La leyenda de Don Chupes
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Lo bautizaron con el nombre de Eugenio
Lo bautizaron con el nombre de Eugenio. Cuarenta años antes en el templo de la Purísima Concepción. Apenas terminó la secundaria. Ni modo. La cabeza no da para más. Entró a los quince años como ayudante de mecánico en la ruta de la periferia al centro de la ciudad.
Con las primeras cervezas nació el dolor de cabeza de sus padres. Sin tener identificación oficial de ciudadano. Se cantoneo, como le dicen los del barrio, a los 17 con la Yalile. Puso placa en el segundo piso de la casa natal.
Dos cuartitos de material con techo de lámina. Eugenio trabajaba más y la barriga de su mujer creció hasta reventar en el primogénito. Le dieron tres días de permiso. Los gozó invitando los cartones de cerveza.
La palomilla seleccionó de la bolsa de nombres el de Hipólito. Ni siquiera la cuarentena respetó. Con el segundo embarazo en camino, la curva de la etílica saciedad jamás alcanzaba sereno.
Ya con 8 de familia, el sexo pasa al último plano. Eugenio, de barriga herniada y bulto alcohólico, el único deporte diario es tomar media antes de quedar dormido frente al televisor.
De chalan hasta jefe de taller. Aprecia cada sonido del motor, la carrocería y hasta el inflado de las llantas. El periodo de las posadas le extraviaba la fuerza de voluntad. Ni siquiera las multas, detención y la reincidencia.
Los agentes municipales lo rebautizaron como Don Chupes, por su parecido con el personaje de los Polivoces. También el meme en el programa de televisión sobre periodismo policiaco.
En las celdas de la Zona Norte por años ha sido toda una personalidad. La siguiente generación de sus hijos siguen fielmente el consejo. Son abstemios totales. Ni siquiera soportan el aroma del tabaco. Mejor carnita asada, aunque sea flecha o costilla simple.
Ya fue suficiente dinero pagado en multas a los gobiernos municipales.