Juárez, el católico
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A veces conviene poner la vista en el pasado, si eso ayuda a poner luz en el presente.
Desde los tiempos de aquel enorme intrigante que fue Joel R. Poinsett –primeras décadas del siglo diecinueve-, los norteamericanos pensaban que había dos características esenciales del pueblo mexicano que se debían suprimir a fin de favorecer la penetración de los Estados Unidos en México. La primera era la raíz hispánica de la Nación; la segunda era la religión católica. De esa manera, cuando don Benito Juárez trabó amistad –y algo más- con los americanos, se iniciaron gestiones tendientes a procurar la disminución del predominio que la Iglesia Católica detentaba en el país. Don Matías Romero era al mismo tiempo un hábil político y un hombre muy ingenuo. Parece imposible que en un mismo individuo puedan coexistir tan opuestas calidades, pero el señor Romero las juntaba. Fue eficaz colaborador de don Benito Juárez, quien lo nombró su ministro plenipotenciario en Washington, pero cuando escribió sus memorias lo hizo con tal candor que más de algún juarista habrá pensado que tal inocencia merecía en verdad otro nombre bien distinto.
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He aquí un texto sacado de esas memorias, que en algunas de sus partes podrían llamarse más bien confesiones:
“... Yo apoyé (como ministro de Hacienda de don Benito Juárez después del triunfo de la República) el establecimiento de una comunidad protestante como la pensaba Mr. Henry C. Riley, quien ardientemente deseaba fundar una ‘Iglesia Nacional Mexicana’ que compitiera con la Católica-Romana... Ofreció comprar uno de los mejores templos católicos, el convento franciscano construido por los españoles y situado en la parte mejor de la ciudad de México... Con el apoyo decidido del Presidente Juárez yo vendí el edificio, que había pasado a ser propiedad de la Nación, por la insignificante suma de 4 mil pesos, si mal no recuerdo, suma que en su mayor parte debía pagarse en bonos del Gobierno, que tenían en aquel tiempo un precio puramente nominal en aquel tiempo... El Dr. Butler compró, por esos mismos días, otra parte del mismo convento de San Francisco, donde instaló un templo metodista en un muy buen edificio...’’.
Y sin embargo Juárez no era anticatólico. La educación que recibió en su niñez y juventud se grabó muy hondamente en él, y a pesar de la influencia de las doctrinas liberales mantuvo siempre una fe esencial. Tampoco era antirreligioso don Benito. Era anticlerical, sí, que es cosa bien distinta. Un moderno escritor ha dicho que para ser buen cristiano es condición indispensable ser anticlerical. Viendo cómo actúan algunos clérigos ganas dan de concederle la razón.
El Padre Cuevas aporta un dato muy interesante sobre la actitud de don Benito Juárez en materia de religión. Cuando su yerno (de Juárez, no del padre Cuevas), cubano y extremado masón y liberal, le anunció su propósito de casarse solamente por el civil, don Benito montó en zapoteca cólera.
-Mi hija es una joven decente -dijo con acritud a Pedro Santacilia-, y el matrimonio civil es un contrato de burdel.
Bravo Ugarte, por su católica parte, hace otro relato. En 1850, cuenta, se desató en Oaxaca una terrible epidemia de cólera que causó grande mortandad. En aquel trance Juárez se confesó, comulgó públicamente y hasta participó en una procesión en la que se pidió al Altísimo piedad para el sufrido pueblo oaxaqueño. ¡Haiga cosas!, como dicen en el Potrero para mostrar asombro.