La guerra de las migajas electorales en una oposición dividida
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El generalizado descrédito de los partidos políticos se enmarca en una crisis mucho más amplia que bien podemos caracterizar como crisis civilizatoria. Desde Hungría hasta Argentina, desde los Estados Unidos o la Unión Europea, las “democracias” hacen agua y, desde mediados de la década pasada, irrumpen en su lugar diversas formas de populismo personalista.
Un hito de este proceso lo marca, sin duda alguna, el arribo de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos en 2017. México lo ha venido viviendo desde 2018 tras el arrasador triunfo en las urnas de Andrés Manuel López Obrador. ¿Qué decir del fenómeno Milei en Argentina?
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El descrédito de los partidos políticos, en México y en el mundo, dio vida y fuerza a esta forma de hacer política, que rompe todos los moldes de la democracia liberal y de las formas tradicionales de hacer política.
En este escenario y con estos actores, las ideologías, las plataformas, las declaraciones de principios dejan de tener relevancia para el electorado. Estos personajes se asumen como encarnación del pueblo, ignoran toda crítica, enarbolan un discurso simplón que polariza y se sienten cómodos sólo entre los suyos, gobernando para los suyos.
Lo cierto es que, a la hora de evaluar, con el paso de los años, estos gobiernos, suelen dar malos resultados en todos sus temas y frentes, dejan tras de sí una sociedad dividida y enconada. Con un mal sabor de boca que a nadie gusta, estos personajes suelen retirarse a su casa tras la derrota, a dejar o encabezar en su lugar a gobiernos abiertamente autoritarios y antidemocráticos.
Es preciso comprender que estos personajes no actúan en el vacío, son posibles y tienen éxito, así sea temporal, porque concuerdan y se articulan con la coyuntura socio política, económica y cultural que generaron sus antecesores en el gobierno.
Ante tal escenario, el sentido común indicaría que los partidos tradicionales aprenderían la lección y aprovecharían la caída de los populismos para sanearse y reorganizarse, que tenderían puentes hacia la ciudadanía, oxigenarían sus filas con sangre no viciada, se alejarían de las prácticas y vicios que los llevaron a la derrota propiciando el surgimiento de los gobiernos populistas. Pero estamos viendo que aquí en México concretamente, no es así.
En el principio no había reparto alguno, el PRI monopolizaba prácticamente todo. Poco más tarde, el pastel a repartir entre PRI, PAN y PRD era enorme, en cargos, posiciones, curules, escaños, regidurías, alcaldías y más. La democracia fue un gran negocio para muchos. Hoy, ese pastel se ha reducido a menos de la mitad y tienen que repartirlo entre tres y a veces entre más. Los errores en democracia cuestan, pero también ofrecen lecciones para quien quiera aprender.
Pese a lo que indica el sentido común, la partidocracia mexicana decidió no oxigenarse, optó por excluir a la ciudadanía. Las cada vez más pequeñas rebanadas de pastel sólo alcanzaron para los que siguen administrando esas entelequias llamadas partidos políticos. Los dirigentes nacionales y sus círculos cercanos son los únicos que aparecen en las listas, sólo para ellos alcanza, las rebanadas son ahora migajas.
Con esa actitud las cúpulas parecen apostar a la derrota de Xóchitl Gálvez en las urnas. La sacrifican, la mandan al matadero, para cuidarse, para blindarse con un fuero temporal, anteponen su interés personal y se hacen de algún presupuesto público.
En una democracia, las candidaturas, especialmente las de representación proporcional, son oportunidades concretas para incluir a la ciudadanía, para tejer alianzas con diversos sectores, porque el objetivo debería ser ganar la elección, regresar al poder porque se tiene agenda, se tiene propuesta y potencialmente se busca “rescatar a México” sea lo que sea que esto signifique.
Pero no, las cúpulas partidocráticas no tienen ese interés, apuestan por sí mismas, por sus intereses, por su bienestar. Se equivocan en creer que ese statu quo va a durarles. El pastel se redujo a rebanadas y éstas ya mero son migajas. En la rebatinga por las migajas, los amigos de ayer son los enemigos de hoy.
En Coahuila, Jesús de León, escudero eterno de Guillermo Anaya, se enfrenta a su exlíder moral, por decantarse por Marcelo Torres, que goza del aprecio de los dueños de las migajas del PAN nacional. Poco importó el proceso interno, de lo poco que queda del PAN en Coahuila. La partidocracia no entiende que no entiende. La ambición ciega no les permite ver lo evidente. No nos preguntemos luego por qué Andrés Manuel López Obrador y su movimiento tienen la fuerza que siguen teniendo.
X: @chuyramirezr