La inutilidad de las flores; el contraste entre la cultura oriental y occidental

Opinión
/ 13 abril 2023
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No somos uno, no soy yo. Somos todos los hombres. Estamos compuestos de polvo de estrellas y en nuestro ADN brilla el cosmos. Cuestión, claro, usted lo crea y sienta. En lo particular, siempre lo he creído. Y en este hábito de sol y ropa lunar, la cual me viste como túnica diaria, escribo y deletreo siempre al buen Dios. Fe rebelde la mía, pero al fin de cuentas fe. Por ello, nunca dudo en repetirle aquí mis palabras machaconas: me creo hijo privilegiado de Dios altísimo y no, no vengo del chango ni del mono trepador ni del orangután poderoso, aunque Charles Darwin tenga la razón en su ciencia.

También usted lo sabe: la naturaleza y sus encantos no se me da. Prefiero las pequeñas o grandes aventuras, las cuales suceden diario alrededor de mi escritorio, mi libreta, mi lápiz Faber-Castell y mis libros. Los libros, siempre los libros. Ese temblor, esa vida, la cual vivimos en vidas ajenas. Vidas las cuales de tan ficticias nos son reales. Incluso, más a una vida o a un ser humano de carne y hueso, el cual es nuestro vecino. Mi vida, creo usted lo sabe, señor lector, lo repito, son mis libros.

Vivo en un mundo ficticio, tal vez, pero mejor a este mundillo real, el cual no me interesa y sí lastima mis pálidos sentidos. Y a esta edad, ya todo me lastima y me duele en ese lugar llamado alma. De aquí mi estribillo machacón: este mundo ya no es mi mundo. Este mundo no me interesa en lo más mínimo ya. Nada. Hace relativamente poco le platiqué de un libro el cual encontré deambulando en Monterey y sus escasas librerías y bazares sobrevivientes: “El Alma de las Flores” de una japonesa de 26 años, suicida ella, Kaneko Misuzu. Una maravilla.

El libro, no obstante sus cortas páginas, pero lo bien cuidado de su edición, cuesta una pequeña fortuna. Lo vale. La portada en tapa dura y su filigrana de flores me llamó la atención. Ya cuando quité su celofán, el cual lo protegía, su poesía y en un segundo, al hojearlo, me cautivó. Poemas de una rusticidad inigualable, esa extraña claridad de los versos sencillos, pero profundos, los cuales abren puertas y lejanías. Insisto, una joya.

Se lo he dicho desde siempre: con Andrés Manuel López Obrador al frente de este país, la vida se ha achatado a pasos de gigante. AMLO no quiere de usted sus sentimientos, ni sus versos, ni su pensamiento, nada; sólo quiere sus votos. Y remedio contra eso... la libertad, la poesía. Pero, en este país de miseria, nadie lee. Hay un país el cual sí lee. Y lee a mares y cree en sus poetas, la voz más alta de sus ciudadanos. Ese país es Japón. Otro país igual en su momento de lectores, China y su poesía alta y eterna. Pero los insulares, no obstante toda la tormenta, la cual se ha abatido sobre ellos siempre, renacen de sus cenizas. Y siguen de pie por un motivo... leen poesía.

Se lo platiqué antes: Era 2011, fue el terremoto y luego el terrible tsunami en Japón. Toda una región devastada (Tohoku). Y parte del país. Caramba. ¿A cuál santo encomendarse? Los japoneses son sabios, se encomiendan a sus poetas, los poetas, los cuales traen la verdad en su palabra. El gobierno y todas las instituciones de Japón se unieron en un sólo objetivo: sacar al país de tanto y tanto dolor y reconstruir lo andado. ¿Sabe usted lector como motivaron eso? Se reprodujo “N” veces el siguiente poema de Kaneko Misuzu: impreso, en radio, en televisión, en todas las plataformas digitales...

Si digo -¿vamos a jugar?-
Dices “vamos a jugar”
Si digo “¡tonto!”
Dices “tonto”
Si digo “No quiero seguir jugando”

Dices “No quiero seguir jugando”
Luego, me siento sola.
Digo “lo siento”
Dices “lo siento”.
¿Eres un eco?
No, eres todo el mundo.

ESQUINA-BAJAN

¿Lo notó? Es un sencillo canto a la empatía, a todas las cosas, a la necesidad de estar en manada, no en solitario. Esa cosa llamada humanidad, la cual se ha perdido. El anterior poema le dio vida y significado a todo un país, pero usted lo sabe, los japoneses se reconstruyen diario, viven, comen y leen. Lejos de nuestra ignorancia supina. En aquel año, 2011, el terremoto y tsunami en Japón devastaron pueblos, aldeas, carreteras, ciudades, autopistas, mercados, casas, humanos... ¿Algo por hacer? Sí, leer a los poetas. A la poeta Kaneko Misuzu (no era su nombre, era seudónimo, como siempre en un mundo patriarcal, la mujer se asume menor y sumisa).

De lo anterior ya le conté. Pero luego de esto, con el paso de las semanas, los hados chinos y japoneses, es decir, el misterio oriental en pleno, se han venido confabulando para hacerme tropezar una y otra vez con fabulosos libros de poetas, narradores y en general con materiales de cultura oriental, los cuales se ha ido apilando en mi escritorio. Al día de hoy tengo un buen de materiales ya anotados y listos para reseñarlos a usted. Y es inquietante lo siguiente: para el oriente, la naturaleza y esa extraña inutilidad de las flores, es su alimento. Para los occidentales, las flores no tienen alma e incluso, pueden ser “Flores del mal”, como lo dejó escrito Charles Baudelaire. ¡Puf!

LETRAS MINÚSCULAS

Sí, el contraste es brutal. Vamos iniciando esta exploración y asedio no a la inutilidad de las flores, sino al enfoque de vida de dos culturas opuestas.

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