La Mañanera del Pueblo... Auge y caída del programa número uno de la televisión humorística

Opinión
/ 10 octubre 2024

Por alguna razón que ningún economista ha podido desentrañar, al presente régimen le chifla presumir como un logro propio las remesas que los mexicanos radicados en el extranjero (básicamente en los EU) envían a nuestro país.

Y casi es una pena que haya concluido el gobierno del Tlatoani Vacilador ahora que la viuda de Chespirito se arregló por fin con Televisa para volver a transmitir el Chavo del Ocho que, si bien en México genera cada vez menos entusiasmo, en Centro y Sudamérica es casi una religión y se consume como si fuera coca (Coca-Cola y cocaína combinadas).

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Ya me imagino al Chapatín de Macuspana presumiendo la entrada de divisas por la confiable vía de la “fina” comedia de Gómez Bolaños: “¡Este año las repeticiones del Chapulín nos dejaron un récord histórico de divisas!”.

Pero lo que no fue no será y ni modo. Quizás toque a la administración Sheinbaum administrar esta bonanza chespiritiana que se nos viene.

Para los lectores de esta columna de seis añitos o menos, Chespirito era un señor que hacía comedia bobalicona para la televisión mexicana allá por los años 70.

Algunos le quieren colgar el título de genio y pues, ni de broma. Otros, por el contrario, le quieren atribuir nuestro histórico rezago educativo, el bajo promedio de lectura del mexicano, nuestra inopia intelectual y nuestro gusto por lo ramplón (y son los mismos que ven La Casa de los Famosos)... Y pues tampoco.

Lo que sí, es que durante la referida década de los 70, el señor Chéspiro y su elenco eran un fenómeno tipo Beatles en todos los países de Latinoamérica porque... Usted ya sabe: Latinoamérica.

Sin embargo, su programa entró en decadencia cuando lo abandonaron las verdaderas estrellas del show, que no era el epónimo Chavito, sino sus coestelares, Carlos Villagrán (Kiko) y Ramón Valdés (Ron Ramón).

A partir de entonces todo fue reciclar guiones viejos, reinterpretarlos ya sin muchas ganas, sustituir al elenco original y forzar las cosas hasta que la fórmula resultó de plano insostenible.

Pues lo mismísimo acaba de ocurrirle al programa número uno de la televisión humorística, La Mañanera, que ya sin su talento estelar ve languidecer alarmantemente sus niveles de audiencia.

Y no se puede culpar a la doctora Sheinbaum por no llenar los enormes zapatotes (zapatotes como de clown) que deja el Licenciado. Después de todo, el entretenimiento, la labia y la distracción de la opinión pública eran la especialidad del Tropi-Mesías, no de la nueva titular del Ejecutivo.

Bueno, quizás a la “flamanta presidenta” sí le podamos reprochar la necedad de insistir con esta plataforma, aunque todo indica que es una de las “N” mil cosas que el líder de la 4T le impuso.

Pero Sheinbaum no es ni ladina, ni socarrona, ni dicharachera, ni tiene la sangre “liviana” de su mentor quien, con dichos atributos, llenaba las tres horas de su diario espacio mediático antes de retirarse a almorzar para más tarde −si le quedaba algo de energía− ir a macanear al parque de beisbol y finalmente dar por concluida su pesadísima jornada.

Creo sinceramente que la doctora tiene verdaderas ganas de ejercer la Presidencia en vez de perder las valiosas horas de la mañana en una revista matinal cuyos ratings de por sí van en picada.

Y yo sería el primero en aplaudirle si finalmente se decide a deshacerse de ese lastre y monserga llamada ahora “La Mañanera del Pueblo” (no mamen, de una buena vez le hubieran puesto “La Mañanera de Ambrosio”).

A fin de cuentas, nunca ha constituido un espacio de diálogo circular como se prometió al inicio del sexenio pasado. Se trata, muy al contrario, de una caja de resonancia frente a un grupo de zalameras plumas a sueldo.

Cuando alguien retó a López Obrador a confrontar en vivo las calumnias y difamaciones que a diario vomitaba, se acuarteló y cobardemente les cerró la puerta aduciendo que no recibiría indeseables (¿así o más...?). Y cuando algún reportero llegó a colar algunos cuestionamientos incómodos, su cancerbero, Jesús Ramírez, se encargaba de vetarlos durante meses.

Sin embargo, así de aguado y diluido, con disparates o mentiras impúdicas, el matutino del Licenciado Tlayudas seguía marcándonos la agenda nacional. Pero es que su habilidad para repartir champurrado con sus falanges es única e intransferible y no la posee doña Clau.

El periodo Presidencial es en realidad muy breve, por mucho que seis años parezcan suficientes para sacar adelante un proyecto (cualquiera que éste sea). Y las horas de un presidente son demasiado caras, en un sentido de inestimables, como para desperdiciarlas en un programa al que ya pocos le están prestando atención. Son esas mismas horas valiosas matinales que a lo largo de seis años suman el desperdicio que representó el sexenio anterior y que en este nuevo gobierno podrían aprovecharse, no sé... ¡Gobernando, quizás!

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Es inútil, la “científica” no posee ni la gracia para decir dislates, ni la cara tan durísima como para salir a mentir a diario con impune socarronería. ¡Y eso es algo bueno! Lo celebro. Ojalá opte por reducir significativamente ese show que de cualquier manera está cortado a la medida de un comediante que asegura ya está en el retiro... (aunque nadie se lo cree y contamos los minutos para que reaparezca diciendo alguna nueva y peligrosa pendejada).

Ni siquiera estoy sugiriendo que desaparezcan por completo la emisión. Puede ser una gran herramienta comunicativa si se le quita la paja, la dosifican mejor y la resignifican con un poquito menos de ideología y un poco más de valor utilitario.

Es eso, o hacer lo que hizo Chespirito cuando se le fugó el talento para hacer reír: Reciclar guiones, reinterpretar los viejos éxitos (chistes y calumnias), nomás que ya sin gracia ni nadita de ganas; y agotar la fórmula hasta ahuyentar incluso a su audiencia más fiel.

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