La luna y las estrellas
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¿Cuál es la frase más famosa en la historia del cine? Dos, quizá, se disputarían ese honor: la que Ingrid Bergman no dijo en “Casablanca”: “Play it again, Sam”; y la que Clark Gable −el otro nombre de Rhett Butler− hizo inmortal en “Lo que el viento se llevó”: “Frankly, my dear, I don’t give a damn”.
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Esta última frase, cuya correcta y castiza traducción al español de México sería: “Francamente, querida, me importa una chingada”, se la dice Rhett a Scarlett cuando, cansado de las veleidades y rabietas de la mimada sureña, le anuncia su decisión de abandonarla. “Pero yo ¿qué voy a hacer? −gime ella−. ¿A dónde voy a ir?”. La respuesta del rudo caballero está en aquella frase, y dio origen a una de las más épicas batallas que Hollywood ha librado contra la censura. La palabra “damn” estaba prohibida por el Código Hays, pacata ley hecha según las normas del puritanismo, que proscribía toda forma de juramento. David O. Selznick, el productor de la película, adujo que el Diccionario Oxford no registraba esa palabra como un juramento, sino como un vulgarismo. Los censores alegaron que precisamente por ser vulgar el término ofendería a las señoras. Selznik les mostró el original de la novela. En él aparecía esa palabra, “damn”. Y la novela había sido escrita por una señora: Margaret Mitchell.
Los ceñudos inquisidores de la Comisión Hay recularon un poco: ¿podría mister Selznik usar “darn” en vez de “damn”? “Darn” es un eufemismo, así como “Gee”, exclamación que usan los norteamericanos para no decir “Jesus”, el nombre del Señor. Pero el cineasta se mantuvo en sus trece: cualquier otra palabra que no fuera “damn” traicionaría el sentido de la expresión y le quitaría fuerza. Entonces los censores accedieron a permitir que Gable dijera la frase tal como estaba en el libreto, pero a condición de que subiera un poco la voz al decir: “give”, y la bajara un poquito al decir “damn”. Curiosidades de esa cosa tan curiosa que es la censura.
La otra célebre frase: “Play it again, Sam”, la atribuye el folclore del cine tanto a Ingrid Bergman como a su antiguo enamorado, Rick, el otro nombre de Humphrey Bogart. En este caso lo curioso es que ninguno de los dos dijo esa frase. De hecho jamás nadie la dijo. Sus palabras se refieren a una de las más bellas canciones que en la pantalla se han oído: “As time goes by”, interpretada en “Casablanca” por el pianista Dooley Wilson. Pero ni la Bergman ni Bogey pronunciaron esa frase. La actriz sueca, en el papel de Ilsa, dijo solamente: “Play it, Sam. Play ‘As time goes by’”. Sin embargo la frase quedó consagrada tal como ahora se repite: “Play it again, Sam”, tanto que hasta Woody Allen la usó en esos términos para nombrar una de sus películas.
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Hay otra frase del cine, famosísima. A ella se refiere el título que hoy puse a esta columna: “La luna y las estrellas”. Pero esta frase encubre una historia de amor a cuya romántica trama la tal frase sirve de final. O de principio, no sé. La vida es una sucesión de frases, desde: “Va a ser niño” −o niña− hasta: “Descanse en paz”. El amor puede convertir en poema la frase más irrelevante. “Jamás olvidaré, mi cielo, cuando dijiste aquello de: ‘Me gusta más la nieve de fresa que la de chocolate’”. Pero la frase que aquí pondré mañana no solamente es una de las frases de amor más bellas que se han dicho en esa moderna forma de literatura que es el cine: también encierra una filosofía de vida. Y es más hermosa aún la frase porque la dijo Bette Davis, esa actriz que tenía ojos de Bette Davis.
(Seguirá).