Manual para entender a AMLO (y a nosotros, también) II

Opinión
/ 3 julio 2023
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5. ¿Por qué las personas de las clases medias y altas −en particular los jóvenes de esos estratos− participa tan poco en los comicios electorales? ¿Acaso no miran el riesgo que implica AMLO para la supervivencia de nuestra endeble democracia?

Nuestra ciudadanización como país es relativamente joven: el concepto ciudadanía adquiere vigencia electoral e institucional hasta el año 2000; con el arribo del panista Vicente Fox a la presidencia y la aparición de la alternancia a nivel federal.

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La transición democrática iniciada el mismo año, quedó reducida a su nivel electoral a través del enramado de los partidos políticos para fortalecer la partidocracia de la cual adolecemos hasta hoy.

La dimensión política de dicha transición, sin embargo, quedó trunca. El INE (y los OPLE) nunca asumió su responsabilidad de impulsar la participación ciudadana para construir la voluntad democrática de los órganos del Estado y fortalecer la vida comunitaria del país.

El INE dejó esa tarea en manos de la sociedad civil organizada −de corte político−. Organizaciones como Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, Mexicanos Primero, Instituto Mexicano para la Competitividad, Ciudadanos por una Causa Común y Transparencia Mexicana, entre otros, colaboraron de manera significativa para construir el enramado legislativo e institucional de buena parte de los órganos públicos autónomos en México. Incluido, el Sistema Nacional Anticorrupción.

A ese rubro pertenecen organizaciones preocupadas por los Derechos Humanos, Violencia contra las mujeres, Trata de mujeres y niños, Colectivos de Mujeres y Familiares de Desaparecidos y Medio ambiente, entre otros.

También, el INE dejó en manos de miles de organizaciones de la sociedad civil −de corte asistencialista− la tarea de fortalecer el tejido social a través de la solidaridad con terceras personas, a través de acciones concretas en las áreas de salud, alimentación, desamparo o abandono, apoyo económico o en especie o en condición de gestación o lactancia, entre otros.

En síntesis: no podemos acusar −con dedo flamígero− a los jóvenes o a los integrantes de las clases medias y altas por no votar.

Existen tres razones que explican su comportamiento: 1) Nos faltan como país siete años para completar la primera generación de mexicanos con la capacidad de asumir su ciudadanía electoral a plenitud. Ciudadanamente somos un país muy joven, pero esa no es una excusa. 2) El INE se concentró −única y exclusivamente− en impulsar una democracia representativa −electoral−. Pero hizo poco o nada para apuntalar una democracia participativa cívico-ciudadana. Esa tarea la dejó en manos de la sociedad civil organizada en sus dimensiones política y asistencialista.

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3) En nuestra educación ciudadano-electoral, desde 2000, han fallado el INE y los OPLE, pero también los organismos empresariales y las instituciones educativas privadas para impulsar y acelerar el proceso formativo de una ciudadanía de jóvenes e integrantes de clase media y alta −bien enraizada− en valores cívico-ciudadanos. Cierto, existen esfuerzos pero dispersos y desarticulados.

Justo es decirlo: esas tres razones están enmarcadas en un espíritu de la época, poblado de tendencias globales individualistas y anticomunitarias. Lo cual, agudiza el abstencionismo electoral y la ausencia de interés en tareas de vida comunitaria.

Urge, por ello, ante el peor escenario en 2024, definido por una victoria de la 4T, que los organismos empresariales y las instituciones educativas −privadas y públicas− diseñen e implementen una estrategia nacional de formación cívico-ciudadana entre jóvenes e integrantes de clases medias y altas; tanto para las elecciones de 2024 como para lo que pudiera ser una lucha de resistencia cívico-ciudadana contra la 4T a partir del próximo año.

Dicha estrategia también sería válida en caso de un eventual triunfo de la oposición, porque fortalecería la ciudadanización de la política, no solo electoral, sino de manera integral.

¿Y el INE y los OPLE? Aunque se descartaron desde 2000, serían bienvenidos a esta gran estrategia. Pero con Guadalupe Taddei, una presidenta del INE y una mayoría de consejeros proclives al morenismo, sus posibilidades para ser parte de la misma, son casi iguales a cero.

Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución

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