La navidad suena a ‘El cascanueces’
Cuando el músico ruso Sergei Taneyev (1856-1915) criticó a Tchaikovsky por haber escrito “música de baile” en su Cuarta Sinfonía, el compositor replicó que él había escrito música de baile desde siempre. Ciertamente el segundo movimiento, Andantino in modo di canzona, de la cuarta sinfonía en fa menor, Op. 36 (1878), el tercero, Valse. Allegro moderato, de la quinta sinfonía en mi menor, Op. 64, (1888), y la música de sus tres ballets están hermanados por un innegable espíritu bailable.
Aunque poco afecto al cuento de E.T.A. Hoffmann (1776-1822), Tchaikovsky se entusiasmó con la invitación del francés Marius Petipa, avecindado en la tierra de Tchaikovsky, San Petersburgo, en 1847. Petipa había rejuvenecido el arte del ballet ruso, y había montado el estreno de La bella durmiente (1889). De ahí que Tchaikovsky aceptó cuando Petipa lo invitó a escribir un nuevo ballet: El cascanueces. Cuenta la leyenda que en el transcurso de la composición Petipa se mostró exigente y hasta tiránico con el músico antes de enfermar.
El estreno y las pocas posteriores representaciones corrieron con poco éxito. Se decía que ahora la música era demasiado sinfónica (¡Hágame usted el favor!). En lo que sí se tuvo razón es que el escenógrafo y director de los teatros imperiales, Ivan Vsevolozhsky (1835-1909), gran admirador de lo francés, tomó la versión del francés Alejandro Dumás, en vez de la original alemana de Hoffman, la conocida por Tchaikovsky. Esta diferencia, sumada a cierto quebrantamiento de la salud de Petipa, trajeron como resultado una relativa grisura pública de El cascanueces. El asistente de Petipa, un ciertamente hábil coreógrafo llamado Lev Ivanov (1834-1901) propuso algunos cambios de última hora que no se ajustaban del todo a la música que en paralelo componía Tchaikovsky. A pesar de estas adversidades el genio musical se afirmó en su arte consiguiendo una partitura fina, delicada, deliciosa, mágica y divertida. Tras el estreno en aquel diciembre de 1892 a Tchaikovsky le pareció que el éxito del Cascanueces le sería suficiente para escribir con relativa tranquilidad una siguiente obra. Lo que escribió fue su sexta sinfonía en sí menor, Op. 74, llamada Patética, y que como se sabe es la obra testamentaria y autobiográfica del músico. Habrá que dedicarle una entrega completa a esta sinfonía. Por ahora sólo agregaré que Tchaikovsky la escuchó públicamente una sola ocasión, la del estreno 28 de octubre de 1893, bajo su dirección celebrada en el salón de actos de los señores de San Petersburgo. Nueve días después sería obligado a suicidarse (en otra entrega defenderé este punto)
El Cascanueces siguió el curso de otros excelentes ballets y fue montado en diversas partes el mundo, con sus peculiares adaptaciones, todas celebradas casualmente en diciembre. Se tiene registro de haberse representado en Estados Unidos desde 1940, por el Ballet Ruso de Monte Carlo en Nueva York, y en San Francisco en 1944. Entonces llegó Balanchine.
El coreógrafo, bailarín y mago de la escena George Balanchine, fue un coterráneo de Tchaikovsky. Nació en San Petersburgo en 1904 y desde su niñez se dedicó al ballet. Sus propuestas libertarias y vanguardistas habrían de ser mal vistas por el régimen estalinista por lo que salió de Rusia. Primero a Francia, donde sufrió una lesión de rodilla lo que lo alejó de la práctica del ballet y lo acercó al diseño coreográfico. En París conoció a Lincoln Kirstein (1907-1996), autor de una idea a la que llamaba “Ballet estadounidense”, con quien viajó a Estados Unidos, a donde llegó en 1933.
Tras una larga carrera de ensayos y errores para encontrar el gusto estadounidense, Balanchine se hizo de un prestigio como director de ballets y coreógrafo que llamó la atención de Morton Baum, presidente del comité de finanzas del New York City Center, quien buscaba hacerse de recursos apoyado en la popularidad del Cascanueces, y el prestigio de Balanchine. Éste, conocedor de la opulencia de los ballets rusos, en lo que había participado, y admirador de su paisano Tchaikovsky, aceptó la propuesta, a condición de tener carta libre en todo. Baum aceptó y el Cascanueces fue estrenado en Nueva York “por todo lo alto” en el invierno de 1954 en el Lincoln Center. Desde entonces El Cascanueces es sinónimo de navidad.
En Saltillo se podrá escuchar selecciones de este ballet, con la orquesta filarmónica del Desierto el próximo sábado 14 de diciembre en el Teatro de la Ciudad.