La salud mental y las obligaciones del Estado

Opinión
/ 7 junio 2022
true

Deambulan por la carretera o por las calles de la ciudad. Algunos se sientan por unas horas al resguardo de la sombra que ofrece una iglesia y luego de nuevo toman camino. Se guarecen del frío en la protección que permiten construcciones abandonadas, pero más tarde continuarán su paso.

¿A dónde se dirigen? ¿Por qué no permanecen en un lugar? ¿Por qué no se asientan y piden trabajo y como “todo mundo” viven de él? Las arrogantes preguntas de quienes están del otro lado se quedan sin respuesta.

Algunos de los aquí descritos son migrantes. Otros son menesterosos que no encuentran un sitio en donde anclar y deambulan de un lado a otro sin asentarse en ninguno. Visten muy pobremente, comen de la limosna de la gente y... siguen su camino.

Mientras unos van en busca de un sueño, de alcanzar los Estados Unidos, otros son indigentes de la ciudad y algunos de ellos exhiben problemas mentales.

Si alguien se acercara a iniciar con ellos una conversación y les preguntara por qué no se quedan en un lugar y andan de un lado a otro, a veces de ciudad en ciudad, la respuesta no llegaría del modo en que el que pregunta desea.

Fallan las facultades mentales.
Ni están con una familia, ni desean ir a ningún albergue. En sus mentes, como en el caso de cualquiera, bulle una idea: libertad.

Adoleciendo problemas mentales, también los hay circulando en la sociedad que se da por considerar, con comillas, normal. Pueden aparentar formas de ser que se ajusten a los parámetros y a los estereotipos que la sociedad demanda, pero por dentro, en su más íntima esencia, algo que les parece indefinible de explicar, los tiene con miedo, los llena de dolor o los inunda de ira.

Una sociedad que se pretenda justa, que se diga compasiva, comprensiva, amorosa, protectora, debiera guardar empatía por todos aquellos que sufren
en el interior dolores inexplicables, angustias.

Una sociedad como tal debe tener entre sus métodos y entre sus acciones aquellos que protejan a sus miembros en condiciones como estas. Los métodos que se usaron antes, como atar a personas con problemas mentales, de ahí el nombre
de loco de atar, fueron quedando en el pasado.

Surgieron los hospitales psiquiátricos. Unos trabajaron como deben marchar estas instituciones médicas. Otros dejaron tal huella de dolor en los pacientes y familiares que desvirtuaron completamente su función.

El paso del tiempo, una mayor conciencia y una mejor sociedad han dejado claro que tales instituciones son indispensables para la noble misión con que fueron creadas. Pretender que de las personas con problemas mentales se hagan
cargo las familias es un despropósito monumental.

Entre las familias no existen las condiciones para que una persona con problema mental pueda salir adelante. A veces son individuos cuya situación es potencialmente peligrosa, por lo violento
de sus comportamientos. ¿Cómo pretender que una familia asuma un cuidado en el cual arriesga la integridad propia de los miembros?

Si en esas instituciones, como fue
el caso de las guarderías infantiles (no olvidar nunca la de ABC, en Hermosillo, Sonora), subyacen graves problemas, esos problemas hay que atender y
resolver.

Los familiares no están en condiciones de asumir la responsabilidad de una persona con problemas de orden mental. Aquellos que deambulan por las calles, que se guarecen bajo los puentes, que no permanecen en un sólo lugar, tuvieron una familia incapacitada para hacer algo por ellos.

El Estado tiene obligaciones que cumplir. Cambiar de vocación a los hospitales para enfermos mentales, y dejar la plena responsabilidad de su cuidado a las familias, es un despropósito.

7 DE JUNIO

Feliz día de la Libertad de Expresión a todos los compañeros periodistas y a nuestro periódico. Un valor esencial para la vida.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM