Las normas no dependen de las circunstancias

Opinión
/ 21 julio 2024

La conciencia es a la persona, lo que las normas a las sociedades. Por supuesto, para que la persona tenga un sentido de respeto irrestricto por los demás, se requiere de una conciencia bien formada. Y para que haya equilibrio en las sociedades se requiere de que las leyes sean justas, se renueven y, sobre todo, que se respeten.

Hammurabi, el cilindro de Ciro, las XII tablas, son las expresiones más nítidas del iusnaturalismo (derecho natural) que se fueron modificando en la medida que las sociedades se fueron organizando, hasta llegar a las Cartas Magnas que hoy regulan la vida de las naciones modernas cimentadas en el iuspositivismo (derecho positivo).

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La alegoría de que las leyes estaban escritas en piedra respondía justo a la idea de que estaban inscritas en el corazón del ser humano y eso no se podía transgredir. La razón nos vino, como sociedad, a determinar que era lo mejor para todos y a determinar que la ley es el garante del equilibrio social. Las leyes que todos convenimos, esas mismas que dependiendo de las circunstancias y cambios históricos deben modificarse, las políticas públicas son la base de dichos cambios.

Y así las constituciones van sufriendo modificaciones constantes, por los cambios sociales, por las necesidades de los tiempos. Por ejemplo, desde la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos –5 de febrero de 1917– a la fecha, se han aprobado 256 reformas constitucionales (cfr. Dirección General de Publicaciones del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República, 4 de febrero 2024). Entre 1917 y 2024, México y el mundo han sufrido cambios vertiginosos, en ese sentido las leyes deben de adecuarse a los nuevos tiempos. Afirma el documento citado, “Las Reformas a la Constitución en la era de la alternancia”, de César Alejandro Giles, que en el caso de AMLO, en su administración ha enviado 10 iniciativas y le han aprobado sólo cinco.

De las 256 reformas al periodo de Vicente Fox le corresponde el 35 por ciento de las reformas, a Felipe Calderón el 55 por ciento, a Enrique Peña Nieto el 65 por ciento y a Andrés Manuel López Obrador el 50 por ciento, entre las cuales están los programas sociales, la creación de la Guardia Nacional y la revocación de mandato. Sólo para aclarar, en los últimos 24 años del siglo 20 –tiempos de la hegemonía del PRI– se aprobaron 66 reformas con los votos de un sólo partido y en lo que va de este siglo (2000-2024) se aprobaron 106 reformas constitucionales con acuerdos de distintas fuerzas políticas.

Hoy se habla de nuevas modificaciones a la Constitución, pero en el área única y exclusivamente de lo judicial y se anuncia una reforma en esa área. Una reforma que ha causado mucha comezón donde se ha privilegiado lo político, por encima de lo legal. En ese sentido, la respuesta a cualquier suspicacia, inconformidad y puesta de acuerdo se encuentra en los acuerdos que se realizaron en algún momento de nuestra historia y que dio lugar a lo que en su momento entró en el marco de lo que llamamos reformas constitucionales. Es importante no seguir complicando los ambientes donde nos movemos.

Los convenios establecidos a través de las leyes aseguran la paz y la justicia en cualquier grupo humano. Tiene dudas, no está de acuerdo, cree que se está cometiendo una injusticia, vea la Constitución y las normas que le dan sentido a las áreas donde se encuentra. Porque por todos lados hay acuerdos, hay normas.

Así como en el tema internacional, la Declaración Universal de los Derechos Humanos marca pauta; así como en el tema de la sostenibilidad y el medio ambiente los Objetivos del Desarrollo Sostenible y los Acuerdos de París dicen por dónde; así como en temas comerciales es importante voltear la mirada hacia el Global Compact o la Organización Mundial del Comercio, y si quiere nos vamos a algo trivial, como el futbol, está la FIFA; así en nuestro país está la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el Código Penal Federal, el Código Federal de Procedimientos Civiles, la Ley Federal del Trabajo o la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales, entre otras tantas.

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El ser humano tiene una referencia obligada a la norma, al orden. Así como no existen seres humanos sin cultura, no existen seres humanos sin moralidad. Podemos tener una referencia a la norma (jurídica, moral, ética, religiosa, etc.) y hacer lo contrario (in-moralidad) fabricando una moral de doble discurso, pero imposible no tener una referencia a la norma (a-moralidad).

Como para todo hay normas, en el caso de la llamada “sobrerrepresentación”, que hoy se ha convertido en motivo de sobresalto en el escenario de lo político –como si no nos faltara– ahí está la Ley, acuda a ella y saque sus conclusiones. Esto puede ser el mejor de los ejemplos para que acabemos de entender que las leyes deben de respetarse, no por ellas mismas, sino porque emanaron de los acuerdos que nosotros mismos –la representatividad– determinamos. ¿O seguiremos en la ruta del relativismo moral donde la idea, la verdad, la justicia y la felicidad dependen de las circunstancias? Así las cosas.

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