Por Kevin Roose, The New York Times.
Lo ocurrido en OpenAI durante los últimos cinco días podría describirse de muchas maneras: un jugoso drama entre altos ejecutivos, un tira y afloja en torno a una de las mayores empresas emergentes de Estados Unidos, un choque entre los que quieren que la inteligencia artificial avance más rápido y quienes quieren frenarla.
Sin embargo, aún más importante, fue una lucha entre dos visiones enfrentadas de la inteligencia artificial.
En una visión, la inteligencia artificial es una nueva herramienta transformadora, la última de una serie de innovaciones que han cambiado el mundo, como la máquina de vapor, la electricidad y la computadora personal, que, si se utiliza de forma correcta, podría dar lugar a una nueva era de prosperidad y generar mucho dinero para las empresas que aprovechen su potencial.
En otra visión, la inteligencia artificial es algo más parecido a una forma de vida extraterrestre, un leviatán invocado desde las profundidades matemáticas de las redes neuronales, que se debe contener y desplegar con extrema precaución para evitar que tome el control y nos mate a todos.
Con el regreso de Sam Altman el martes a OpenAI, empresa cuyo consejo de administración lo despidió como director ejecutivo el viernes, la batalla entre estos dos puntos de vista parece haber terminado.
El Equipo Capitalismo ganó. El Equipo Leviatán perdió.
El nuevo consejo de OpenAI estará compuesto por tres personas, al menos en un inicio: Adam D’Angelo, director ejecutivo de Quora (y único miembro del consejo antiguo); Bret Taylor, exejecutivo de Facebook y Salesforce; y Larry Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos. Se espera que el consejo de administración crezca a partir de ahí.
También se espera que el mayor inversionista de OpenAI, Microsoft, tenga más voz en la gobernanza de OpenAI en el futuro. Esto podría incluir un puesto en el consejo.
Tres de los miembros que impulsaron la destitución de Altman ya no son parte del consejo: Ilya Sutskever, científico jefe de OpenAI (que ya retractó su decisión); Helen Toner, directora de estrategia del Centro de Seguridad y Tecnologías Emergentes de la Universidad de Georgetown; y Tasha McCauley, empresaria e investigadora de RAND Corp.
Sutskever, Toner y McCauley representan el tipo de personas que hace una década estaban muy involucradas en la reflexión sobre la inteligencia artificial: una mezcla ecléctica de académicos, futuristas de Silicon Valley y computólogos. Veían la tecnología con una mezcla de temor y admiración, y les preocupaban acontecimientos teóricos futuros como la “singularidad”, un punto en el que la inteligencia artificial superaría nuestra capacidad para contenerla. Muchos estaban afiliados a grupos filosóficos como el del altruismo eficaz, un movimiento que utiliza los datos y la racionalidad para tomar decisiones morales, y fueron persuadidos para trabajar en la inteligencia artificial por el deseo de minimizar los efectos destructivos de la tecnología.
Este era el ambiente en torno a la inteligencia artificial en 2015, cuando OpenAI se formó como una organización sin fines de lucro, y ayuda a explicar por qué la organización mantuvo su complicada estructura de gobierno, la cual le dio al consejo sin fines de lucro la capacidad de controlar las operaciones de la empresa y remplazar a sus directivos, incluso después de que comenzó una rama con fines de lucro en 2019. En ese momento, mucha gente en la industria consideraba que proteger la inteligencia artificial de las fuerzas del capitalismo era una prioridad máxima, una que debía consagrarse en los estatutos corporativos y los documentos constitutivos.
Sin embargo, ha cambiado mucho desde 2019. La inteligencia artificial poderosa ya no es solo una disquisición teórica: existe dentro de productos reales, como ChatGPT, que millones de personas utilizan todos los días. Las principales empresas tecnológicas del mundo están compitiendo para construir sistemas todavía más potentes. Y están invirtiendo miles de millones de dólares en construir y desplegar la inteligencia artificial dentro de las empresas, con la esperanza de reducir los costos de mano de obra y aumentar la productividad.
Los nuevos miembros del consejo de administración son el tipo de líderes empresariales que se esperaría que supervisaran un proyecto así. Taylor, el nuevo presidente del consejo, es un experimentado negociador de Silicon Valley que dirigió la venta de Twitter a Elon Musk el año pasado, cuando era presidente del consejo de administración de Twitter. Y Summers es el capitalista original: un destacado economista que ha declarado que cree que el cambio tecnológico es “bueno en términos netos” para la sociedad.
Todavía puede que haya voces de cautela en el consejo reconstituido de OpenAI o figuras del movimiento de seguridad en la inteligencia artificial. Sin embargo, no tendrán poder de veto ni la capacidad de cerrar la empresa en un instante, como podía hacerlo el antiguo consejo. Además, sus preferencias se equilibrarán con las de otros, como los ejecutivos y los inversionistas de la empresa.
Eso es bueno si eres Microsoft o cualquiera de las miles de empresas que confían en la tecnología de OpenAI. Una gestión más tradicional significa menos riesgo de una explosión repentina o un cambio que te obligaría a cambiar de proveedor de inteligencia artificial de un momento a otro.
Y tal vez lo que ocurrió en OpenAI, un triunfo de los intereses corporativos sobre las inquietudes por el futuro, era inevitable, debido a la creciente importancia de la inteligencia artificial. Era improbable que una tecnología con el potencial para dar lugar a una Cuarta Revolución Industrial quedara en manos de quienes querrían frenarla a largo plazo... no con tanto dinero en juego.
Todavía quedan algunos rastros de las viejas actitudes en la industria de la inteligencia artificial. Anthropic, una empresa rival fundada por un grupo de antiguos empleados de OpenAI, se ha constituido como una sociedad sin fines de lucro para el beneficio público, una estructura legal que busca aislarla de las presiones del mercado. Y un movimiento activo de inteligencia artificial de código abierto aboga por una inteligencia artificial libre del control corporativo.
No obstante, a estos se les considera más como los últimos vestigios de la antigua era de la inteligencia artificial, en la que las personas que creaban la tecnología la veían tanto con asombro como con terror e intentaban frenar su poder mediante la gobernanza organizativa.
Ahora, los utópicos están al volante, y van a toda velocidad. c.2023 The New York Times Company.