Aplauso a políticos: ¿Cuándo normalizamos aplaudir la mediocridad?

Opinión
/ 23 febrero 2025

Recordemos que los funcionarios y políticos trabajan para nosotros, no al revés, y guardemos nuestro aplauso para cuando sea realmente merecido

¿En qué momento se adoptó y se normalizó la costumbre de aplaudirle a los políticos, de todos niveles, colores y sabores, sin al menos pensarlo dos veces? El aplauso fácil al político del templete en turno es, probablemente, la señal más clara de que somos una sociedad conformista que dejó de aspirar a por lo menos pensar en grande, a soñar con políticas y acciones que alcancen a mover la aguja en materia de transformación y desarrollo, desde lo más simple a nivel de calle o banqueta en una ciudad hasta el crecimiento y desarrollo general de la nación.

Viendo los aplausos que cosechan por cualquier cosa, declaración o discurso los alcaldes, gobernadores, diputados, senadores, secretarios o la misma Presidenta en turno, deben ser una indicación de que las expectativas de nosotros, los ciudadanos, están por los suelos; nos rendimos y preferimos mantener viva esa tradición tan tercermundista y poquitera, arropando la mediocridad... cuando bien nos va.

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Viene a mi mente el tema a raíz de un tuit de una cuenta que se burlaba, con cierta razón, creo yo, de un video en el que Ricardo Anaya (junto a cientos de legisladores, funcionarios y empresarios) aplaudía fervientemente el decreto firmado por Peña Nieto para liberar el precio de la gasolina. El comentador, pro-4T, se burlaba de que en aquel entonces Anaya aplaudía la liberación del precio y ahora se queja de la gasolina cara. Una burla muy simplona porque quienes no ven falla alguna en la 4T no van a encontrar forma de criticar que los precios de gasolina sólo bajaron, temporalmente, cuando se infló el valor del peso. Pero el tema no es necesariamente si el precio de la gasolina, junto con sus impuestos especiales, está en un nivel razonable ahora que cuesta un 40 por ciento más en México que en Estados Unidos, aunque seguramente hay quien también encontrará pretexto para aplaudir lo inaplaudible.

El tema que nos ocupa en esta columna es el de poner sobre la mesa el significado de los aplausos que cosechan, prácticamente a diario y sin mayor motivo, los políticos de todos calibres, los supuestos “servidores públicos”. El cuestionarnos cómo hemos normalizado que el funcionario en turno crea que deba ser adulado a donde sea que vaya, independientemente de si arroja resultados medianamente positivos para los ciudadanos. Que levante la mano quien haya sido capaz de ir a un evento de un político y no haya aplaudido. Que levante la mano aquel que se haya topado a un funcionario de alto nivel y se aguantó las ganas de saludarlo.

La realidad es que los ciudadanos hemos sido culpables de ponerles el tristemente famoso ladrillo enfrente para que se suban y se mareen. No necesitamos siquiera discursos medianamente buenos y bien pensados, mucho menos acciones y políticas efectivas. Nos conformamos con ceremonias de primera piedra de obras que después quedan en el olvido, que son mal ejecutadas, que no sirven para nada o que cuestan varias veces lo presupuestado; esas primeras piedras parecieran más bien convertirse en pedradas dirigidas a los ciudadanos, quienes no son siquiera capaces de meter las manos para cubrirse porque están distraídos aplaudiendo como zombis y sin saber por qué aplauden. Con anuncios espectaculares de buenas intenciones que acaban siendo huecas, que caducan incluso antes de que acabe el periodo del funcionario en turno.

Entonces, ¿qué será prudente hacer al respecto? ¿Subiremos la mira, las expectativas para vender, aunque sea un poquito más caro, el aplauso zombi? Procuremos pensar en esto cada vez que atestigüemos un aplauso en un evento político u oficial y seamos capaces de evaluar si el aplauso incondicional que se llevan quienes están parados sobre ese ladrillo de poca altura imaginario es merecido o no.

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Recordemos que los funcionarios y políticos trabajan para nosotros, no al revés, y guardemos nuestro aplauso para cuando sea realmente merecido. Anunciar un plan de crecimiento sin pies ni cabeza NO merece un aplauso. Poner la primera piedra de una carretera que acaba siendo insuficiente, mal planeada, peligrosa y de mala calidad NO justifica un aplauso. Firmar leyes que no se cumplen y no se hacen cumplir NO merece un aplauso. Entregar concesiones al cuate NO es motivo de aplauso. Presentar un informe de 100 días o de gobierno, sólo merecerá un aplauso cuando los logros sean tangibles y mejores a lo inercial. Vivir de la mano de los otros datos NO justifica un aplauso. Celebrar el Día del Ejército o del burócrata, con más discursos huecos mientras el país está en llamas y en manos de cárteles (del narco, económicos y partidistas) NO debería ser motivo de aplauso, sino de un reclamo agresivo, urgente y merecido que por algún motivo no hemos sido capaces de hacer público y patente.

Por ahora, yo los invito a no malbaratar sus aplausos y a pensar con mucho cuidado y algo de juicio crítico si lo que obtenemos los ciudadanos de quienes se supone nos deben servir merece un aplauso y, eventualmente, un voto o por lo menos el beneficio de la duda.

@josedenigris

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