La muerte del jaguar
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En su momento nos sorprendió la aparición de jaguares (yaguares, yaguaretés) en playas de Quintana Roo, cuando toda movilidad de personas y vehículos se detuvo durante el primer lapso de la pandemia de COVID-19. Quedó un amplio registro de esta impactante presencia por las cámaras de seguridad de condominios y hoteles.
Este majestuoso félido, ícono sagrado para las culturas ancestrales precolombinas, es difícil de ver, pues se resguarda desde la llegada de la civilización occidental en los más profundo y prístino de la selva. En aquel momento del inicio de la pandemia, los jaguares tal vez sintieron la seguridad de explorar fuera de su hábitat.
Ahora esta especie de pantera está siendo arrollada en las carreteras aledañas a la construcción del tramo cinco del Tren Maya. Es doloroso ver las imágenes que circulan en las redes sobre esto. No son fotomontajes. Aunque no es una especie en extinción está casi amenazada y deberíamos protegerla.
Ahora los jaguares salen de su hábitat porque lo han cercenado, se ha abierto una brecha de gran anchura y longitud, al parecer sin estudios previos de manifestación de impacto ambiental. Lamentable resulta también que están ignorándose las cuevas subterráneas con formaciones milenarias que serán afectadas definitivamente para apuntalar los pilotes de una vía de tren de un proyecto que surgió con la ausencia de un ejercicio genuino de gobernanza y que tampoco cuenta con estudios de mecánica de suelo.
Proyecto multimillonario que resultó de una imposición que, en el mejor de los casos, tuvo el propósito inicial de promover la redistribución del ingreso. Personalmente me parece un proyecto que puede ser trascendente para el desarrollo del sur-sureste mexicano, pero ¿por qué no se tomaron las mejores decisiones en el trazo del multicitado tramo cinco?
En varias ocasiones he comentado sobre el daño que ocasionan las granjas porcícolas a los cenotes de la Península de Yucatán. Los mantos de agua dulce que contiene dicho territorio deberían de ser un tema de seguridad nacional y, sin embargo, conozco cenotes en donde es muy evidente su contaminación por residuos de la producción y matanza de cerdos.
Manuel Navarrete es un buen mexicano, ingeniero de profesión quien preside una asociación civil que apoya temas medio ambientales y sociales. También preside el comité ciudadano del pueblo mágico de Valladolid, Yucatán. Qué bueno que funge como vocal de Desarrollo Sustentable en el consejo directivo nacional de comités ciudadanos de pueblos mágicos, pues es una plataforma que le será muy útil en su naciente lucha para concientizar sobre la gravedad de la pérdida de la fauna endémica de la región.
El ingeniero Navarrete escribió en el chat grupal de presidentes de comités ciudadanos de Pueblos Mágicos: “Ya de por sí nos estamos acabando el planeta, para que obras como el Tren Maya, sin planeación y careciendo su construcción de conciencia ecológica, vengan a empeorar la ya de por sí endeble situación de la selva. Yo estoy a favor del progreso de nuestro País, pero las obras y proyectos deben planearse bien y ejecutarse mejor, sin daños de ningún tipo”.
En el chat grupal ya mencionado, el yucateco siguió insistiendo en la problemática subrayando que vive a 100 kilómetros del municipio de Tulum y cerca del municipio de José María Morelos, y que le consta la afectación de la selva, precisamente, apuntaría yo, en el segundo año de la Década de las Naciones Unidas para la Restauración de Ecosistemas.
Los miembros de la clase política y sus partidos son cambiantes, siempre podrán sustituirse, pero una especie amenazada como el jaguar no podrá ser sustituida por ninguna otra, ni juzgada su existencia, por ningún tipo de revocación. Exijamos respeto por la natura de la Península de Yucatán, así como por los mexicanos que no ejercieron ayer su voto.