La fábula del unicornio imperfecto

Opinión
/ 23 octubre 2022

Frente a la Casa de las criaturas imposibles, el viejo orador recorría la ruinosa tarima para contar sus mentiras. Según él, cada una de sus mascotas tenía una historia muy peculiar sobre su captura y estaba por cerrar el show con la del espécimen más raro en su colección.

―Compren sus entradas porque se agotan ―decía―. Nadie querrá perderse las maravillas de mi grandiosa carpa.

La plataforma de madera apenas podía sostenerse sobre su andamiaje astillado; pero el anciano atravesaba el entablado con el micrófono de pedestal en ristre, cual estrella de rock, para pregonar el inventario de su zoológico inverosímil.

La feria del pueblo nunca había tenido un espectáculo tan enérgico ni ruidoso.

Fiel a la tradición de los merolicos, el vendedor de ilusiones prometía que su local destartalado exponía a bestias fabulosas, como la cabra de tres cabezas o la serpiente con patas. Mucha gente reía con sus fraudulentas exhibiciones; pero el presentador hacía gala de su oratoria para invitarlos al Círculo de lo inaudito, cuyo rimbombante nombre escondía que, a esa área delimitada por líneas de cal, se reducía el alcance de los altavoces.

―No muy lejos de aquí ―comenzó su relato el falso domador de fieras sobrenaturales―, cuando en otra época había escenarios para cuentos de hadas y se hablaba con los animales, existía una playa invisible para los mapas modernos y oculta para cualquier brújula. Ahí vivía encerrado por altas cordilleras un unicornio que creía estar incompleto y simétricamente feo.

”El majestuoso ejemplar pasaba los días y las noches mirándose sobre el reflejo del agua estancada que venía del océano. Ahí se quejaba de su apariencia sin armonía. El motivo de su angustia radicaba en la única protuberancia sobre su cabeza. Sus lamentos se podían escuchar hasta mar adentro...”

Entre risotadas, la gente oía con asombro al tipo del escenario; pero se resistía a abandonar el lugar hasta descubrir en qué terminaba semejante embuste.

―Cierta vez, un hombre brotó del agua arrastrado por las olas ―prosiguió su relato el encantador de tontos―. El náufrago sorprendió al corcel en la orilla. Su nombre era Orestes y su oficio, la piratería. A este bribón, el unicornio le pareció un espécimen hermosísimo y gentil. Sin embargo, si no era astuto, el mítico animal huiría de inmediato. Con pasos ligeros se acercó él y, escuchando el soliloquio sobre su malformación, le dijo: “Amigo mío. Haz caso a las palabras de un trotamundos, cuyo destino le trajo hasta ti desde África y Asia, pues recorrí los parajes más recónditos del planeta: no te puedes quejar. Los rinocerontes son cazados en la sabana a cambio de cuerno y medio. Los venados y bisontes tienen más ramificaciones óseas que tú; pero sirven de alimento y vestido. No hay privilegio alguno por tener más huesos fuera de la cabeza.

”No entiendes, buen hombre. Hablo de la igualdad matemática ―dijo el corcel, bastante entendido en la materia de Pitágoras―. La belleza está en la proporción y en mí no existe equilibrio alguno. Soy una aberración de la geometría.

”Escucha bien. Los bueyes son simétricos de pies a cabeza y trabajan muy duro labrando la tierra ―continuó el pérfido corsario, igual de farsante con la lengua que con sus actos―. El toro de lidia, aunque dicen que muere en la plaza con mucha gloria, nace para ser sacrificado por el matador, pese a su testa invariable.

”Es que, si tan sólo me creciera otro cuerno, yo sería un modelo digno de todas las artes ―le dijo el unicornio―. Me verían como el animal más bello de la naturaleza mágica con base en la perfección numérica. Ni siquiera el Pegaso, con sus alas, podría sustituirme.

” ¡Cuánta es tu ambición! Tampoco desaires tus privilegios. La atención del reino es tuya por completo. Te tienen cautivo para tu protección porque eres insustituible. Es tan difícil internarse en este territorio, que sólo yo, de toda mi embarcación, logré salvar el pellejo. Ningún ejemplar es oponente para tu rareza, salvo por otros seres igual de mitológicos que tú, como la quimera o el dragón...

”¡Exacto! Esa especie resulta exquisita ―interrumpió el fabuloso animal, sin saber que el aventurero tendía su trampa―. Mi sueño sería convertirme en un lanzafuego con escamas. Ellos tienen dos astas y, si un valiente caballero les da muerte partiéndolos a la mitad, incluso sus cadáveres serán idénticos. Siento tanta vergüenza... Prefiero no tener cuerno antes que seguir en el mismo estado.

”No soy hada madrina ni pozo de los deseos ―añadió el bandido de mar―. Ojalá pudieras estar contento con tu apariencia. Pero, si en verdad piensas de ese modo y el chichón te molesta en demasía, lo podemos resolver. Poseo una espada que separa verrugas, parásitos o absurdos de la carne. Tú asigna el precio de mi servicio.

”El unicornio prometió cederle su protuberancia a cambio y agachó la cabeza.

”El infame aventurero aceptó la oferta, desenvainó su hoja de acero y rebanó desde su base la anomalía dorada. Pronto pidió en pago el fruto de su cirugía.

”El corcel no tuvo dificultades para entregar su corona porque su simetría por fin estaba completa. Aun así, el náufrago mentiroso quiso prevenir lamentaciones e inventó las secuelas con su advertencia final: El cuerno de los unicornios está relacionado con su cantidad de reproches y resentimiento; en pocas palabras, es abono para sí mismo. Así que por muy mal que vayan las cosas nunca te arrepientas de tus actos ni pienses en recuperar algo que diste a cambio como obsequio u honorarios. Si te torturas con ello, tu cuerno crecerá hasta su estado original o será incluso más grande. Y te advierto que por ningún motivo habrá reembolsos.

”Satisfechos ambos, embaucador y unicornio tomaron caminos diferentes. Uno marchó feliz con el hurto perfecto y el otro, igual de contento, aunque había sido estafado por un vil pirata.

”Días más tarde, unos mozos del reino rebasaron el límite permitido por la autoridad y llegaron a la playa virgen. Vieron al corcel sin el símbolo de su fabulosidad y lo raptaron. Por el resto de su vida, el orgulloso animal consumió su noble sangre dando vueltas en círculos para hacer funcionar el molino de la aldea. Y porque creían que era un semental bastante exótico por la blancura de su pelaje, el pueblo lo disfrazaba de unicornio en los festejos por las cosechas. Pegaban a su frente un pepino pintado de amarillo. Señoras y señores, nadie preguntó la causa de su longevidad hasta que yo lo pude adquirir a buen precio”.

― ¡Que suenen los tambores, maestro ―exigió el falso cazador de fieras a su ayudante tras bambalinas―, porque aquí tenemos para ustedes, comprobado tras una investigación a fondo en el Archivo Real de Linajes Equinos, a quien ha vivido de familia en familia como una reliquia viviente, al orgulloso unicornio y su pepino pintado de amarillo...

Con más pinta de mula de carga que de criatura mitológica, un galgo rocín salió trotando de la carpa, instalada a un costado de la tarima. Dos auxiliares depositaron canastas con fruta y verduras podridas frente a los espectadores. El relato fue tan convincente que nadie dudó en arrojar los restos de comida al corcel guiado por un granjero. La frustración del público por despreciar una buena posición, vino a caer sobre el pobre animal y, principalmente, su testa ―se diría que rasa y blanquecina, pero ya había chipotes y manchas secas de la función anterior.

―Es indignante ―vociferó un vaquero del público. Algunos efusivos tiradores se detuvieron a desgana y otros le repelieron con chiflidos―. ¿Acaso crees que somos ingenuos? Ustedes son el fraude.

El merolico se mantuvo imperturbable por esa acusación y buscó en la muchedumbre el origen del reclamo.

―Eso es un plátano ―gritó el vaquero, vestido a lo Cocodrilo Dundee―. Además, no nos interesa conocer la farsa sobre la farsa. ¿Dónde está el chipote dorado? ¡A mí me prometieron un unicornio!

―Lamentablemente, sólo recuperamos a la bestia ―se excusó el presentador―. El hueso de su cabeza todavía está, como trofeo, en poder de aquel patán que lo engañó hace tanto tiempo.

― ¿De verdad, Orestes? ¿O sólo lo vendiste al mejor postor?

El anciano titubeó en su defensa y tragó saliva con dificultad debido al nudo de su corbata. Pronto buscó el respaldo de sus ayudantes.

―Cuando te viste acorralado por tus acreedores, regresaste a donde comenzó tu fortuna ―continuó el vaquero―. Aunque no lo hallaste en su hábitat protegido, buscaste en los alrededores. Tal era tu voracidad... Cuando lo descubriste, fue sencillo comprarlo en la aldea. Nadie conocía la nobleza del portento; tampoco nadie pudo defenderlo, incluso ni él mismo. Es bien sabido que si el corcel pierde su cuerno, también el don del habla. Planeaste exhibirlo como una maravilla; pero, cuando nadie creyó que el caballo era un unicornio mutilado por tu codicia, decidiste humillarlo para tu provecho.

Si hay algo que la gente odia más que el derroche de privilegios, es a los villanos de cuento. El público se convirtió en una turba que abandonó el Círculo de lo inaudito entre abucheos y exigió el reembolso de su entrada.

El vaquero se perdió en la multitud, pero no huyó de la feria. En medio de la confusión, se metió al pequeño establo donde llevaron al corcel maltrecho. Su misión era otra. Sacó un pin de su bolsillo y lo puso en la solapa del chaleco de safari. El botón decía: “Guardaparques de Áreas Fantásticas Protegidas”.

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