La salvación de la palabra en la FIL 2024 de Guadalajara
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Mia Couto pidió salvar la palabra en su discurso al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2024. Otros poetas en otros tiempos la han defendido con pasión
La edición de este año de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara abrió sus puertas con la entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances al escritor mozambiqueño Mia Couto. El ganador del codiciado premio pronunció un discurso corto, calificado de “potente” por los medios durante la ceremonia de inauguración el pasado sábado 30 de noviembre. Afirmó que el descubrimiento de la palabra y del lenguaje le llegó a través de los libros y la lectura de autores como Octavio Paz, y citó un fragmento del poeta mexicano: “Soy hombre: duro poco y es larga la noche” (Hermandad). Se mostró como un conocedor de la literatura mexicana; Juan Rulfo, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes desfilaron por su discurso. El oficio de la poesía es, recalcó: “entregarnos la palabra que nos hace nacer”.
Vivimos un tiempo de palabra corta y hueca, de palabras sin resonancia alguna. Hay muchos escritores de versos, pero pocos son poetas de verdad. Los poetas de la vanguardia, en su mayoría, no conocen las formas clásicas de la poesía y se han olvidado casi por completo de la métrica y la rima, puede decirse que se olvidan hasta de la magia del ritmo, de la música del lenguaje como esencia de la poesía.
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Mia Couto pidió salvar la palabra en su discurso al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2024. Otros poetas en otros tiempos la han defendido con pasión. El poeta español Joan Maragall pronunció el discurso “Elogio de la Palabra” al tomar posesión de la Presidencia del Ateneo Barcelonés, en 1903, donde expresa su teoría sobre la palabra y la poesía.
Maragall se declaró públicamente partidario de la “palabra viva”, proclamó la vuelta a la naturalidad y la expresión sincera de las emociones íntimas y defendió el “sentido de santidad de la palabra”. Sólo puede defenderla un hombre capaz de preguntarse: “Si el mundo es ya tan bello y se refleja, /¡Oh, Señor!, con tu paz en nuestros ojos,/ ¿qué cosas no podrás darnos en la otra vida?” (Canto Espiritual).
La palabra es mucho más que el medio transmisor de un contenido, le da densidad y profundidad a los ámbitos y los lazos que las personas van creando a lo largo de su vida. Entre dos enamorados, las miradas pueden ser muy elocuentes, pero el silencio flota alrededor, y ahí se queda hasta que la palabra que pugnaba por salir rompe el silencio para afirmar lo que la mirada intentaba dar a entender: “¿No habéis oído cómo hablan los enamorados?... Antes de que hable el amor, ¡qué brotes de vida en todas las ramas del sentido! ¡cómo quieren hablar los ojos!... y cuando se cruzan sus miradas ardientes, ¡qué silencio!... Y brota por fin una música animada, ¡oh, maravilla!, una palabra”.
Hombre de fines del siglo 19 y principios del 20, Maragall vivió la época del rebuscamiento y la oratoria pomposa, de la grandilocuencia en el lenguaje, y él pidió volver a la sencillez, a “la palabra viva”, aquella que pregonó el evangelista. “¡Qué abismo de luz, Dios mío!”, exclama Maragall cuando recuerda a Juan Evangelista: “En el principio era la palabra, y la palabra estaba en Dios, y por ella fueron hechas todas las cosas. Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.
La palabra puede ser un acto de comunión, dice el poeta. Maragall la hace creadora de vida y capaz de modificar cualesquiera de sus ámbitos, por eso pide que sea auténtica y sagrada.