La insania del odio

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Es escalofriante comprobar como el odio y la polarización van in crescendo. Nos los encontramos galopantes en las redes sociales, en opiniones de líderes políticos, en programas televisivos, en conversaciones... se meten en el ánimo de gente que se los permite. Hay quienes lo siembran a propósito para alcanzar un cargo público, con consecuencias desastrosas para la democracia.
La historia del odio es ancestral, el primer crimen se perpetró entre hermanos, Caín le dio muerte a Abel. Jamás ha dado frutos buenos, cuanto toca, a la larga, se pudre. Es un cáncer que carcome al que lo incuba, y no le importa hacer su propia vida miserable. Y ha “ganado” espacios en aquellos que le apuestan a montarse en él para salirse con la suya, al precio que sea. No me alcanzaría el espacio para el listado infinito de crímenes perpetrados por su influencia.
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El odio promueve la violencia y la intolerancia. Y en nuestros días su impacto es temerario dado el “avance” tecnológico de la comunicación. La retórica divisoria que se extiende a niveles escalofriantes está poniendo en peligro la paz mundial. Así de grave es esta plaga. La Historia tiene capítulos enteros registrados de los males que provoca y no obstante, su marcha parece incontenible.
En el siglo XX hubo dos guerras mundiales. Ambas alimentadas con dos ingredientes del odio, el poder insaciable y la soberbia. Hagamos memoria, un poquito de memoria. Hubo tiempos, y me voy más atrás, batirse a duelo era práctica de “honor”, luego se inventaron el mensur, combates de esgrima que les permitía a los participantes hacer alarde de su “hombría”, las cicatrices producto de los encuentros se lucían como trofeos. Eran válvulas de escape individual acordes a la época, hoy vemos algo similar en las manifestaciones extremas de quienes se endiablan en un estadio de futbol porque no gana el equipo de sus preferencias, o bien en lo exacerbado de la celebración porque se corona al que ellos le van. Hay una agresión flagrante o disimulada, que provoca daños a terceros y destrozos materiales. Lleve usted esto al terreno de la política, y pondere el tamaño del impulso de la agresividad colectiva, que en sí misma genera un caldo de cultivo para una guerra. Y las guerras hoy día, no se dan necesariamente entre países, muchas son domésticas.
Actualmente, y lo subrayo, estamos viendo en las redes sociales una avalancha de desinformación, de descalificación, de violencia en todas sus infaustas manifestaciones, invitando al odio. Todos los días tenemos los noticieros cargados de cuanto denigra al ser humano perpetrado por el mismo ser humano. Ucrania se desangra, y la ancestral e infausta guerra en la franja de Gaza, no son invento ¿Cuántos inocentes más tienen que morir para saciar el hambre de poder de quienes las “alimentan”? Y estos mecenas de la muerte no sufren ni un rasguño.
Era yo una adolescente cuando inició aquel movimiento de Peace and Love, Amor y Paz, en nuestro hermoso castellano. Que era un llamado a la no violencia, a la no barbarie. Y me viene a la memoria la pieza más hermosa que compuso John Lennon: Imagine. Es un poema a la concordia, al amor, a la unión, a la esperanza, al no te olvides de quien eres... “Imagina que no existe el paraíso, Imagine there’s no heaven. Es fácil si lo intentas. It’s easy if you try. Ningún infierno bajo nosotros No hell below us. Por encima de nosotros solo el cielo. Above us only sky. Imagina toda la gente. Imagine all the people. Viviendo el hoy. Living for today. Imagina que no hay países. Imagine there’s no countries. No es difícil. It isn’t hard to do. Nada porque matar o morir. Nothing to kill or die for. Imagina toda la gente. Imagine all the people. Viviendo la vida en paz. Living life in peace...”. Fue el himno de una generación. En aquel entonces no le di todo el peso que tenía, quizá porque no la comprendía del todo, pero hoy que la evoco a la distancia de esta edad tan bella que disfruto, le comparto, generoso leyente, que no ha perdido su vigencia.
¿Hacia dónde va una sociedad, en la que un número importante de personas se empecinan en “normalizar” el uso de un lenguaje cargado de leperadas, de insultos, de sexismo, de ataques personales, de discriminación, de mofa, de todo cuanto agravia a quien o a quienes lo destinan? La cultura del odio no promueve la convivencia, ni el diálogo, ni la tolerancia. ¿A dónde vamos con ese desprecio? Lo que tenemos que enseñar, CON EJEMPLO, a las nuevas generaciones, es a escuchar, a que somos seres gregarios, no lobos esteparios, a reforzar los valores éticos y cívicos, indispensables para salvaguardar la equidad social. ¿Por qué hemos de renunciar a lo que naturalmente somos?
Pongámosle un “hasta aquí” a la escalada del odio. No transitemos por su deleznable geografía apuntalada en la exclusión, en el uso de estereotipos, de apodos, de intimidación, de señalamientos producto de una emoción insana y reprobable. La deshumanización progresiva que promueve el odio se traduce en amenazas, en vandalismo, en violación y hasta en homicidio. Es inaplazable tejer lazos de solidaridad, de dejar de ser presas del egoísmo, de comprometernos en la defensa de los derechos humanos, de la vida entendida con todo aquello que la hace posible, como son la salvaguarda del planeta, el respeto irrestricto a la biodiversidad y a la comunidad de la que somos parte. Tenemos que gestionar cuanto esté en nuestras manos para que reflorezca la dignidad de la que hemos sido investidos desde el instante de la concepción. Tenemos que aprender a convivir, es lo que le ha permitido a nuestra especie no desaparecer de la faz de la tierra. Convivir estriba en aceptar que tenemos diferencias, pero también inteligencia y disposición para respetar las de los demás, y que los conflictos que surjan se resuelven con la cabeza no con los intestinos. Vivir en paz, es conveniencia propia.
Enderecemos el rumbo. Hagámonos cargo de lo que está sucediendo en nuestro país. Los 200 pares de zapatos encontrados en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, no es asunto menor. No sucedió en Marte, ni en Saturno, es aquí, en el planeta Tierra, en México. Ya es hora de que los padres de familia, le den prioridad a la formación de sus hijos. Los delincuentes no son extraterrestres. Y que todos los mexicanos entendamos que ser ciudadanos, no es sinónimo de población.