La secta amorosa e incondicional de AMLO y Trump

Opinión
/ 27 febrero 2024

Si los gadgets inteligentes, redes sociales y plataformas de streaming no han terminado de pulverizar su memoria, quizás recuerde una de las declaraciones más impugnables de Donald J. Trump.

Cuando supo Trump que nada impediría ya su llegada a la Casa Blanca, se aventuró a decir que “podría salir a la Quinta Avenida, dispararle a la gente y ni así perdería votos”.

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La pesadilla naranja desde luego estaba haciendo una hipérbole sobre su supuesta ventaja electoral... O quizás, mejor dicho, sobre la fidelidad de sus simpatizantes, que no cambiarían su intención de voto por más que el Partido Demócrata y el resto de sus adversarios trataran de desacreditarlo exhibiendo sus trapos sucios.

Desde luego que Trump no estaba amenazando con tomar un rifle de asalto y salir a echar tiros a diestra y siniestra. Pero es curioso cómo, a la hora de hacer retórica política, su imaginación vuela (no muy lejos) y se instala en una fantasía que por lo visto le resulta bastante cómoda, ya que su cerebro no se tomó la molestia de desecharla como incorrecta y la autorizó para ser pronunciada en una entrevista.

Ya desde entonces era preocupante que alguien con semejantes ínfulas de autoritarismo accediera a la posición de poder más preeminente sobre la Tierra. Y eso era en plan tranquilo, buena onda; falta todavía por ver qué sería de su posible segundo mandato ahora que dice que viene en plan de venganza.

Pero lo escalofriante, como siempre hemos sostenido aquí, no es que un enfermo se maree con el poder y, de acceder a éste, se transforme en un Calígula 2.0. Conociendo un poco al género humano sabemos con relativa certidumbre que la mayoría de las personas con poder se convertirían en tiranos sanguinarios y el resto en dictadores bien intencionados.

Lo preocupante es que Trump no se equivocaba. Su base de incondicionales le pasaría por alto cualquier falta a la moral, a la decencia, a la ética y a la Ley, desde luego.

No importa que la defensa de lo indefendible genere una disonancia cognitiva que a corto plazo ocasiona malestar y sufrimiento. Dicho sufrimiento es paliable lanzando injurias, diatribas y vituperios contra el bando opuesto, como si éste fuera el responsable de su padecer y desasosiego.

Y eso precisamente es lo grave, cuando la postura política adquiere tintes sectarios.

No estoy exagerando. Uno de los rasgos más distintivos y comunes en las sectas es la idea de la infalibilidad del líder: ¡El líder nunca se equivoca! ¡Por algo es el líder, nuestro guía, el iluminado!

Así que si sale con un rifle de asalto a repartir plomo por la vía cutánea a los transeúntes, pues sí, quizás se vea mal pero... “Sus razones debe tener”. Y si es un promiscuo degenerado, misógino y puerco cuya conducta entra en conflicto directo con el pensamiento conservador de una ultraderecha blanca y cristiana... “Deben ser meros inventos para desprestigiarlo”.

Y si convoca a una insurrección para desconocer los resultados de la elección, la voluntad popular y al gobierno mismo... “Todo lo hizo en defensa de un bien superior”.

Sería imposible tratar de hacer entrar en razón a un MAGA. Ni siquiera valdría la pena el intentarlo.

La semana pasada fue muy desafortunada para el Estado de Derecho en México.

El Presidente de esta lobotomizada República, Andrés Manuel López Obrador, no sólo admitió haber cometido dos gravísimos delitos, además de expresar cero arrepentimiento por ellos.

Lo escalofriante, sin embargo, es que hizo alarde de tales delitos, se declaró en su legítimo derecho y se posicionó −en su discurso− por encima de la Ley a la cual se supone está supeditado como servidor público.

Cuando confesó haber instruido a Arturo Zaldívar, en su otrora calidad de ministro presidente de la Suprema Corte, sobre ciertos asuntos y casos en concreto, quizás fue descuidado. La verdad es que pocos o ningún analista entiende todavía por qué se atrevió a revelar algo tan inapropiado y contrario al derecho.

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El propio Zaldívar tuvo que hacer unas contorsiones dignas del mejor porno con tal de exculparse y eximir al Presidente, pero sin contradecirlo, aunque al mismo tiempo admitiendo que dijo lo que dijo; pero restándole toda gravedad a algo que de por sí es gravísimo. Creo que de no tratarse del Presidente, el exministro y hoy felino de la campaña de la doctora Ivermectina, le habría acomodado un zape con toda la mano abierta y ensalivada en la mera nuca al boquiflojo de López a ver si así se le acomodaba el bulbo raquídeo.

Pero cuando confesó haber expuesto deliberadamente los datos de la reportera del New York Times, ahí el Presidente no estaba pecando de cándido ni de descuidado. Estaba en la más altanera actitud que el poder puede permitirle a un ser abusivo y rencoroso. Como Lucerito contra la prensa: “¡¿Y...?!”.

Luego se colocó a sí mismo por encima de las leyes, contra lo cual ya salía sobrando cualquier otro alegato o argumentación. No tenía caso ya discutir con un tiranoide en su estado más facho.

AMLO estaba molesto desde el día anterior, cuando la reportera del NYT le dio un plazo para ofrecer su versión de los hechos que estaban por publicarse. Eso no constituye ningún ultimátum como lo asumió el Presidente. Es una práctica muy común y es hasta una concesión para que, quien pueda verse afectado por una investigación, tenga derecho a defenderse.

Y nuevamente, como en el reportaje relativo a la campaña de 2006, en esta otra línea concerniente a su campaña de 2018, se estableció que las investigaciones se cerraron para evitar conflictos diplomáticos, no porque se hubieran concluido con una nota absolutoria para el movimiento de la hoy llamada 4T.

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El Gobierno de EU quiere un fiel perro guardián en su frontera sur. No es que “nos hayan tenido miedo” como se pavoneó AMLO en su infortunada perorata.

Pero, como ya le digo, el peligro real lo constituye la secta, que no sólo respalda y justifica que el Tlatoani confiese sendos atropellos a la ley y al Estado de Derecho, sino que los defiende, los argumenta y hasta los aplaude.

Sin duda que AMLO y Trump comparten, entre otros muchos detalles, el amor incondicional de una feroz secta acrítica.

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