Los lenguajes de vida
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Validamos el amor. Lo hacemos de manera absurda. En forma de obsequios. En la figura emblema de un gigante bonachón. Rodeado de míticas ensoñaciones. Viviendo al norte del polo. Rodeado de hielo, nieve, chocolate y galletas.
Para nuestra mañana, ya es la noticia pasada. En los hogares, al despertar, el espíritu de la natividad, ya se hizo posible. Al visitar los centros comerciales. Desde semanas antes. La infancia escribió cartas idílicas. Presupuestos para todos. Descuentos nada concretos.
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Al 25 de diciembre, en la cristiandad, otra fecha. Tal vez, sólo el cambio de hojas en el calendario. Los juguetes causan sorpresa apenas visible. No todas las familias tienen asegurada incluso la cena decente.
Nuestros migrantes, los desposeídos de la tierra, apenas ingieren un taco o alguna de las comidas calientes ofrecidas por personas de buena fe.
En hospitales, albergues e incluso en las calles de las metrópolis, todos aquellos sin hogar, deambulan sin fecha fija.
Hablar de amor, del acto sublime de la entrega en la cruz, debe ser el reflejo de la empatía, la solidaridad y la decencia.
Debemos acercarnos a quienes la vida les ha maltratado. Hacerlo con humildes. Mirarlos en igualdad. Cada existencia es una rueda de la fortuna.
Ser la familia, de quienes ya en la orfandad, padece de privación. También en las prisiones y en sus lazos sanguíneos.
Recordar el acto sublime del canto del Amazing Grace. Ya existe alguien quien cubrió nuestra cuenta imposible de pagar. La pagó con su sangre. Eso, nos hizo libres. Realmente independientes.