Las pequeñas palabras
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Las casas no tienen ya cuarto de triques. Por eso los triques han acabado por desaparecer.
¿Qué eran los triques? No eran los trebejos. Los trebejos son otra cosa, diferente, pues los trebejos sirven y los triques no. Trebejos es el nombre más correcto para designar las piezas del ajedrez. Tampoco son bártulos los triques, porque los bártulos se pueden liar, no así los triques. Los bártulos son cosas útiles, enseres necesarios, y los triques no. Esa palabra, “bártulos”, viene del nombre de Bártolo, jurisconsulto de Roma cuyos textos usaban los estudiantes medievales. Cuando acababa el curso y se iban de vacaciones aquellos escolares ataban con una cuerda su rimero de libros para llevárselos a casa. De ahí viene eso de “liar los bártulos”.
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¿Qué son, entonces, los triques? Los triques son... los triques. El Diccionario de Mejicanismos –así escribía él la palabra- del señor Santamaría define la voz con otro sentido diferente al que aquí, en Saltillo, siempre le hemos dado. Dice don Francisco que triques son “trastos o cacharros”, y eso no es cierto, por acá Triques son las cosas, más bien de tamaño grande, que ya han dejado de servir y que son arrumbadas en algún sitio de la casa como objetos inútiles. Es la cama que un buen día -o una mejor noche- se derrengó de pronto y hubo que cambiar por otra nueva; es el viejo ropero recibido como herencia de la abuela y que ya no va con los nuevos muebles de la casa; es el antiguo “chifonier” o el anticuado “chiforró” que ya pasó de moda; es la escalera de albañil a la que se le quebraron tres peldaños; es la garrocha sin pelo o el plumero desplumado; es el colchón inservible a fuerza de tantas meadas infantiles... Todo eso son los triques.
Yo leo el diccionario de la Academia como los sacerdotes de antes leían su breviario: todos los días y devotamente. Me divierte y me ilustra su lectura; me deleitan sus páginas como si fueran de la novela más entretenida. No subrayo sus renglones ni pongo anotaciones en sus márgenes: eso sería sacrilegio: para mí el diccionario es como un libro religioso, pues me liga a ese maravilloso prodigio que es el lenguaje de los hombres. Pero tengo un cuaderno verde, de hojas grandes, en donde anoto los descubrimientos que hago en esa veta aurífera y plateada que el diccionario es. Hace unos días encontré esta linda palabra: pelitrique.
“Pelitrique: Cualquier cosa de poca entidad o valor”.
Me pregunto si nuestro vocablo “trique” no vendrá de esa voz, “pelitrique”, marcada por el diccionario como familiar. Me pregunto también si todavía se emplea la palabra. Muchas han desaparecido como hojas que en el otoño caen del árbol, si me es permitido el melancólico símil arborícola. Quizás hay en el mundo un espacio medido para las palabras, y unas deben irse, desaparecer, para que quepan otras. Pero en mi casa tengo un cuarto para las palabras que ya no se usan. Ahí puse la palabra “triques”, herencia de los modos de hablar de nuestros padres y nuestros abuelos; galas de lenguaje que no se deben olvidar, sino guardarse aunque sea en el cuarto de los triques.