Estos eran dos hermanos...

Opinión
/ 24 abril 2024

En cuestiones de literatura soy un heterodoxo. Y en todo lo demás también, gracias a Dios. El que duda camina haciendo eses, como los borrachos, y en una de esas eses puede rozar acaso la verdad. El que camina por un camino recto, si es el equivocado, jamás la tocará. Siempre ha dado más frutos la duda que la certidumbre.

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Soy un heterodoxo en cuestiones de literatura, dije. Y desde el burladero de esa heterodoxia digo que me gusta más la poesía de Manuel Machado que la de su más conocido hermano, Antonio. Uno de los cimientos en que baso mi preferencia por Manuel es que su poesía es tan buena que nadie la ha tomado para ponerle música y hacer canciones con sus versos. ¿Alguien sería capaz de ponerle música a la poesía de Góngora, que es toda música, o a la de San Juan de la Cruz, que es toda Dios?

El otro día llovió toda la tarde. Sentado en mi sillón de viejo leí de nuevo la poesía de Manuel Machado. Me la reveló, en el bachillerato ateneísta, Guillermo Meléndez Mata, profesor de literatura doctorado en vida. Nos hizo aprender de memoria su poema “Adelfos”. Un sólo verso de ese bello autorretrato justifica toda la vida de Machado:

“...tengo el alma de nardo del árabe español...”.

Cantó Machado al amor, que, “después de serlo todo, es nada”:

“...¡Oh la célebre lucha con la dulce enemiga!... La mujer -ideal y animal; gata y ángel que ama las nubes y el dolor y la cocina; tan significativa y tan insignificante... Al hablar del juguete que con nosotros juega, lo hago sin gran rencor, que, al cabo, es la mujer el único enemigo que no quiero vencer. A mí no me fue mal. Amé y me amaron. Digo... Ellas fueron piadosas y espléndidas conmigo, que les pedí hermosura, nada más, y ternura, y en sus senos divinos me embriagué de dulzura... Sabiendo, por los Padres del Concilio de Trento, lo que hay en ellas de alma, me he dado por contento. La mecha de mi frente va siendo gris. Y aunque esto me da cierta elegancia suave, por supuesto, no soy, como fui antes, caballero esforzado y en el campo de plumas de Amor el gran soldado... Ya no soy joven, aunque aún paso revista...”.

Y resume:

“... Las mujeres... Sin ser un Tenorio −¡eso no!−

tengo una que me quiere, y otra a quien quiero yo...”.

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El hermano de Manuel, Antonio, es −¿quién podría negarlo?− uno de los más altos poetas en lengua castellana. Pero a mi juicio es demasiado poeta; es como un poeta profesional que siempre está en trance de poeta. Me hace recordar a Juan Ramón Jiménez. Fueron un día a buscarlo en su casa unos amigos, y su esposa les impuso silencio:

-¡Shhh! Juan Ramón está teniendo un poema.

No así Manuel Machado. A él le fluía el poema sin esfuerzo, a lo gitano. Alguna vez hizo una confesión en la cual está toda la clave de su poesía:

“...Antes que un tal poeta, mi deseo primero

hubiera sido ser un buen banderillero...”.

Me gusta un poeta así, medio torero. Después de todo, los toreros son así, medio poetas.

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