¿Se acuerdan de la madrastra de Blanca Nieves? ¿La que se ponía frente al espejo y le preguntaba “espejito, espejito...¿quién es la más bonita? Y siempre le contestaba que ella era la más bella, y se armó la de Dios es Cristo el día que le respondió que Blanca Nieves. Que razón tenía el insigne poeta portugués Fernando Pessoa a propósito de esto. Por favor lea lo que expresó: “El que inventó el espejo envenenó el alma”. ¿Y yo por qué? hubiera replicado el químico germano Justus Von Liebig que fue precisamente quien lo creó al aplicar una capa metálica a un vidrio transparente. Pero no, no es a ese espejo al que quiero referirme, estimado leyente. Es a otro, uno en el que se proyecta nuestra imagen interior, la que tenemos de nosotros mismos, esa que nos da una identidad, la que vamos adquiriendo con el devenir de los años. Y hasta aquí vamos bien, el problema es cuando empezamos a no ser fieles a esa verdad interior y empezamos a distorsionarnos. Cuando nos atrevemos a mandar al carajo nuestra integridad y la incongruencia se va adueñando de nuestras actitudes y conductas, y ya entrados en gastos y siguiendo la procesión del que “es lo que hay”, y “todo el mundo es así”...el espejo, nuestro espejo, se va tornando opaco...y hay ámbitos del quehacer humano en los que el ego es más propenso a contaminarse... ¿ya lo tiene? Sí, el político, es el caldo de cultivo ideal para arrastrar al ego del que se lo permita, a sentirse, a creerse, muchas veces, que es lo que no es. Está bien quererse, pero el egocentrismo es odioso.
Hoy día el mundo del blof está saturado de toxinas que inflan el ego a mil por hora, al influjo del marketing, de las encuestas, de lo que “venden” los asesores de imagen, hay un buen número de políticos que pierden piso. El quehacer de un político para que sobresalga en mayor o menor grado, depende en mucho de su inteligencia, de su memoria, de su educación, de su “carisma”, pero esencialmente de como conjuga todo ese “acerbo” , entre todos esos factores hay uno que particularmente juega un papel sustantivo en su desempeño, es nada más y nada menos, que el ego. Al ego sino se le controla suele darse vuelo en los sentires y procederes de muchos políticos hinchados como globos y huecos como nuez vana. Y se atreven, ya llevados por el delirium que los domina, a hacer hasta declaraciones en las que exhiben su ausencia de entenderas, su falta de sensibilidad, su desconocimiento de la realidad, pecado mortal para alguien que se dedica al quehacer público. Y no sienten ni tantita pena, bueno hay muchos que ni la conocen. Que forma tan grotesca de exhibir sus carencias.
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Se explica la publicidad con fines comerciales, para vender, para ganchar clientes, pero en política...no, no se vale. Lo que debieran ofrecer a la población los políticos es confianza, credibilidad, honestidad, compromiso. Le deben respeto al electorado, a su condición de ciudadanos, a la inteligencia de quienes les pagan la dieta. Cuando el egocentrismo se adueña del político daña a la comunidad, toda vez que su objetivo ya no es servirle, se tergiversa, lo que impulsa, a todas luces, es convertirse en un polo de atracción al que le rindan aplauso y pleitesía. Los actos egocentristas suelen estar cargados de declaraciones falsas, estúpidas en ocasiones, que a nada contribuyen al fortalecimiento de un sistema democrático, pero sí a fastidiarlo y a hacer más aborrecible el ejercicio del poder público a los ojos de la ciudadanía. El político egocentrista se olvida del “nosotros” y se concentran en el “yo”, manda al carajo la política entendida como servicio y no le representa ni le dice nada el trabajar por el bien común. Su subjetividad pesa más que la realidad demandante que debiera resolver. Convengo con que el político debe atender a su ego para afianzar la confianza en sí mismo, el problema deviene cuando se embebe en ello, cuando determina que él es el todo y lo demás la nada.
Soy una convencida de que la política es un reactivo que pone a prueba la capacidad de saber quiénes somos, de atrevernos a preguntarnos por qué estamos en este medio, a qué aspiramos con nuestra participación en la misma, pero aclaro, me refiero a la verdadera política, a la disciplina entendida como instrumento para generar bien común, la política como vocación de servicio, la que fortalece al sistema democrático; no la deleznable, no la que despierta rechazo, no la invadida de descrédito, no la que arrastra corrupción y apesta a impunidad. No la que es sinónimo de prebendas y dinero mal habido, no la de los privilegios a los de mi gavilla, no la que ha condenado a millones de mexicanos a la dependencia eterna de los programas asistencialistas que no suprimen la pobreza, sino todo lo contrario, la procuran y la cuidan porque son las cadenas para mantener a la gente de rodillas, sin aspiración alguna. No me acuerdo donde lo leí, pero comulgo con la propuesta de que quienes nos dedicamos a la política profesionalmente, conversáramos de vez en cuando con nuestro ego, y tuviéramos los arrestos y la humildad de evaluar si sus acciones son parte del interés colectivo o nomás un capricho de ser yo, y no otros. Y algo más, contenerlo para que no diga sandeces y perjudique con ello lo que debe cuidarse por el bien de cuantos formamos la comunidad en la que VIVIMOS.