Matrimonio: una balsa agitada por el mar
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Bajo el imperio de la ley, el matrimonio es un contrato; bajo la ley del corazón es la fusión de dos almas gemelas que han sido forjadas desde la entraña misma de la divinidad.
En la sombra de los tiempos, su origen se determina por la necesidad de la convivencia, la compañía y la supervivencia como especie humana.
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Pero para fines prácticos, simplemente diré que un singular y sencillo día, tal vez un jueves por la tarde, así sea claro o lluvioso, frío o caluroso, uno conoce al amor de su vida, viene el clic del entusiasmo, suben los latidos, hormiguea el cuerpo, se enciende la mirada y todo aquello fusiona la llegada del amor para siempre.
García Márquez comentó en una conferencia que “el matrimonio tiene la condición indiscutible de esfuerzo constante, voluntad cotidiana que resulta agotadora, pero que es realmente valioso para quien lo vive. Trabajo en equipo, mejoramiento de los bienes, división del trabajo y cooperación entre familias y, por ende, entre comunidades, son algunos términos comunes de esta institución”.
Los retos que impone el matrimonio son incontables, desde la renuncia al propio hogar familiar, en aquella condena bíblica de dejar a los padres atrás, así como a la construcción de una unidad nueva e independiente: el nosotros, mismos que son insostenibles sin el elemento amor, puesto que la búsqueda del bienestar del otro requiere la renuncia parcial a partes de uno mismo.
El designo bíblico confirma la necesidad de mantener el amor como la fuente principal de esa unión: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal, no se goza en la injusticia, más se goza en la verdad, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1a Corintios 13:4-7).
El papa Francisco describe esta unión y la confirma como una aventura de unidad: “La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto −pero seguro por la realidad del sacramento− en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: ‘¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?’ (Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar.
“En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca, porque cuando subió ‘donde estaban ellos, (...) cesó el viento’ (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.
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Una mañana de otoño de 1988, Issa y yo, alimentados por un maná distinto, nuestras almas se nutrieron del amor y despertaron plenas de embarcarnos y atravesar el mar de la incertidumbre, el cual sería profundo y lleno de enormes olas que tratarían de hundir la pequeña barca donde navegaría nuestro matrimonio, cuyo propósito sería a la vez lema, como el de París: “otros mares he navegado y otras tormentas, sin embargo, mi barco flota sin hundirse”.
Al cuento que no termina, a Dios gracias, se han sumado días de claridad y de tormenta que hemos enfrentado como uno solo y que confirma que lo que une Dios, así permanece.
Agradecidos con la divinidad, seguiremos sintiendo esa emoción de amanecer juntos y con una mirada confirmar lo que sentimos y vivir el amor. Feliz aniversario.