Lost Weekend. El fin de semana perdido del obispo Rangel Mendoza
COMPARTIR
Quizás la Iglesia Católica atraviese su peor momento histórico.
La revelación de los abusos sexuales cometidos por sus ministros alrededor del mundo (especialmente los casos de pederastia sobre los cuales Juan Pablo II y sucesores han sido blandengues cuando no de plano encubridores) manchó a la institución religiosa para siempre.
TE PUEDE INTERESAR: Los huevotes de Claudia
La figura del sacerdote perdió su aire de santidad y ahora se les percibe más bien como aberrados
Sumado lo anterior al hecho de que hoy, como en ninguna otra época de la humanidad, tenemos más respuestas, conocimientos y recursos a nuestra disposición para solventar nuestras crisis y nuestras dudas, es bien poco lo que un sacerdote realmente puede hacer por el individuo promedio.
Quiero decir con todo esto que, aunque sigue siendo relevante en zonas geográficas muy específicas, la investidura sacerdotal no deja de perder prestigio y autoridad en una cuesta abajo que muy probablemente se prolongue hasta su total desaparición.
De figuras destacadas de la comunidad, los curitas pasaron a ser percibidos como un chiste, un gag cómico, un meme, casi invariablemente de índole depravada. Y yo no tengo problema con ello, el sacerdocio como gremio se ganó a pulso tal reputación dada su falta de aseo, de transparencia y de medidas disciplinarias en su jerarquía.
Pero en lo individual es otra cosa. La reputación colectiva no puede ser un elemento que pese en nuestro juicio sobre uno de sus miembros y mucho menos en el juicio de la autoridad.
Las redes sociales y medios diversos se cebaron con el caso del obispo emérito de Chilpancingo, Salvador Rangel Mendoza. Aunque no podría meter las manos en el fuego por nadie −menos por un ministro religioso−, sí me parece que le debemos a este sacerdote el mínimo beneficio de la duda y algunos aspectos a considerar:
La alarma tras su desaparición quedó reducida a chistes de redes y comentario humorístico porque... ¡Mire que reaparecer intoxicado, desvalijado y en un motel, en posesión de estupefacientes, juguetes sexuales y medicamento para la disfunción eréctil!
Se hizo correr la versión de que, previo a su ausencia de tres días, se le vio entrar a un motel de paso en compañía de otro hombre.
Tras un fin de semana de supuestos excesos el obispo guerrerense habría reaparecido en el hospital recuperándose de la madre de todas las resacas, con lo que la autoridad del estado de Morelos (gobernador y el comisionado de seguridad del Estado), entidad en la que ocurrieron estos hechos, se sacudió de toda responsabilidad.
Se estableció la narrativa implícita de que Rangel Mendoza es un viejo juerguista aficionado a las encerronas, cocainómano, muy probablemente homosexual y con un vigor amatorio disminuido aunque bien apoyado por la farmacología.
Cualquier reclamo de justicia por el muy posible secuestro del cual fue objeto monseñor Rangel será fácilmente desacreditado, por la autoridad y luego por la opinión pública, dado el contexto en el que reapareció: “Sólo se trata de otro cura depravado que busca justificarse porque su última bacanal se salió de control y acabó mal”.
Pudiera ser. Dentro del abanico de posibilidades, desde luego que tal cosa tiene cabida. No sería −ya le digo− ni el primero ni el último sacerdote aficionado a los placeres de la carne (y no estoy hablando de comer en la churrasquería brasileña).
Pero yo advierto algunas señales que me hacen poner en reserva la teoría del curita reventado. Concretamente tres cosas me vuelven difícil aceptar esta versión:
Primero están las inconsistencias de la Comisión de Seguridad, que afirma tener evidencia de que el obispo ingresó acompañado al motel, pero no ha establecido cuánto tiempo permaneció allí, ni quién lo encontró, ni siquiera la hora del ingreso, supuestamente por su propio pie. Incluso, el relato oficial afirmaba que la Cruz Roja habría trasladado al intoxicado sacerdote al nosocomio, pero la Benemérita institución ya negó que ninguna de sus unidades o elementos hayan estado involucrados en dicho traslado. La Comisión estatal miente, por lo que, sin mucho esfuerzo, huele a montaje por parte del Gobierno de Morelos.
Ello, aunado a su insistencia de que nos enteremos de que el cura estaba en posesión de unas pastillas de Sildenafil (Viagra), se antoja un acto demasiado deliberado para tratar de pintarnos al sacerdote como un libertino tratando de victimizarse.
Mi segunda sospecha es de índole estrictamente personal: Vamos a suponer que en efecto, el obispo Rangel Mendoza es un consumado pachanguero y, sobre todo, un fornicador en serie.
¿En serio su mejor opción es visitar un motelucho de mala muerte? ¿No tiene con sus años y recursos otras mejores y más discretas locaciones donde celebrar sus encuentros carnales? Ahora bien: Tratándose de un hombre casi octogenario aficionado a las sustancias ilícitas.... ¿Me van a decir que a sus 78 años no ha aprendido a controlarla y que se pone hasta la madre como si fuera un chamaco de 20 años?
Yo ya no me pongo como en mis tiempos de estudiante porque me dan miedo las crudas... Pero resulta que un anciano consume todo tipo de drogas cual rockstar hasta perder conocimiento durante tres días. Como ya dijimos, es posible, desde luego, pero mi intuición me dice que no es el escenario más plausible.
TE PUEDE INTERESAR: El misterioso caso de la desaparición del obispo Salvador Rangel Mendoza
Por último, no olvidemos que el obispo Rangel Mendoza entró a la liga de personalidades incómodas para la 4T, luego de exhibir la incapacidad del Gobierno Federal para pacificar la zona de Guerrero. El obispo en retiro trató personalmente de mediar entre las bandas criminales, dialogando con sus cabecillas, a lo que el presidente López Obrador afirmó no verle nada de objetable, lo que le generó un aluvión de críticas.
Desde entonces, el sacerdote afirmó temer por su vida y por su seguridad.
Vaya que es fácil hacer chistes sobre un curita que reaparece, tras un fin de semana de incertidumbre, en condiciones deplorables, como si hubiera cometido toda clase de excesos. Pero para que el chiste funcione, deben despejarse primero todas las dudas sobre el caso, de lo contrario sólo le hacemos el caldo gordo a la narrativa de este Gobierno, avivando el fuego en el que busca quemar vivo a quienes lo cuestionan. Y así el chiste pierde toda su gracia.