La casa
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Quienes debíamos de salir a trabajar en las primeras semanas del confinamiento, implementamos rituales al regreso a casa: quitarse los zapatos antes de entrar, rociarnos con desinfectante, meterse a bañar... y después de eso, vivir sin tener contacto con el exterior.
En México no tuvimos toques de queda, ni que solicitar permisos para ir al supermercado como en Argentina o 20 minutos diarios para salir a caminar como en algunos países europeos; acá quien tenía que salir lo hacía, aunque muchos evitamos hacerlo por miedo. Las calles permanecían en silencio, la aparente calma me creaba inquietud.
¿Realmente éramos capaces de comprender qué estaba pasando? Yo no, definitivamente. Le inventaba actividades a mis días para no sentir la angustia, horneando, ayudando a mi hijo con las tareas o depurando la casa. En ese ejercicio encontré una gran cantidad de imágenes que había hecho desde el 2005 a la fecha; evidenciaban uno de los temas que más me interesan y que nunca había dicho abiertamente como creadora: La casa.
Pienso en la obra de Gisel Navarro (artista performer argentina) quien encuentra su casa como aquel espacio para desarrollar “pequeñas” acciones que nos conectan con las fuerzas invisibles que nos habitan, que nos atraviesan, a las que ella les llama Espiritualidad. En un mundo de impermanencia ¿de qué significados, prácticas, experiencias podemos agarrarnos para no desesperar? Con el paso de los días, el tiempo parecía cada vez más largo, la casa también comenzó a sentirse como cárcel. Para calmar esas grandes emociones, construye casas de papel y para exorcizarlas, las quema. La casa se vuelve cenizas, el cuerpo es aquel hogar y frontera que debemos de defender.
Por otro lado, los autorretratos en forma de viñetas de Ana Ben -dibujante coahuilense que quedó varada en Polonia durante ese tiempo- son como un espejo. Ben se retrata como una giganta en medio de Cracovia que trata de comunicar y no puede por las barreras del idioma y la cultura, y al mismo tiempo, de manera fotográfica se retrata en la soledad de su casa, como viendo al vacío, buscando respuestas en el aire.
¿Qué construimos en ella? ¿Qué seguridad nos da del exterior? ¿Es realmente un espacio de protección o solo una idea que nos han creado? ¿Es un lugar o es un estado emocional? Quizá la casa, hogar, núcleo, nido es una noción que habita en nosotras.
Desde la mirada feminista Elizabeth Rosas, artista y gestora de Morelos, a lo largo de los años ha abordado la inseguridad y la invisibilidad de género desde la casa, creando piezas contundentes que hablan de lo que conforma un hogar, a través de la fotografía, el collage y la gráfica. En piezas como Mis casas, Seguimos desapareciendo o No quiero desaparecer reflexiona acerca la casa como lugar carente de protección y refugio. ¿Cuánto tiempo más eso se seguirá repitiendo? Siempre quedan más preguntas que respuestas.
La simbología del hogar se construye a través de la experiencia y desde este espacio nos interesa mostrar las múltiples formas de compartirlas.