Gilberto Duque Medina: Profesor, librero, taurino, quijotista y amigo

Opinión
/ 1 diciembre 2024

Gilberto Duque, gran amigo y colega en los tiempos del Ateneo Fuente, su amistad se prolongó hasta que su vida terminó. Personaje entrañable en todos los oficios que ejerció. A su jubilación magisterial se convirtió en librero para extender su cátedra. Por muchos años fue un personaje reconocido por todos en el centro de la ciudad, al que llegaba diariamente, dejaba su vehículo en un estacionamiento y caminaba algunas calles para llegar al feudo más amado de sus últimos años: la Librería Zaragoza. Cuando hubo de cerrar aquel noble comercio, las calles y la gente extrañamos aquella figura única y su rostro que siempre sonreía al saludar.

Sus grandes facetas fueron: maestro, librero, taurino, quijotista, enamorado de la madre patria y otras más, imposibles de olvidar: autor de una obra que fue expresión de la huella que le dejaron sus viajes y lecturas, recuerdo de sus experiencias más vitales. Sus grandes temas fueron el resumen de sus gustos, preferencias, amores y preocupaciones: Saltillo, la ciudad que hizo tan suya y la vivió tan auténticamente; su querido Ateneo Fuente, primero su alma mater y después recinto de su oficio de maestro por varias décadas; sus amigos universitarios con los cuales compartió ideas, compromisos e ilusiones, principalmente el doctor Mariano Narváez y José María Rodríguez Agüero, personajes claves de la universidad en su momento.

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Igualmente desfilan por sus páginas sus lecturas y autores favoritos, José Revueltas, Ortega y Gasset, Tomás Moro, Isaiah Berlin, José Martí, García Lorca, Francisco L. Urquizo y los temas que más le interesaron, como la aportación del Tribunal Russell a la defensa de los indios; José Vasconcelos y su polémica estancia en estas tierras; Francisco Franco, Santa Anna y el profesor Miguel López, homónimo del general imperialista; un viaje por el Amazonas, donde descubrió la exquisitez de Marguerite Yourcenar en su relato “Como el Agua que Fluye”; la cultura del sefard; los testimonios guadalupanos; la evocación de “Macbeth”; y hasta el cantor de las madrugadas, el noble gallo “heraldo de la aurora”, y la epidemia de tosferina que trajo a las calles de Saltillo a los arrieros ordeñando sus pollinas a las puertas de las casas, porque alguien afirmó que curaba la enfermedad y las mamás la daban a beber a sus críos. Duque concluye con sorna el recuerdo: “Quizá por eso, dice, muchos de nosotros todavía rebuznamos”. En su libro “Artículos y Ensayos”, Gilberto se revela también como un maestro del aforismo.

Gilberto Duque Medina perteneció a las generaciones que en la primaria cantaban “La Marsellesa” y “La Internacional” antes de iniciar las clases. Ya mayor, afirmaba que Tomás Moro concibió su “Utopía” gracias a la fusión de su sólida cultura y su experiencia práctica con ideas que hoy podrían parecer hijas del socialismo y el comunismo. Esos conceptos subyacen en el fondo de sus textos cuando clama libertad, igualdad y fraternidad. Siempre hizo suyo el principio de que solamente es feliz quien pone sus conocimientos al servicio de los demás. Fue un hombre de fidelidades siempre renovadas, perdurables hasta el final de una vida que, con sus altibajos y reveses, la vivió como quiso vivirla, la gozó como quiso gozarla, la amó como quiso amarla y, al final, la sufrió con entereza y con algo tan suyo como la sonrisa de su rostro, porque su sonrisa estaba en sus ojos y en sus labios.

Su amistad me dejó lecciones y conocimientos importantes. Dos mencionaré: la lectura de George Steiner y el disfrute de “La Noche Oscura”, de San Juan de la Cruz, junto con el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de García Lorca, en un arreglo musical interpretado por el Oratorio de Vicente Pradal, música inconseguible en el México de hace 20 años y que Gilberto puso en mis manos al regresar de uno de sus viajes por los lugares del Quijote.

Un día de octubre de 2021, Gilberto cruzó la Puerta del Sol del Libro de los Muertos, y los dos leones guardianes se inclinaron a su paso. Quienes lo visitábamos en la librería para comprar libros y disfrutar de su amena charla, quienes fuimos sus colegas y todos cuantos gozamos de su amistad, lo recordamos con cariño y gratitud.

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