Yo encuentro libros raros. Mejor dicho: los libros raros me encuentran a mí. Siempre he pensado que son los libros los que nos hallan a nosotros, no nosotros a ellos. Buenos amigos son los libros, y los amigos buenos acuden sin que uno tenga que buscarlos.
Déjame enseñarte el último libro raro que encontré. Di con él en un baratillo de la Ciudad de México. Me costó 15 pesos −por eso digo que es un libro raro−, y se llama “La Cocina del Titanic”. En él se da a conocer lo que comieron los pasajeros de ese barco antes de morir.
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Permíteme, antes de hablar del dicho libro, incurrir en una digresión. Cuando cayó el Imperio Romano los clérigos dijeron que esa caída se debió a los pecados de los hombres. Un día aciago del que no quiero acordarme hube de cumplir la dolorosa misión de comunicarle a una madre que su pequeño hijo había perdido la vida en un accidente. Lanzó la infeliz gritos desgarrados, y entre alaridos de dolor clamó diciendo que el niño había muerto como castigo a los pecados de ella. Desde entonces detesto a los perversos hombres de religión que ponen en la gente la malvada idea de que Dios es un cruel juez castigador.
También cuando se hundió el Titanic −15 de abril de 1912− los eclesiásticos dijeron que la tragedia era un castigo divino a la soberbia de los hombres: los constructores del barco habían dicho que era insumergible, que ni siquiera Dios podía hundirlo. ¡Mil 500 muertos para que Dios mostrara su poder!
La verdad es que el desastre del Titanic, igual que muchos otros, se debió a una pendejada, con perdón sea dicho. O a una serie de ellas. La máxima velocidad del navío era de 23 nudos: 42 y medio kilómetros por hora. El capitán del barco ordenó que la velocidad se mantuviera en 22.5 nudos −casi la máxima−, a pesar de que el Titanic navegaba por aguas llenas de enormes icebergs. El tal capitán deseaba quedar bien con los dueños de la empresa acortando el tiempo de la travesía. Esa fue la primera pendejada.
La segunda, definitiva, se cometió cuando fue avistada la gran masa de hielo con que chocó el navío. El primer oficial dio al mismo tiempo dos órdenes contradictorias: virar y poner el motor en contramarcha para disminuir la velocidad. Si sólo hubiese virado sin reducir la velocidad el barco habría alcanzado a librar el iceberg. Si hubiese sólo disminuido la velocidad sin virar, el barco habría chocado de frente contra el iceberg, y aunque el golpe habría sido brutal el casco no habría sido perforado en la extensión con que lo fue, y el barco no se habría hundido. Pero al ordenar al mismo tiempo el viraje y la disminución de la velocidad, el Titanic chocó de lado contra el iceberg, y el impacto fue como el de una navaja que lo abrió a todo lo largo. Hasta aquí la inútil digresión.
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¿Qué comieron los pasajeros del Titanic? Me refiero a los de primera clase. Los pobres emigrantes irlandeses, que pagaron 2 libras por el pasaje, deben haber comido sólo papas. Los de la sección de lujo, cuyo boleto costaba 870 libras, comieron manjares y bebieron néctares. ¿Quién creen ustedes que era el oficial de más alta graduación en el navío después del capitán? ¡El jefe de cocina! Eso da idea de la importancia que la línea White Star daba al servicio de comedor en el Titanic. El menú de cada día fue diseñado nada menos que por Auguste Escoffier, entonces el más famoso chef del mundo, jefe de las cocinas de los hoteles Ritz y Carlton, inventor de la nouvelle cuisine francesa, por lo cual se le premió con la Legión de Honor.
Pero el espacio se me terminó. Mañana diré qué comieron los pasajeros del Titanic antes de morir.