La política, ¿virtud o conveniencia?
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La democracia como estructura que equilibra y ordena las relaciones entre los ciudadanos, como afirman los sofistas posteriores al siglo de oro de la filosofía griega, “no depende de los dioses, depende de los hombres”. Por tanto, no es solamente un proyecto político, es una construcción constante de lo público y una transformación permanente de lo social que no se puede remitir solamente a quienes gobiernan, sino a todos los que vivimos en la polis –ciudad– porque todos somos políticos.
Aunque fue corto el tiempo de duración de las democracias antiguas que luego fueron canceladas por las argumentaciones arbitrarias de las monarquías, mientras se mantuvieron, se educaba para vivir en comunidad, al menos entre los griegos. Las ciudades-estado llegaron después. La filosofía, la ciencia y las artes no tienen otra pretensión, sino la de formar ciudadanos virtuosos para la polis. Al tiempo los paradigmas fueron cambiando y hoy se educa para vivir en una sociedad en la que el mercado y el consumo marcan la ruta.
Pasamos de la virtud a la conveniencia, y sin que tenga que ver con la idea original, a la preeminencia de la utilidad sobre la idea del servicio y la vocación. Por eso, porque se educa para el mercado, a nadie le parece fuera de lugar las alianzas entre los partidos y, lo peor, entre partidos que históricamente fueron antagónicos. Es una verdadera pena lo que hoy ocurre, pues en aras de conservar el registro vendieron su alma al diablo, haciendo a un lado los principios y estatutos originarios, porque lo que importa es una rebanada del pastel, y aunque no eran del todo virtuosos, ahora menos lo serán. Pero qué importa, si hay utilidad y ganancias.
Prefirieron los pactos maquiavélicos backstage, dándole la espalda a sus correligionarios, que buscar la virtud política que tiene que ver con el esfuerzo, con el ir casa por casa, barrio por barrio; consensuar en medio de las comunidades, llenarse los zapatos de lodo y de polvo, tener contacto con aquellos a quienes pedirán el voto o simplemente ser un ejemplo de lealtad, por un lado; y por el otro, de dejar en claro que se busca el poder por el servicio y la realización que de este brota, de manera que los votantes podamos creer en ellos.
Las campañas que arrancaron este 2 de abril y terminaran el 31 de mayo y que nos llevarán al 4 de junio –en dos estados del país–, hoy más que en otro tiempo tendrán este matiz, la descarada y cínica idea de la política como negocio en contraposición con la política como virtud.
Sólo para aclarar la idea de la “política como virtud”, me remito a la idea original de tener en claro la construcción de lo público como eje matricial de las acciones de quienes buscan gobernar, porque seguramente revirará usted diciendo: ¿desde cuándo la política está a cargo de personas virtuosas? Y con toda razón, pues los ejemplos de políticos, que han visto en el servicio público la gallina de los huevos de oro y la han explotado, son los más; en comparación con quienes, porque habrá algunos, que sí no han tenido en cuenta la ganancia.
Son los acuerdos y los pactos donde el intercambio de bienes, de regiones, de personajes, de intereses y de estrategias más económicas que políticas, juegan en las elecciones que veremos por junio. Por eso, quienes sabían que no era parte del negocio ir solos, se aliaron con quien ellos consideraron más fuerte para seguir nadando de a pechito y seguir en la nómina del INE, independientemente de la membresía, de su dignidad
Por tanto, no es la virtud, es el negocio. Cada uno de los candidatos tiene en claro su negocio y, por supuesto, como buenos mercaderes tienen claro las ganancias que ganen o pierdan. Otra vez, el cálculo inteligente utilitarista del político por conveniencia y no por virtud sale a relucir. Revisemos la agenda pública de quien sale y saquemos conclusiones sobre cuáles fueron los negocios más redituables que realizó. Hace tiempo escuché a alguien decir: “llegué a la gubernatura con 200 mil pesos”, habrá que revisar con cuantos salió una vez que termino su administración.
¿Quién apostará –de los cuatro candidatos que contienden en Coahuila– a las finanzas sanas del Estado, si durante todo el periodo no le apostaron? ¿Quién apostará a la rendición de cuentas, a la transparencia, al desarrollo sustentable y sostenible, al transporte, al desarrollo regional o a la cultura del agua, si estas realidades siguen en el limbo? Lo cierto es que bajo la filosofía y el pensamiento del profesor Carlos Hank González, otrora fundador del grupo Atlacomulco y su idea de que “un político pobre es un pobre político”, aumenta las posibilidades de seguir en el área de la conveniencia y la utilidad, más que de la virtud. Así las cosas.
Encuesta Vanguardia
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