La violencia, el poeta y el deber periodístico

Opinión
/ 15 junio 2025

A la violencia hay que nombrarla una y otra vez, narrarla siempre con rigor y detalle, porque de otro modo, silenciadas las atrocidades, se insertan más y más en nuestra normalidad

Ya he tecleado aquí alguna vez que el extraordinario poeta chileno Raúl Zurita, quien padeció en piel y alma las vilezas de la dictadura de Pinochet, sabe mucho de las violencias y por eso escribe brutalmente acerca de ellas. Aquí en México también sabemos de eso: tenemos al menos 70 ejecuciones diarias a manos del narco y 37 desapariciones perpetradas cada día por comandos de sicarios, lo que nos conduce siempre a un momento de horror, “ese segundo infinitesimal en que alguien se convierte en sus despojos”.

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Estremece más el escritor:

“Carecemos entonces de conceptos para imaginar qué preguntas y qué recuerdos son los que asaltan a alguien en ese extremo monstruoso en que está siendo muerto por otro. No existen esas palabras y, sin embargo, precisamente por eso, porque no existen, debemos decirlas con más fuerza todavía, debemos gritarlas hasta rompernos la boca. Ese es el deber irrenunciable de la poesía: traer a este lado del mundo la porosidad terrible y despiadada de cada uno de esos instantes”.

Cuando leí lo de Raúl Zurita por primera vez, me parecía que el poeta estaba describiendo un día cualquiera en México: en el México del sicariato, en el México del tejido social roto por las violencias y los dineros de la narco-cultura, esos fenómenos que corroen insaciablemente pueblos y municipios del país. Un día cualquiera en el México de los sufrimientos indescriptibles que cada hora padecen las madres de los desaparecidos.

Un día cualquiera en el México donde sólo nos queda la palabra para salir de la oscuridad: “Expulsados del horizonte del lenguaje debemos, no obstante, erguirnos desde la impotencia de las mismas palabras y volver una y otra vez sobre ese extremo irrepresentable de la violencia y del crimen. Repletos de palabras inconclusas, de frases rotas a medio camino, de estrofas que no dicen lo que quisieron decir, desde las primeras epopeyas (...), los poemas testamentarios, los cantos homéricos, la poesía náhuatl, hasta los últimos grandes poemas de nuestro tiempo que en medio del silencio con que son recibidos continúan escribiéndose, le ha correspondido a la poesía, es decir, a esos escombros de una derrota infinitas veces reiterada, recordar la monstruosa dimensión colectiva del mal (...)”.

Recordar la monstruosa dimensión colectiva del mal, dice Raúl Zurita. Tiene mucha razón: a la violencia hay que nombrarla una y otra vez, narrarla siempre con rigor y detalle, porque de otro modo, silenciadas las atrocidades, se insertan más y más en nuestra normalidad, lo cual no es otra cosa que el miedo incrustado, la derrota ante el terror que de día y noche nos genera la maldad.

Sobre “La Ilíada”, el pasaje del Canto XXIV, donde el anciano Príamo le ruega a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor, recrea Zurita: “Y abrazado a sus rodillas le besaba las manos, esas manos terribles, segadoras de hombres, que habían matado a tantos hijos. Aquiles le devolverá el cuerpo a su padre, es decir, se lo restituirá a la humanidad entera”.

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A los padres de decenas de miles de incinerados y destazados; a las madres de miles de mexicanos desaparecidos, ¿quién les devuelve los cuerpos y la humanidad de sus Héctor? Nadie. En México padecemos la deshumanización absoluta, porque ha sido tatuada ya con la ausencia de decenas de miles de personas que se suman cada año a nuestro mundo de lo inasible. Es la maldad machista y deshumanizante que nos hunde en los más monstruosos abismos de la normalización y la desesperanza.

Así que, pues eso, colegas, aunque se molesten y nos amaguen los poderes, mientras en México existan las inmisericordes guerras narcas y en tanto persistan los dolores inconmensurables que taladran tantas almas errantes, no podemos dejar de describir las violencias porque la verdad, por más dura que sea, es una forma de contribuir a que se construya la cultura de paz que tanto requiere México.

jp.becerra.acosta.m@gmail.com

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