Lo barato... sale Caro. Difícilmente a Trump se le convencerá con ofrendas
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¿Cree alguien en el Gobierno de México que los mexicanos están ahora más seguros porque mandaron a esos 29 prisioneros a EU? ¿Cuál es la estrategia del gobierno para cumplirle no sólo a Trump, sino a los mexicanos?
Para los mexicanos menores de 30 años, o incluso 40, la percepción es que México, durante sus vidas, siempre ha estado infectado de cárteles (me refiero a los de la droga; también hay económicos y políticos) que han corrompido a autoridades de todos los niveles, poderes y partidos, y que han sembrado la inseguridad que vive el país. Esos mexicanos crecieron y se acostumbraron, tal vez con razón, a que el estereotipo de México en las historias, libros y películas americanas sea el de un país sin leyes, altamente corrupto y donde los narcos siempre han estado en la parte alta de la “cadena alimenticia” y donde mandan cada vez más.
En México y en otros países, muchos lucraron y siguen lucrando con películas, programas de televisión o canciones que enaltecen a los cárteles y a los capos de la droga mexicanos. No debería sorprendernos que se enaltezca a los cárteles y se convierta en leyenda a los grandes capos; especialmente en un país en el que los gobiernos de todos colores y sabores se han encargado de superarse unos a otros en su ineptitud (o simple falta de voluntad) para “cumplir y hacer cumplir” las leyes; en un país donde las políticas económicas, sociales, educativas, de salud e industriales han arrojado resultados desastrosos en materia de pobreza, de nivel educativo, de civismo, de orgullo patrio, de salud, de ausencia de un sector empresarial pujante, es inevitable que el hueco de gobierno y gobernabilidad lo llenen otros, en este caso, los cárteles de la droga.
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Son esos cárteles los que llevaron “oportunidades” y espejismos a quienes no tenían nada que perder. Son esas actividades ilícitas, permitidas por el policía de a pie, el alcalde, el gobernador y la guardia estatal, pero también por el general de cuatro estrellas y hasta el comandante supremo de las fuerzas armadas en turno, las que parecían la única opción para que familias y comunidades enteras tuvieran sustento, mal habido, pero sustento al fin y al cabo. En un país con vacío de autoridad y sin héroes, de pronto el narco del pueblo, con dinero, con pistola de cachas de oro, con cierta autoridad y enfocado en su negocio, se convirtió en la figura que mandaba, en el referente de la comunidad y en el mecenas que lo mismo armaba a sus pistoleros que otorgaba despensas y ayudas económicas cuando había desastres naturales.
Mi primera memoria sobre temas de narcotráfico es muy vívida. Estaba en un rancho ubicado en Galeana, Nuevo León, cerca de San Rafael, justo abajo del ejido Los Adobes, cuando mi padre puso el radio en frecuencia AM para escuchar lo que al parecer eran noticias relevantes sobre la captura de un narcotraficante. Me ganó la curiosidad y puse mucha atención. Por unos 30 minutos escuchamos el relato del arresto y los detalles sobre el arrestado. Rafael Caro Quintero era el personaje en cuestión, arrestado el 4 de abril de 1985 en Costa Rica.
Nunca había pensado en qué edad tenía cuando me enteré por primera vez sobre la existencia de cárteles y narcos, pero el historial de detenciones y noticias sobre Caro Quintero me hace confirmar dónde estaba cuando ocurrió el arresto en Costa Rica y que tenía 12 años cuando fui expuesto a la realidad de un país en el que el negocio ilegal de las drogas florecería no sólo gracias a la falta de gobierno y justicia, sino al gran mercado consumidor existente en el vecino país del norte.
Nunca pensé que crecería en un país que, cuatro décadas después de aquella noticia, estaría contando con cerca de 40 mil homicidios al año y a merced no sólo de un par de cárteles, sino de un enjambre de cárteles cada vez más sanguinarios, influyentes, conectados con políticos y autoridades en turno y más diversificados en sus actividades “empresariales”. Carteles con líderes cuyos apodos llevan números, que se les conoce por sus siglas, que tienen corridos y que lo mismo se meten al negocio del aguacate que al cobro de piso, al huachicol, al ramo facturero o a cualquier tipo de droga que se demande en el mercado más grande del mundo (Estados Unidos).
Tampoco imaginé que muchos, como el señor Caro, se hicieron ricos vendiendo mariguana a Estados Unidos hace décadas y que hoy en día muchos pueblos, ciudades y suburbios de ese país apestan a mariguana que es vendida legalmente y que se anuncia por correo y en espectaculares en las principales vialidades.
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Hace unos días nos enteramos que México entregó a 29 narcotraficantes a Estados Unidos. Hay quien dice que es una especie de ofrenda al dios MAGA y la verdad es que sería iluso pensar que, a base de “ofrendas”, se convencerá a Trump de mucho. Pero más grave es que los mexicanos nos demos cuenta de que la justicia que procura e imparte nuestro gobierno (hoy y antes) sólo se echa a andar cuando se trata de tranquilizar o complacer a un gobierno extranjero. ¿Dónde queda el reclamo de años, a este y a gobiernos anteriores, que hemos hecho los mexicanos sobre la falta de seguridad?
¿Cree alguien en el Gobierno de México que los mexicanos están ahora más seguros porque mandaron a esos 29 prisioneros a Estados Unidos? ¿Cuál es la estrategia del gobierno para cumplirle no sólo a Trump, sino a los mexicanos? Un gobierno barato, poquito, de miras bajas nos está saliendo caro; en seguridad, en economía, en política industrial, en educación, en salud. No se trata sólo de perpetuarse en el poder y atender al bully de la cuadra.