Hace 10 días, en Kansas City, Karl Yarl, un joven muchacho afroamericano de 13 años, se acercó a tocar una puerta donde, pensaba, encontraría a sus hermanos, a quienes tenía la encomienda de recoger.
Para su desgracia, se equivocó de casa. El dueño de la vivienda, Andrew Lester −blanco, de 84 años− lo recibió a balazos. Sin mediar explicación alguna, le disparó en la cabeza. Hoy, el joven Yarl lucha por su vida y Lester enfrenta años en la cárcel.
¿Qué explica una locura como esta? Por supuesto, el gran factor es el acceso a las armas. Como hemos dicho hasta la saciedad, gente resentida hasta el extremo hay en todos lados, pero gente resentida hasta el extremo con acceso legal y amplio a armas de fuego sólo hay en Estados Unidos.
Pero, en este caso, está en juego otro factor, igualmente alarmante.
En los días posteriores al ataque, uno de los nietos del señor Lester declaró que su abuelo se había radicalizado en los últimos años, tras seguir obsesivamente ciertos medios de comunicación. Así lo explicó CNN: “Dijo que su abuelo creía en teorías de conspiración derechistas y estaba influenciado por el ‘miedo y la paranoia’ avivados por algunos medios de comunicación derechistas, que a menudo estaban ‘a todo volumen en su sala de estar’”.
Esto obliga a una reflexión más general, justamente en estos días se ha confirmado el arreglo entre Fox News y la empresa de máquinas de votación electrónica Dominion, que había demandado al medio de comunicación por la difusión de mentiras sobre la confiabilidad de dichas máquinas durante la elección del 2020. Antes que ir a juicio, Fox aceptó pagar casi 800 millones de dólares en un acuerdo sin precedentes. ¿Por qué? La razón es evidente: Fox sabe que varios de sus conductores mintieron sobre el supuesto fraude electoral y el acuerdo les permite, al menos, evitar la vergüenza de testificar.
Al final, la cantidad de dinero es casi testimonial para Fox, aunque tendrán que enfrentar otras demandas que seguramente les costarán también cifras exorbitantes. Lo realmente importante es la conclusión ineludible del daño que han hecho esos medios de comunicación a la discusión pública en Estados Unidos al diseminar desinformación de manera (al menos hasta hace poco) completamente impune.
Si antes que darle por su lado a Donald Trump en su delirio, los medios en Estados Unidos hubieran hecho su trabajo periodístico y aclarado que el fraude no existió, quizá millones de personas hoy seguirían confiando plenamente no sólo en las máquinas de votación electrónicas, sino en la democracia de su país. Hicieron lo contrario, y el daño ha sido inconmensurable.
Algo parecido le ocurrió al señor Lester, intoxicado del odio, desconfianza y resentimiento cotidiano que le alimentaron los medios que escuchaba.
Parece claro que el juicio de la historia será severo con los medios cómplices de la calumnia y la manipulación. Pero lo cierto es que no hay tiempo para esperar el juicio de la historia. En Estados Unidos (y otros países) los periodistas, directores editoriales y dueños de medios de comunicación tendrían que verse al espejo de las consecuencias trágicas que la propaganda ya ha tenido en su sociedad.
Hay envenenamientos para los cuales no hay marcha atrás. Más vale abrir los ojos a tiempo.