La usurpadora

Opinión
/ 14 mayo 2024
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Hay presencias que llegan a suplir las ausencias

Viene a casa de mis padres después de casi cuatro meses de ausencia. Nos vimos con gusto, nos abrazamos y fuimos a la sala a seguir con la plática. Yo me senté en el sillón individual. Después de un momento Gertrudis, la perrita adoptada hace un año, dio un salto y se acomodó en el pequeño espacio entre mis piernas y el decansabrazos.

Me vio fijamente, con una mirada acusadora; sus ojos negros y profundos me incomodaron.

-¿Por qué me ve así? -pregunté-.

-Ese es su lugar- me respondió Madre.

Seguimos platicando. Para nadie es un secreto que el calor de Monclova es cosa seria, y eso, aunado al calor del cuerpo de la perrita, me provocó una incomodidad mayor.

Miré a Gertrudis: ella seguía con la misma actitud, su mirada retadora para exigirme de manera pasivo-agresiva que me quitara de su lugar. Era una lucha de egos y mis padres no intercedieron por ninguno de los dos.

“¿Esperan que me quite de aquí y le ceda el lugar a la perrita?”, le quise preguntar a mis padres, pero no los iba a poner entre la espada y la pared a elegir entre el hijo ausente y la perrita que está todo el tiempo a su lado.

Respiré hondo, acepté mi dosis de humillación y me levanté. Gertrudis dio un par de vueltas sobre el cojín y se echó a dormir. Ni modo; esa perrita les ha dado la compañía que yo no le doy a mis padres. Bien merecido tiene ese sillón.

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