La mitad oscura de Luis Echeverría

Opinión
/ 23 enero 2022
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Siempre es necesario preguntarnos de dónde surge el poder, cómo se desarrolla y dónde culmina y declina en ciertos personajes de la política mexicana como lo es Luis Echeverría Álvarez (LEA), un hombre que hoy mismo enfrenta el juicio de la historia y el asedio de los fantasmas de su pasado represor, esa mitad oscura de su vida que no puede rechazar aunque también, hay que decirlo, tenga aciertos luminosos los cuales, en este contexto de los cien años de su vida, ya fueron citados por sus panegiristas.

La mitad oscura de LEA inicia con su ingreso a la política recién egresado de la UNAM, cuando se convierte en secretario particular del entonces presidente nacional del PRI (1946), el general Rodolfo Sánchez Taboada, uno de los asesinos de Emiliano Zapata. Taboada dirigía la banda de guerra que en Chinameca hizo los honores al Caudillo del Sur y a una señal suya lo acribillaron. Él mismo le dio el tiro de gracia. Ya siendo presidente, LEA se hizo agrarista e instituyó la secretaría de la Reforma Agraria.

Luego, en el sexenio de Adolfo López Mateos, LEA fue oficial mayor y subsecretario de Gobernación cuando el titular era el implacable Gustavo Díaz Ordaz (GDO) y en esa condición tiene acceso a los sótanos de Gobernación donde llega a conocer todos los drenajes de la policía política de México en plena Guerra Fría. De ese modo resulta imposible que no apoyara y cumpliera cabalmente con la campaña permanente de espionaje, persecución y represión impuesta por Díaz Ordaz y que, en ese tenor, ambos tengan responsabilidad en el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia en 1962.

Y es que de 1958 a 1969, Echeverría fue subordinado de GDO en Gobernación y esa fue la escuela de satrapía que LEA asimiló del sistema. Lealtad y obediencia, lecciones que Díaz Ordaz aprendió de Maximino Ávila Camacho, gran represor y asesino. En 1959, el presidente López Mateos enfrentó a los ferrocarrileros y Díaz Ordaz encarceló a 10 mil de ellos junto a Demetrio Vallejo y David Alfaro Siqueiros. Echeverría tampoco fue ajeno a esa represión.

De esa época en Gobernación viene la obediencia callada que LEA mostró a Díaz Ordaz, quien había aprendido de Maximino que el poder sirve para enseñar a obedecer. Y de ahí el autoritarismo represivo de ambos contra estudiantes, maestros, médicos, ferrocarrileros, periodistas, intelectuales, artistas, políticos (Carlos Madrazo), izquierdistas y guerrilleros. Tlatelolco en 1968 y el Jueves de Corpus en 1971, fueron terrorismo anticomunista de Estado, al estilo Maximino.

Dentro de México, Echeverría fue un represor de la izquierda. Hacia el exterior fue un protector de insurgencias revolucionarias. Aquí aniquiló a las guerrillas de Genaro Vázquez Rojas, Lucio Cabañas y Jesús Piedra Ibarra. Un tema que no le agradecen los oligarcas de este País que tanto lo repudiaron. Como los magnates del Grupo Monterrey o don Carlos Abedrop Dávila que lo definió al dedillo ante Julio Scherer: “He conocido al más falso de los hombres: Luis Echeverría Álvarez”. Y Scherer lo comprobó cuando LEA orquestó el golpe a Excélsior.

Hoy que su poder ha declinado, Luis Echeverría debe saber
que, al menos, en Coahuila se le quiere y respeta gracias a don Óscar Flores Tapia. Pero esa es otra historia.

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