal: los renos. Aquí nace el Santa Claus viajando en un trineo tirado por renos, popularizándose estos bellos animalitos como su medio de transporte a finales del siglo 19.
Pero no fue hasta 1931 cuando una de las empresas de refrescos más populares en todo el mundo se encargó de darle la imagen conocida hoy en día: su traje rojo, prominente barriga y barba espesa. Esta empresa encargó al pintor Haddon Sundblom la remodelación de la figura de Santa Claus para hacerlo más humano y creíble. De hecho, se considera que esta campaña masiva fue una de las principales razones por las cuales Santa terminó vestido de color rojo y blanco, aunque estos publicistas no fueron los primeros en representarlo con estos colores.
Pero como era de esperarse, yo no me puedo quedar solamente con lo que nos cuenta la historia. Tuve que hacer mi análisis un poco más profundo sobre esta gran leyenda que forma parte de todo el folclore popular mundial.
Según dicen, se esconde en un rincón remoto del Polo Norte. Ahí no sólo se encuentra su hogar, sino su sede de operaciones. Algunos teóricos han intentado rastrearlo utilizando la lógica básica: “¡Oh, vamos! Si vive en el Polo Norte, ¡deberíamos encontrarlo allí!”. Pero claro, la logística de encontrar una aguja en un pajar palidece ante la tarea de encontrar a un gordo de barba blanca en una región congelada del tamaño de varios países.
Por cierto, ¿qué onda con esa gran y prominente barba? Este hombre debe ser la envidia de los barberos. ¿Cuál es su secreto para mantener esa barba perfectamente blanca? ¿Champú especial de renos? No lo sé.
Lo que sí sé es que no podemos pasar por alto todas las dudas lógicas que plantea esta supuesta leyenda. ¿Cómo es que nadie ha capturado una sola imagen clara de este misterioso individuo? ¿Dónde está la evidencia palpable más allá de algunas historias de niños que están tan llenos de azúcar que juran que vieron a Santa en la azotea?
No hay duda de que este multimillonario (el más peculiar del mundo, diría yo), este hombre de negocios legendario, ha construido un imperio en torno a una sola noche de trabajo al año. Sí, ha leído bien, ¡una sola noche! Aunque la mayoría de los magnates corporativos se esfuerzan durante todo el año para obtener ganancias, este buen hombre parece ser el epítome de la procrastinación, fabricando juguetes durante 364 días al año y saliendo a la carretera sólo en Nochebuena. ¿El secreto detrás de su éxito? Probablemente sea esa sonrisa contagiosa y su capacidad para sacar conejos mágicos de su sombrero, o mejor dicho, regalos de su saco interminable.
Sin un plan de negocios claro ni una estrategia de marketing tangible, este emprendedor con gorro puntiagudo confía en una red de elfos subcontratados que trabajan en condiciones dudosas. ¿Me pregunto si se enfrentará algún día a una demanda laboral por parte del Sindicato de Elfos Explotados? Nadie lo sabe, pero el taller parece operar con excelente eficiencia en una cadena de montaje.
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Otro detalle importante, no hay que olvidarnos de su gestión de la “lista de niños buenos y malos”. ¿Cómo puede un hombre manejar tal cantidad de información? ¿Utiliza un software de inteligencia artificial o se apoya en la asesoría de un consejo de elfos? ¡El misterio es parte de su encanto!
La supuesta “lista de niños buenos y malos” me parece más una táctica de chantaje psicológico que otra cosa. ¿Un método de control parental encubierto para mantener a los niños bajo control durante todo el año? Muy ingenioso, ¿no lo cree?
Por supuesto, es que la idea de regalos ilimitados para todos en una sola noche suena inverosímil. Con el mundo sobrepoblado y recursos limitados, parece un poco irresponsable promover esta idea de derroche desenfrenado.
Pero hablemos sobre su medio de transporte, un trineo volador tirado por renos. ¿Renos voladores? Sí, renos voladores. Aquí en México, la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC) es la que se encarga de regular el espacio aéreo y el transporte sustentable y seguro. Curiosamente, no hay un informe de que regule estos vuelos de animales “mágicos”.
Se dice que sus renos son capaces de volar a velocidades supersónicas sin importar las leyes de la aerodinámica. ¡Si eso no es un misterio aéreo digno de ser investigado, no sé qué lo es! De todos modos, ¿alguien le ha proporcionado a Rodolfo un contrato por derechos de autor por ser la cara iluminada de la Navidad? ¡Eso sí es injusticia laboral!
¿Y qué hay de su entrada a las casas? Aparentemente, su técnica de deslizamiento por chimeneas no ha sido superada por ninguna cerradura ni alarma de seguridad moderna. Esta habilidad para visitar cada hogar en una sola noche parece que ni UPS ni FedEx pueden competir con ese nivel de eficiencia. Quizás Amazon debería considerar contratarlo para su próxima estrategia de entrega exprés.
En resumen, Santa Claus sigue y seguirá siendo el hombre del momento en esta época del año. Aunque quizá sea hora de que revele algunos de sus secretos mejor guardados, como por ejemplo, ¿dónde guarda todos esos regalos o cómo logra caber por las chimeneas sin dejar rastro de hollín? Tal vez debamos esperar a que el próximo libro de autoayuda sobre administración del tiempo y logística sea escrito por el mismísimo Santa.
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Lo que no debemos esperar es el momento para disfrutar de esta fecha en compañía de nuestros seres queridos. Navidad no son los regalos, no es Santa Claus; Navidad es la oportunidad de comenzar otra vez, de nacer, no por nada viene del latín “nativitas-atis”, que significa nacimiento.
Como dijo ese famoso personaje creado por Charles Dickens, Ebenezer Scrooge: “celebraré la Navidad de todo corazón y procuraré hacer lo mismo durante todo el año. Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro”.
De gran corazón, les quiero desear una muy feliz Navidad y agradecer a cada uno de ustedes por el mejor regalo que me han dado: el poder tomarse un poco de su tiempo para leerme. Y como ya lo dijo el pequeño Tim: ¡Dios nos bendiga a cada uno!
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