La mixtura de los géneros en Gershwin
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El jazz nació en Estados Unidos con la fuerza de la rebelión reprimida. De los campos algodoneros y las iglesias, el lamento pasó a los bares de un centavo donde adquirió ritmo, escribió letras e inventó instrumentos musicales. A los primeros jazzistas se les llamó de ritmo roto: Rigtime. Su casi padre fue el texano Scott Joplin (1868- 1917). [Me hubiese encantado asociar a Scott con Janis, dada su coincidencia de apellidos y de terruños. Pero no. Scott fue vecino por nacimiento del millonario Ross Perot, y nada más] Digo “Casi”, porque en música es muy difícil encontrar creadores de la nada. La mayoría parte de sincretizar y sintetizar las corrientes y los estilos en su entorno.
En los primeros años del siglo pasado el jazz ya producía músicos con un sólido sentido del género naciente. Más allá de ser solo de una moda mona, esta nueva música, y sus diferentes variantes —Blues, Dixieland, Marching, Spiritual, Gospel, además del Ragtime—, se expandió con la fuerza de una rebelión sublimada. Estas primeras bandas realizaron el portento de organizar un lenguaje musical coherente, tomando la esencia de los cantos rituales africanos, bailes campiranos del centro del país, espirutuals eclesiásticos, y lamentos algodoneros. De ahí que el jazz primitivo sonara como bastón de ciego borracho. Y aun así gustó, porque por muy borracho que estuviese el ciego, fue el espejo donde se reflejó la sociedad oprimida negra “post” esclavista. Aunque la esclavitud fue abolida en 1865, la negritud se mantuvo como pretexto del maltrato hasta bien entrado el siglo XX. (Recuérdese a James Meredith, joven negro a quien protegieron de agresiones físicas las fuerzas federales, durante sus estudios en la Universidad de Mississippi, hacia 1962).
Aquellas primeras bandas, como la Original Dixieland Jazz Band —primera en grabar jazz comercialmente—, la King Oliver’s Creole Jazz Band, de donde salió el inmenso cronopio Louis Armstrong, o la Jelly Roll Morton’s Red Hot Peppers, terminaron por llamar la atención de la música académica. Ahí empezó la extraordinaria era de la mezcla inconmensurable (etimológicamente “imposible de medir”) entre la música académica y el jazz. Aunque en principio no se advirtió, pero esta mixtura estuvo presente en la obra de Duke Ellington (1899-1974), Billy Strayhorn (1915-1967), Max Roach (1924-2007), y de Benny Goodman (1909-1986), de quien se hablará en una siguiente entrega.
Con todo ese furor, qué de extraño hay que un músico serio, un director de orquesta bien educado, como Paul Whiteman (1890-1967), quisiera demostrar que el jazz podía ser un género profundo y refinado. En 1924 convocó a un concierto en el Aeolian Hall de Nueva York, al que llamó “An Experiment in Modern Music”. Para estrella del elenco Whiteman invitó a George Gershwin (1898-1937), en ese momento autor de obras tan populares como Swanee (1919), el musical La La Lucille (1919) o la ópera de un acto Blue Monday (1922). El joven Gershwin aceptó el reto de fusionar los dos géneros, y creo Rapsodia en azul o en triste (el blue puede referir al color o al sentimiento). La rapsodia es ese sub género compuesto por diferentes partes temáticas unidas sin aparente relación entre sí, mucho más libre que la sonata o el concierto. Además, sus secciones son muy contrastantes anímicamente. Es frecuente que las rapsodias estén divididas en secciones con diferentes estados de ánimo, que va de lo dramático a lo bullicioso, lo dinámico a lo abiertamente lúdico. Los temas de las rapsodias suelen tomarse de lo popular. Recuérdese, por ejemplo, las Rapsodias húngaras de Franz Liszt (1811-1886) o la Rapsodia española de Ravel (1875-1937). Agregaría a estas características, la del virtuosismo, sobre el que descansa la invocación a la emocionalidad.
Tal vez haya pocos inicios musicales tan emblemáticos como el clarinete de apertura de la Rapsodia en azul —técnicamente llamado “glissando”—. En la música orquestal del siglo XX quizá solo se compare al inicio del Bolero, (1928) de Ravel, o la Fanfarria para el hombre común (1942) de Aaron Copland (1900-1990). O nuestro Huapango, (1941) de Moncayo.
Esta noche podremos escuchar en vivo a la orquesta filarmónica del Desierto interpretando esta Rapsodia en azul, y atestiguar cómo Gershwin utilizó los ritmos sincopados del jazz, enlazándolos con las estructuras académicas de la música clásica, para construir una de las obras más emblemáticas del siglo XX, y que aún hoy nos emociona.
APARTE
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