La hostilidad involuntaria en el diseño de las ciudades (Parte I)
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Hace algunas semanas, mientras circulaba en automóvil por el Centro Histórico de Saltillo, en la calle Xicoténcatl hacia el norte de la ciudad, me detuve en el alto obligatorio en la esquina con la calle Ramón Corona. Allí observé a una señora de la tercera edad caminando por el arroyo vial en dirección sur, evidentemente sin que esa fuera su intención. Sin embargo, desplazarse sobre la banqueta no era para ella una opción viable.
La diferencia de altura entre la banqueta y el pavimento precisa de un esfuerzo considerable para que una persona con movilidad limitada acceda a aquella. Además, el agua acumulada de la lluvia del día anterior se concentraba en la cuneta debido a una rejilla pluvial tapada, formando un charco extenso que obligaba a dar un paso largo y ágil para continuar por la banqueta.
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Claramente, estas condiciones forzaron a la señora a caminar por el espacio destinado a la circulación vehicular con los riesgos que ello implica. Surge entonces la pregunta: ¿cuántos obstáculos adicionales habrá tenido que sortear al salir de su casa y cuántos más enfrentará para regresar sana y salva?
Esta pregunta no es una que sea recurrente para quien tiene la agilidad necesaria para caminar a pesar de esas condiciones adversas, o quien puede conducir un vehículo que lo aísla por completo de esas realidades y que muy probablemente pasan desapercibidas por la velocidad de tránsito y la necesidad de enfocarse en otros aspectos de la movilidad.
Para contextualizar en términos de distribución poblacional por edad, consideremos los siguientes datos. En Coahuila, según el Censo 2020 del Inegi, de un total de 3 millones 146 mil 771 habitantes, 348 mil 537 tienen 60 años o más. Es decir, sólo una décima parte de la población estatal se ajusta a la definición de Naciones Unidas de persona adulta mayor. Este grupo etario presenta con frecuencia necesidades especiales para sus desplazamientos.
Además de las personas con condiciones particulares de movilidad debido a su edad, existen aquellas que requieren infraestructura de desplazamiento con condiciones particulares por tener alguna discapacidad. Según el Inegi, en el estado, al año 2020, las principales discapacidades presentes en la población eran la discapacidad física (64 mil 602 personas), discapacidad visual (57 mil 381 personas) y discapacidad motriz (29 mil 181 personas).
Estas personas se enfrentan a un entorno urbano que no les permite circular de manera segura y cómoda por las calles que conectan su domicilio con el resto de la ciudad. Esto no se limita al simple desplazamiento para disfrutar del espacio público, sino que incluye traslados para necesidades básicas como ir al médico, hacer la despensa, acudir a centros educativos, ir a trabajar o realizar algún trámite, entre otros.
Habrá quien perciba, al menos en cuanto a temas de edad, esta realidad como distante. Sin embargo, considerando que, aunque en 2020 más de una tercera parte de la población en Coahuila (un millón 188 mil 281 personas) se encontraba entre los 30 y los 59 años, para el año 2050 ese mismo grupo estará entre los 60 y los 89 años. Una parte importante de la población del estado tendrá entonces una edad cuyas necesidades de desplazamiento no serán compatibles con la oferta que aportan hoy en día las ciudades.
¿Por qué entonces las ciudades siguen diseñándose de manera que no permiten el uso y disfrute pleno de toda la población? Existe un concepto en diseño urbano conocido como arquitectura hostil, que básicamente se refiere a crear o modificar espacios o elementos en el espacio público para desalentar ciertas formas de uso. Por ejemplo, cuando se instalan púas metálicas en estructuras de baja altura para evitar que alguien las pueda utilizar para sentarse.
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Existe también una expresión involuntaria de esta forma de diseño, que se manifiesta cuando no se considera a todas las personas potencialmente usuarias de algún elemento del espacio público, excluyéndolas de la posibilidad de su disfrute. Así, cuando una banqueta carece de línea podotáctil o de semáforos auditivos, se generan condiciones excluyentes para el desplazamiento de personas ciegas.
Estas condiciones excluyentes constituyen una forma de diseño involuntariamente hostil de espacios y elementos que deberían estar concebidos para el uso y disfrute más amplio posible. Mucho de esto deriva de que las ciudades han privilegiado el diseño urbano centrado en el automóvil, desplazando a las personas del lugar protagónico que deberían de tener en el modelado y gestión de los asentamientos humanos.
jruiz@imaginemoscs.org