Cualquier gobierno que se jacte de ser democrático buscará justificar su actuación moralmente, los que no se rijan por esta norma que abreva en principios éticos y morales, están condenados al fracaso, y no son gobernantes, sino bandas de delincuentes que debieran ser perseguidos de oficio y condenados a parar en la cárcel.
Actuar contra los intereses del pueblo, que es el que paga sus dietas, y sobre todo, confió en ellos, debiera castigarse con rigor ejemplar. Entre los tarascos, las raterías cometidas por los gobernantes se pagaban con la vida de estos y las de sus familias, y la destrucción de sus bienes. Los mexicanos necesitamos definir que queremos para el país, y el país somos nosotros.
TE PUEDE INTERESAR: Navidad es renacer...
El deterioro de nuestra de por sí enteca democracia –y en mucho por irresponsabilidad ciudadana– ya es legendario, forma parte de nuestra idiosincrasia valemadrista por cuanto al ámbito del servicio público se refiere, pero hoy día estamos peor.
La calidad de vida de millones de mexicanos va en descenso, los últimos datos de Coneval señalan que la gente en pobreza extrema ha crecido, pasó de 7 por ciento en 2018 (8.7 millones de personas) a 7.1 por ciento en 2022 (9.1 millones de personas), tenemos 400 mil más en esta suerte.
Hay una evidencia contundente de que las políticas públicas que se han implementado no son las idóneas para solventar una problemática que nos afecta a todos o ¿no es relevante que mejore el nivel de vida de cuantos aquí vivimos?
Me viene a la memoria una frase demoledora de Sir Francis Bacon –qué vigencia-: “...no hay cosa que haga más daño a una nación como que la gente astuta pase por inteligente”.
¿Por qué hemos sido tan descuidados en la elección de quienes les entregamos la conducción de nuestra casa? ¿Por qué nos ha valido una pura y dos con sal su ausencia de solidez intelectual y su desapego a la ética en el ejercicio del poder que se les confiere por mandato de ley? La exhibición de especímenes con estas carencias habla de nuestro desinterés en la cosa pública.
Cada puesto demanda actitudes, aptitudes y conocimientos específicos. Ubicar a quienes los cubren en el sitio que corresponde es el desafío de cualquier organización que pretenda ser exitosa. Los gobiernos de los tres niveles, los congresos, no están exentos de la observancia de esta regla elemental de la Administración. Gestionar con criterios de idoneidad y eficiencia es elemental para alcanzar los objetivos planteados, traducidos en resultados medibles.
No hay nada más contraproducente que hacer caso omiso de este a-b-c. México no está para improvisaciones. Es una grosería, un insulto, que sigamos solapando con nuestra indiferencia ciudadana gestiones ineficientes. Quienes pagamos los platos rotos somos nosotros.
La mediocridad es incompetencia y lo que engendra es ineficiencia. La mediocridad hunde cuanto toca. Es imposible que haya gobiernos exitosos y por ende naciones exitosas, si se consiente esta lacra. La mediocridad es sinónimo de ausencia de objetivos.
Y objetivo, que nos quede claro, no es igual que ilusión o deseo. Un objetivo es básico que sea posible, concreto, claro, susceptible de ser definido estratégicamente en espacio y tiempo previstos y al que se le debe de dar seguimiento puntual.
Lo que no es medible vale sorbete. Cualquier organización, es cierto, puede caer en la mediocridad, lo que es irracional es quedarse en ese estado hasta la consumación de los siglos.
Son patéticos los mediocres, se dedican a buscar culpables en lugar de soluciones, o peor tantito, se asumen como víctimas de las circunstancias.
Va como anillo al dedo la frase del Julio César de Shakespeare, cuando Casio le dice a Bruto: “...es de su suerte dueño el hombre a veces. No es culpa de los astros, caro Bruto, es culpa nuestra que vivamos siervos”. Y me duele subrayarlo, pero tenemos mucho que reprocharnos los mexicanos por nuestra actitud de mirones de palo.
TE PUEDE INTERESAR: El respeto en primera persona
Vamos a darnos la oportunidad este 2024, con el poder ciudadano que la Constitución de la República nos confiere, de llevar, tanto a la presidencia de México, como al Poder Legislativo de la Unión, a personas pensantes, casadas con el compromiso de servirle al país y de no disponer de ni un centavo de la hacienda pública, salvo la paga que les corresponda. Necesita nuestro México personas que no vean en el cargo público la posición “inmejorable” para “hacer negocios” y beneficiarse ellos, parentela y lamesuelas que los acompañan, a costa del bienestar de millones de mexicanos.
Necesitamos representantes que sí les importe que la educación, la salud, las condiciones para generar empleos que permitan tener una vida digna, sean de primer nivel. Es una vergüenza lo que hoy ofrece el sector público en estos tres ejes vitales para el desarrollo nacional integral. Necesitamos representantes con sensibilidad, no incongruentes que dicen una cosa y hacen otra.
Necesitamos un gobierno que entienda que lo que le corresponde es administrar y gobernar, empeñado en convertir al país en un polo de inversión nacional y extranjera, porque es esto lo que genera empleos, riqueza económica y abate el crimen y la violencia.
Seamos los arquitectos del país que queremos. Feliz Año Nuevo.