Lleno plazas, luego tengo razón
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El presidente Andrés Manuel López Obrador volvió el miércoles anterior al único territorio donde se siente a gusto; al lugar del cual extrae energías para insistir machaconamente en la descripción de la realidad alterna en la cual se ha instalado desde su ascenso a la Silla del Águila: a la plaza llena donde habita el coro sin fisuras dispuesto a aplaudirlo todo; allí donde no hay discrepancia ni disidencia.
Con el pretexto manido de “informar al pueblo” -porque ha arrancado formalmente el cuarto año de su administración y seguramente la gente desconoce lo realizado en todo este tiempo- el hijo pródigo de Macuspana congregó a sus huestes leales en la plancha del Zócalo capitalino para hacer lo único en lo cual es eficaz y eficiente: un mitin político para abonar al proceso de cohesión de sus bases.
No se puede, aunque se intente, realizar una lectura distinta del acto del miércoles pues se trató de un mitin, de un acto netamente político, de una congregación de fieles alrededor del sumo sacerdote de su religión primitiva.
Ninguna conexión tuvo con las responsabilidades públicas o con la mínima vocación de rendir cuentas. Se trataba de otra cosa: de mostrar músculo, de enviar un mensaje, de plantar nuevamente la bandera en la plaza de la Constitución, esa porción emblemática de la arena política mexicana.
La postal del Zócalo lleno -otra vez, después de dos años de ayuno provocados por la maldita pandemia- tenía sólo una intención: estrellarle en la cara a los adversarios una imagen capaz de hablar por sí sola y con absoluta claridad: a pesar de todo, ahí está el pueblo bueno y sabio respaldando a su mesías, “como en los mejores tiempos”.
El asunto era refrendar la vocación por el voluntarismo, por el gobierno de un solo hombre. Lo importante era reiterar la convicción en torno a la “autoridá moral” esa etérea característica auto asignada a sí mismo por el presidente (con minúscula) y merced a la cual él se ubica por encima de cualquier crítica y, por si fuera poco, logra con ella sustituir a la inteligencia, el conocimiento decantado a través del método científico y la técnica depurada.
Se trataba de dejar en claro -y escuche quien tenga oídos y vea quien tenga ojos- el destino hacia el cual se dirige este gobierno. Pero no solo eso: también importaba reiterar cómo la ruta para llegar a ese destino está marcada en el mapa de forma inequívoca y no se va a mover ni una micra el timón.
Porque lo hecho hasta ahora se ha hecho bien. Y todavía más: hubiera sido imposible hacerlo de otra forma. ¿Y mejor? pues de eso ya mejor ni hablamos.
¿Cómo puede saberse si eso es verdad o solo una ilusión? ¿Cuál es la evidencia merced a la cual se afirma la posición política escogida y se enfrenta la crítica basada en el análisis de los hechos y las cifras?
¡Fácil! La confirmación del acierto discursivo de nuestro Perseo de Pantano es provista por la muchedumbre acrítica a la cual no le importan los resultados -menos aún el contraste de estos contra un parámetro objetivo- sino contar con una figura cuasi mitológica a la cual adorar y rendir culto.
A la masa vociferante le importa contar con una referente gracias al cual puedan justificar sus integrantes su propia ignorancia, su propio ayuno de ideas y sus odios. ¿Y la objetividad? pues eso será un árbol cuyos frutos son objetos...
La plaza llena y la coreante multitud frente a los señalamientos ha sido y será la medida del “debate” entre la transformación de cuarta y sus contradictores. Nadie se diga sorprendido por esto y, si tenía dudas, pues despéjelas, porque con el mitin del Zócalo tan solo se ha refrendado la vocación mesiánica del “gobierno de maquetas” -Brozo dixit- y, cuando mucho, hemos asistido al banderazo oficial de la contienda electoral rumbo a 2024.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx