Las imágenes que danzan
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Penélope Quero presta el espacio de su columna Notas de Danza esta semana a la pluma de Rosa Amelia Poveda, quien escribe sobre las diferentes formas de concebir la danza que ha experimentado
Por: Rosa Amelia Poveda
La primera vez que consideré la coreografía fuera de la danza fue en un encuentro con el director de cine español José Luis Guerrín en la Universidad Andina Simón Bolívar del Ecuador en 2017. Anteriormente, ya había admirado varios documentales que se convirtieron en referencias coreográficas por su ordenación visual, espacial y poética. Sin embargo, José Luis Guerrín, en una excelente exposición, logró con dos dispositivos estéticos sintetizar la coreografía en el cine. Para él, el control y el azar permitían, no sólo agrupar; sino, abreviar un recorrido histórico del cine. De esta manera comencé a preguntarme sobre la lectura política que la ordenación espacial produce en nuestra cotidianidad; y de esta manera, el conjunto de cuestionamientos que las danzas inspiran a partir de su composición.
Por otro lado, en ese momento, se consolidó para mí, una búsqueda de la danza fuera del salón de ensayos. Una danza que también habita en una ordenación silente y que las personas realizan de manera colectiva y sin previa organización. -Muchas veces lo que es danza no es danza; y lo que se cree que no es danza; efectivamente, es danza-. Una afirmación ambivalente a primera vista; sin embargo, también apela a una contemplación y escucha. La misma, que me ha permitido rebasar esta apasionante y desconcertante dificultad de hablar de la danza desde las danzas mismas y fuera de ellas; pero sobre todo, desde su reminiscencia.
Así, en mi viaje a México para participar en el Festival Nellie Campobello de la ciudad de Chihuahua tuve la oportunidad de visitar ”Las cuevas de las monas”. Un lugar apartado y mágico con dibujos que describen la vida ritual y que combina tres épocas al mismo tiempo: “Arcaico, colonial y apache” (Bernal, 2021, párr. 2). Gracias a la gentileza del fotógrafo David Lauer y su esposa Pety Guerrero logré admirar un lugar donde, también, era posible contemplar el cielo. Un sitio de retiro, pero también un espacio hermosamente marcado por la huella de la danza consumada en gráficos rupestres. Figuras humanas danzantes. Entre ellas, se resalta una con colores ocres y blanco que danza con un pie en el suelo y el otro arriba, su mano en puño y la otra con los dedos abducidos, pero evidentemente atravesando por una puerta de luz a dimensiones trascendentes con el cuerpo en una estado de danza.
Las imágenes de la pandemia expusieron ordenaciones visuales que, aún, reclaman una lectura refinada. El distanciamiento social de un metro y medio, conjugaron interminables filas humanas para acceder a los servicios públicos y privados, determinaban ordenaciones visuales desde la coreopolícia. Lo que deseo señalar es que existe una coreografía con la que convivimos; y muchas no se encuentran compuestas desde decisiones civiles, sino desde estrategias perfiladas. Desde esta visión, desde la biopolítica, la danza resulta ser medible en su rapidez, sincronicidad y con la homogeneidad como virtud. Un lugar para acentuar, únicamente, el plano frontal del cuerpo, e incluso, para cosificarlo. Entonces, las dificultades se complican en el momento de abordar una realidad histórica y ficcional como lo menciona Ranciere (2009, p. 16); mientras en la danza, se coordina las dos dificultades de manera sincrónica. De allí que se vuelve inaplazable el reconocimiento de la coreopolicia y coreopolítica en la ordenación visual que otorgan las imágenes.
De esa manera, la imagen que se materializa llega a ser una huella de lo acontecido. Así, las ordenaciones visuales tocan a quienes se toman un tiempo para su lectura; mientras en la danza, la atención a las imágenes puede ser endógenas e, incluso, independientes de la coreografía que se ejecuta en ese momento. Es decir, las imágenes que logra una persona que danza, confluyen con sus registros analíticos desde la anatomía, y sintéticos con la metáfora. Un estado de atención diferente que se alimenta con los ritmos visuales, la tridimensionalidad, el carácter efímero de la danza, por mencionar algunos, y que abren la posibilidad de su traducción a la palabra escrita. Lugares de gran dificultad de traducción; por lo mismo, considerados epistémicos.
De manera endógena y exógena, la imágenes y la danza se aproximan en un lugar conjunto: el cuerpo. Se encuentran vinculadas en sus usos políticos como,también, en la Antropología; pues, además ordenan un discurso profundo desde la experiencia del cuerpo. Así, la huella como un lugar de una ausencia, desafía lo político y lo coreopolítico; además, porque brinda un ejercicio de diferenciación entre la ejecución y contemplación completamente necesaria. Aproximan y posibilitan un discurso desde su relación histórica y sus ficciones. Aparentemente distantes, las danzas y las imágenes despiertan un misterio: visibilizar la vida en forma de analepsis y prolepsis; es decir, dentro de la atención de la realidad ficcional e histórica de cada persona, imaginar el pasado y el futuro. Una multiplicidad de imágenes internas y externas que combinan la duplicidad de significados, más allá de la percepción del cuerpo como un arquetipo, una relación corporal doble que hace del cuerpo: un lugar creador por su capacidad de transformar (Belting, 2007, p.17-20).
Entonces, ¿cuál es la información que nos dejan las ordenaciones visuales de las imágenes de las guerras, de las migraciones forzadas y de los acontecimientos que se realizaron el 9 de enero de este año en Ecuador?. De la misma manera, ¿cómo estas imágenes afectan a los lenguajes danzarios y a las imágenes internas de una persona que danzan? Preguntas que, desde un sigilo, me interrogan sobre el papel que van a tener las danzas, sobre todo, en un país que ha fracasado, en todos los aspectos, con sus adolescentes.