La infancia y el trabajo tienen su día para que no haya indiferencia ni desinterés
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Al niño se le puede tratar como un tumor.
Como un intruso agresor. Y ya nacido, se le puede ver como una cosa, un estorbo y no como una persona.
Al trabajo se le puede ver como carga, como castigo o como mercancía, ignorando su dignidad.
Se tiene una semántica confusa por un elenco de significados de la palabra niño. Puede significar el no nacido, el bebé, el que vive el tiempo de lactancia, el que da los primeros pasos con andadera, el que ya va al kínder y aprende las primeras canciones infantiles. Es el que va a la escuela en las siguientes etapas de su desarrollo. Puede prolongarse su niñez hasta los 11 o 12 años, con adolescencia adelantada. Acá en nuestros rumbos, hasta a los que fueron cadetes aguerridos en Chapultepec se les llama “niños héroes”.
Durante todos esos lapsos se presentan peligros, agresiones, que lesionan su integridad física, psicológica y espiritual. Los días dedicados al niño y al trabajo son para que no haya indiferencia, incuria y desinterés frente a esas realidades centelleantes que reclaman atención en la trayectoria existencial de todos los viajeros de la vida.
No bastan las estadísticas que se presentan “a la baja” en secuestros, malos tratos, violaciones, compraventas y trabajo prematuro con explotación nefasta. Se requiere el saneamiento total.
Son aplaudibles todas las iniciativas y los proyectos que están en marcha para proteger, promover y defender a quienes necesitan apoyo para llegar a su madurez humana, viviendo, con seguridad, una parte de la vida que prepara la suficiencia y los resultados para el bien de todos.
LOS TRES RUMBOS DEL TRABAJO
Hacia fuera, hacia dentro y hacia arriba.
Es fuerza transformadora de cuerpo y espíritu.
Completa la Creación, adaptando la materia para que los satisfactores de las necesidades humanas alcancen, con facilidad creciente, sus objetivos. Es su rumbo hacia fuera al encuentro de fuerzas naturales que pueden tener un aprovechamiento progresivo sin causar daño.
El trabajo tiene un rumbo hacia dentro del mismo trabajador porque perfecciona sus facultades. Su memoria y su inteligencia se enriquecen, su voluntad se templa con nuevas destrezas, su corazón se ennoblece con mejores sentimientos al servir a la comunidad y el cuerpo se vuelve recio y ágil si observa nutrición sana, descanso bien dosificado y esfuerzos sin exceso.
El rumbo hacia arriba es el que eleva en los vientos contrarios e ilumina, como claraboya, la verdadera fe como manantial de sentido y de esperanza de bienes superiores, dirigidos a la trascendencia. El trabajo se vive como una complementación de la obra creadora, en un seguimiento redentor.
PREVENIR, MÁS QUE LAMENTAR Y ACUSAR
Son los mantenimientos los que evitan las catástrofes.
La grieta resanada y reforzada a tiempo evita el derrumbe arrollador. El tornillo apretado salva vidas. La desinfección de contenedores evita la infección intestinal.
Se pone de moda el profeta de calamidades, el heraldo de infortunios, el que se lamenta y acusa sin haber advertido, que condena sin haber jamás propuesto, el arúspice de próximos desastres con denuncia que nunca tuvo anuncio.
Propuesta, sugerencia, contribución, complementación en vez de oposición, separación y agresión es asimilar la sabiduría de la Creación...