Los muros de la vergüenza

Opinión
/ 12 noviembre 2024
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En pleno siglo XXI, cuando el mundo parece estar más conectado que nunca, continuamos levantando muros que nos dividen. Estas estructuras, que algunos justifican como soluciones pragmáticas para problemas fronterizos o de seguridad, son en realidad un reflejo de las fracturas profundas que persisten en nuestras sociedades. Más que bloques de concreto o vallas metálicas, son símbolos de exclusión, desigualdad y miedo. Representan las líneas que trazamos para separar, muchas veces con violencia, lo que consideramos “nuestro” de lo que percibimos como “extraño”.

Los muros no son únicamente barreras físicas; son también símbolos de las tensiones políticas, económicas y culturales de un mundo que, pese a la globalización, sigue profundamente fragmentado. Mientras nos maravillamos con la tecnología que conecta a millones en un instante, seguimos construyendo barreras que separan territorios, familias y sueños. El ser humano, contradictorio por naturaleza, persiste en recurrir a estas estructuras como si fueran soluciones definitivas. Sin embargo, cada muro erigido representa un fracaso colectivo para resolver los conflictos que lo justifican.

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EL NUESTRO

Uno de los ejemplos más emblemáticos de esta dualidad es el muro que divide a Estados Unidos y México. Esta barrera, que serpentea a lo largo de miles de kilómetros, no solo delimita territorios, sino que también fragmenta historias y comunidades. Aunque se argumenta que su propósito es frenar la migración irregular y el tráfico ilícito, para quienes viven bajo su sombra es una herida abierta. Es también un recordatorio de la desigualdad económica y social que obliga a miles a emprender peligrosos caminos en busca de esperanza.

Las imágenes de personas arriesgándolo todo al cruzar esta frontera son un testimonio vivo de las profundas inequidades que separan a los países desarrollados de aquellos que luchan por sobrevivir.

HERIDAS ABIERTAS

En África, las vallas que rodean los enclaves españoles de Ceuta y Melilla son otro ejemplo. Quienes intentan cruzarlas lo hacen cargados de desesperación, soñando con un nuevo comienzo al otro lado. Estas imágenes, vistas repetidamente, reflejan desigualdades tan profundas que ni las barreras más altas pueden ocultar.

En Oriente Medio, el muro que separa Israel de Cisjordania simboliza otra herida abierta. Construido bajo la justificación de la seguridad, se ha convertido en un recordatorio constante de segregación y división. Cada piedra y cada tramo del muro evocan las tensiones políticas, religiosas y territoriales que caracterizan a la región. En este caso, la barrera no solo separa territorios, sino que profundiza las cicatrices del conflicto entre israelíes y palestinos.

DESAFÍOS

En Asia, la frontera entre India y Bangladesh está marcada por una de las vallas más largas del mundo. Diseñada para controlar el contrabando y la migración irregular, esta estructura no logra contener las realidades humanas que la atraviesan. La pobreza y la desigualdad empujan a miles a desafiarla, demostrando que ninguna barrera puede detener el deseo de una vida mejor.

Europa también enfrenta sus propios desafíos con muros contemporáneos. Países como Hungría, Grecia y Finlandia han levantado barreras para protegerse de lo que perciben como amenazas migratorias o geopolíticas. Estas vallas no solo restringen el movimiento, sino también la posibilidad de un diálogo más profundo sobre las causas que empujan a millones a desplazarse: guerras, persecuciones, desigualdad y crisis climática.

MANIFIESTO...

Relato este suceso para recordar precisamente la infinidad de muros visibles e invisibles que nos pueblan y proliferan, me refiero a esos que separan pueblos, comunidades y personas, que hacen imposible la convivencia armónica; también me refiero a esas ideologías que nos dividen como mexicanos, que hacen perder lo más por lo menos; que avergonzarían a nuestros ancestros y a los hijos del mañana.

Escribo para reclamar a esos insensibles, egoístas y cínicos políticos y gobernantes que olvidan a sus gobernados agravando la polarización e intolerancia social.

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Los evoco para estimular la memoria social, para tomar conciencia de la inmensa barrera que hiere y sangra la frontera norte y abandona a infinidad de inmigrantes que mueren de abandono en el infructuoso intento de encontrar un futuro promisorio, mismo que sus propias tierras les niega.

Aludo a esos muros de sangre y muerte para que los jóvenes valoren y custodien su libertad, comprendiendo la urgencia de actuar con responsabilidad. Para recordarles que en nuestro país persisten injustificables infiernos y formas de esclavitud. Para que todos nos percatemos de que, mientras prevalezcan la pobreza, la impunidad, la corrupción, el saqueo, la injusticia y la violencia, seguiremos viviendo amurallados, asilados, atrapados en el miedo y en delirios agónicos, en ese laberinto que Octavio Paz llamó “de soledad”.

1989

Han pasado 35 años desde un mágico e inesperado suceso que marcó al mundo entero. El pasado 9 de noviembre recordamos la caída del Muro de Berlín, aquella pared fortificada que durante décadas dividió familias y justificó el asesinato de quienes solo buscaban libertad.

El Muro de Berlín estuvo en pie 28 años, dos meses y 27 días. Más de 190 personas perdieron la vida al intentar cruzarlo, mientras 5 mil 75 lograron burlar su vigilancia, incluidos 574 soldados encargados de custodiarlo.

Uno de los primeros rostros fue Günter Litfin, un joven sastre de 24 años, abatido el 24 de agosto de 1961 mientras intentaba cruzar a nado el canal que lo separaba del sector occidental. A pesar de levantar los brazos en señal de rendición, recibió un disparo en la nuca. Otro caso estremecedor es el de Peter Fechter, de 18 años, quien agonizó desangrado en la alambrada en agosto de 1962 mientras el mundo observaba impotente.

PREGUNTA

Precisamente, fue el 9 de noviembre de 1989, cuando una rueda de prensa rutinaria en Berlín cambió el curso de la historia. Riccardo Ehrman, periodista de la agencia italiana ANSA, cuestionó al alto funcionario de la RDA, Günter Schabowski, sobre una confusa ley de viajes:

—Señor Schabowski, ¿cree usted que fue un error introducir la Ley de Viajes hace unos días?

Nervioso, Schabowski revisó unos papeles y declaró que los ciudadanos podrían cruzar al Oeste “inmediatamente”. Aquellas palabras, casi improvisadas, desataron un éxodo masivo y precipitaron el fin del muro.

Ehrman recordaría después: “Lo significativo no fue mi pregunta, sino su respuesta. En ese momento, creí que solo había caído el muro. No me di cuenta de que el mundo estaba cambiando”.

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MÁS ALLÁ

El Muro de Berlín no fue el único símbolo de división y exclusión, aunque su caída marcó un hito en la historia. Hoy, en pleno siglo XXI, existen todavía más de 60 muros fronterizos alrededor del mundo. Cada uno de ellos es un recordatorio de nuestras fallas como humanidad, de nuestra incapacidad para resolver los conflictos de manera pacífica y de nuestra inclinación a dividirnos en lugar de unirnos.

Estos “muros de vergüenza”, como los llama la historia, no son solo barreras físicas. Son la manifestación visible de prejuicios, desigualdades e intolerancia. Cada muro representa una oportunidad perdida de diálogo, de entendimiento mutuo y de construcción de un futuro compartido. Más allá de sus ladrillos, alambres o cemento, son monumentos al fracaso del entendimiento humano.

INVISIBILIDAD

Hoy, aunque el muro de Berlín es solo un recuerdo, otros más, visibles e invisibles, siguen dividiendo al mundo. Me refiero a esas barreras que se encuentran en nuestros corazones. Son esos que separan a las personas; que alimentan la polarización y perpetúan la indiferencia y la discriminación. Son las barreras que levantamos cada vez que negamos al “otro” su dignidad y sus derechos.

LLAMADO...

Recordar la caída del Muro de Berlín trasciende la memoria histórica; es un llamado urgente a derribar las murallas internas que bloquean nuestra empatía y nos alejan de un mundo más justo. Es una invitación a superar el egoísmo para construir puentes firmes de solidaridad y esperanza.

El 9 de noviembre no representa, exclusivamente, un día para recordar el pasado; es un faro que ilumina el presente y nos interpela sobre el futuro que estamos moldeando con cada decisión, cada acto de empatía o cada gesto de indiferencia. Esta fecha nos desafía a romper las cadenas que nos atan al miedo, al prejuicio y a la división. Nos invita a derribar los muros de vergüenza, esos que, visible o invisiblemente, perpetúan la exclusión y nos alejan unos de otros.

cgutierrez_a@outlook.com

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