La problemática de la nomenclatura en una ciudad
La problemática de la vialidad en Saltillo abarca muchos aspectos. No sólo es el número de avenidas, calles y bulevares que conectan el sur con el norte y el oriente con el poniente. Tampoco son los semáforos, ni los puentes a desnivel o subterráneos ni los que permiten cruzar los arroyos, ni los puentes peatonales. Dentro de toda esa maraña, la nomenclatura de unos y otros juega un papel importante, porque las calles hablan de su propia historia, de una leyenda o algún sucedido en el lugar, o de héroes y personajes notables locales o nacionales. Pero siempre, las arterias hablan de la cultura de sus habitantes en los nombres que llevan puestos. Y este es un aspecto al que las autoridades municipales, léase el Cabildo de Saltillo, no le pone mucha atención y la comisión encargada acaba por autorizar nombres de personas que no tienen mayor mérito que haber sido el dueño del rancho convertido en fraccionamiento, o el de ser el papá del fraccionador.
Hace muchos años, esta escribidora se dio a la tarea de hacer una indagatoria de la nomenclatura en el rumbo de las colonias Satélite Sur y Norte, Bellavista y Chapultepec. En esas colonias existen calles a las que se les impusieron nombres de escritores y de intelectuales mexicanos o extranjeros de influencia decisiva en la cultura de México y sus letreros presentan errores garrafales hasta el punto de que en ocasiones, uno se pregunta quién será la persona a la que se quiso homenajear, como en los casos de las placas que ostentan los nombres Enrique Ureña, Braulio Carballido, Rubén Rivera, Leonardo Lugón y Carlos Perea, que entonces concluíamos probablemente se referirían a Pedro Henríquez Ureña, a Emilio Carballido, a José Rubén Romero, a Leopoldo Lugones y al connotado historiador saltillense Carlos Pereyra.
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Desgraciadamente, la subcultura en que se desenvuelve el hombre de nuestros días sigue predominando entre las personas que parecen encargarse de autorizar los nombres de las calles y en los encargados de mandar a hacer los rótulos respectivos, pues no en uno, sino en muchos de ellos se cercenan y suplantan los nombres con mucha facilidad, permitiendo que los letreros que dirigen hacia el bulevar Nazario Ortiz Garza, dicen “Nazario O. Garza”, en lugar de llevar el nombre completo.
Igualmente, se da el caso de arterias importantes que llevan hasta tres nombres a lo largo de su extensión. La avenida Lafragua, por ejemplo, inicia en el sur, en la calle Zarco y corre hacia el norte hasta llegar al bulevar Nazario Ortiz, y al cruzarlo, aunque la arteria continúa, cambia su nombre a José Musa y continúa hasta topar en el nuevo bulevar Los Valdés, antigua carretera al rancho Los Valdés. Bueno sería poner atención en ese aspecto de los multinombres para una misma vialidad. El Pedro Figueroa se llama así desde el poniente y en el cruce con Musa se convierte en bulevar Cuauhtémoc. Y es una vialidad primaria de Saltillo.
A medida que van creciendo las ciudades se van complicando los trámites para todo, muy a pesar de las bondades que significan los avances electrónicos y las formas digitales de intercambiar documentos, certificaciones, traspasos y pagos electrónicos a distancia. Parece bastante complicado hacer los trámites para el cambio de nombre de la calle en todos los documentos que conciernen a un domicilio, como contratos y recibos de servicios, credencial del INE, pasaporte y todo aquello que tenga que ver con un cambio en la comprobación del mismo.
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Hace dos décadas, los gobernantes cambiaban los nombres de calles y bulevares con la mano en la cintura. Ciertamente, hoy se detienen para hacerlo en las vialidades que ya poseen uno, y quizás sea mejor dejar la nomenclatura como está. Lo que no debe hacerse es descuidar la señalética, los anuncios y letreros que la indican. Y darle la misma importancia a los nombres que se autorizan para las nuevas vialidades. El nombre de una arteria debe decir algo a los habitantes y a los visitantes de una población. Puede hablar de su historia sin importar que la calle sea nueva, el lugar por el que pasa nunca lo es y puede ayudar a conservar algo importante del lugar. Los nombres mal puestos, no sólo confunden a automovilistas locales y foráneos, también hablan mal de la cultura y la identidad de la población.